domingo, 25 de febrero de 2007

KINDNESS

¿será que todo esto le sirve de algo a alguien?

la sensibilidad a flor de piel
el perdón irrestricto
la sonrisa
siempre afable

los detalles con la gente que quiero
y que quizá
de vuelta
no me sabe querer del mismo modo

mi ofensiva paciencia inagotable
mis pavorosos dejanomás
notepreocupes
paraesoestamoslosamigos
/de este lado del río/

eso
que la gente que sabe
dice que no se llama corazón
pero que así le dicen
los que no saben nada
como yo

MANEJAR EN QUITO



Mucho se habla de la amabilidad de los ecuatorianos, de su docilidad, de su sumisión. Pero basta ponerse al volante para ir aquisito nomás a Carcelén, a comprar algo en La Mejor Papelería, para darnos cuenta de que eso es parte de un vasto imaginario que pertenece al pasado. Y a un pasado bien remoto.
He tenido algunos encuentros verbales amistosos con los amigos de un grupo de jóvenes que producen un interesante programa llamado A patazo, que se transmite por radio La Luna los días miércoles a eso de las nueve de la mañana, y en estos encuentros les he planteado que no todos los que vamos al volante de un auto somos prepotentes, fatuos e irrespetuosos. Pero cada vez me convenzo más de que estos muchachos tienen razón.
Voy a hablar, como siempre, de lo que yo he vivido, descriptivamente (y si se me cuela una ironía, perdónenme, es la costumbre). Por ejemplo, la última moda: una va por el carril de la derecha porque tiene que curvar a la derecha, pone luz direccional hace tiempos, mucho antes de que falten los cien metros que dicen que tienen que faltar, y justo cuando vamos a curvar a la derecha, aparece por arte de magia alguien que viene desde la izquierda y que, entre pitos de advertencia y con un ruido de nave espacial, nos "gana" la curva a toda velocidad. A mí no me molesta que alguien curve antes que yo, no le hace; pero lo que sí me molestaría mucho es no alcanzar a frenar e incrustarme en el auto que se va, feliz porque ha ganado un par de segundos en su vida y feliz también porque ha demostrado una dudosa superioridad en algo que no se sabe bien qué es.
La otra, de la que ya he hablado: me quiero cambiar de carril, del derecho al izquierdo o viceversa, generalmente porque hay un obstáculo en mi camino, entonces pongo la luz direccional y todos los que vienen por el otro carril y/o atrás mío, hacen una de estas cosas: los que vienen por el otro carril ni piensan en ceder el paso, ellos se ganaron a pulso el derecho de no parar nunca, salvo alguno que otro conductor tan educado que habría que canonizarle en vida. Pero los peores son los del propio carril de una: al ver que se pone la luz direccional para salir a un lado, en lugar de esperar un rato, aceleran, pitan, y pasan, igual, felices de haber "ganado" y de impedir el paso de alguien, no importa quién sea.
Me dirán: avíspate, salte tu también, a la brava, no le dejes al que te ataca por la izquierda. Y a veces sí da ganas, pero hay dos factores que me lo impiden: el primero, es el miedo a provocar algo peor que la infracción, y el segundo es que yo no puedo ponerme en ese mismo plano.
Un día de noviembre pasado iba con mi hija menor del colegio a la casa cuando un camión pequeño que llevaba una viga de metal decidió rebasarme por la derecha. Lo hizo con tal mala fortuna que no calculó el tamaño de la viga, con la cual me desprendió el capot del auto. Para detenerlo, tuve que emprender una maniobra tipo McGyver (se acuerdan, ¿no?). Estaba furiosa. ¿Qué tal si mi nena tenía alguna herida grave? ¿Qué tal si por esquivar el choque me hubiera volcado en el parterre en declive? Cuando hablamos de arreglar el asunto, el tipo me propuso "ir a medias", porque, según él, "ambos tenemos la culpa". Claro: mi parte de culpa era no haberme volcado en el parterre, supongo, para que él pudiera pasar tranquilamente.
Hace poco decidí que alguien tenía que respetar al peatón, por lo menos en los pasos cebra, así que, si encontraba en un paso cebra a alguien que intentaba cruzar, me iba deteniendo poco a poco hasta cederle el paso. Gracias a eso me convertí en una de las mujeres más insultadas de Quito, por no decir del mundo. Los que venían detrás escapaban de chocarme, los que venían por el otro carril me miraban con sospecha, y la verdad no sé en qué les afectaba a ellos que yo cumpliera con una norma de tránsito que está en el papel pero de la que nadie se acuerda.
No quiero contar más casos. Ya he hablado bastante del bus que aterrizó a un kilómetro de aquí matando a nueve personas, entre ellas tres niños, o del dirigente transportista que afirmaba que como gremio no pueden hacer nada para frenar los accidentes, pues estos ocurren porque está escrito en el libro del destino y la gente se muere porque le llega la hora, así es. O sea que, por ejemplo, los chilenos tienen un destino muy diferente y las horas de la gente allá se calculan de otro modo (ahora, en tiempo de Pinochet también se calculaban de otra forma).
Supongo que el problema es muy complejo y que algo se podrá hacer aparte de quejarse. Debo decir, en descargo de muchos, y no porque me considere una pionera, que ahora encuentro más gente al volante dispuesta a ceder la vía al peatón en los pasos cebra de mi barrio. Por algo se empieza.
Muchas veces he pensado en dejar el auto en casa y utilizar más transporte público o andar a pie... pero me detiene la idea de que en ese caso me iría todavía peor... ¿será?

martes, 20 de febrero de 2007

EL POEMA....

El 14 de febrero, día del amor y la amistad nacieron dos personas muy especiales para mí, con diecinueve años de diferencia entre ellas. Y son de aquellos seres humanos que ayudan a que, en estas fechas, no me dé por sentirme como una huérfana en el día de la madre. A ellos: mi hermano Paco, y mi amigo Jorge Dávila, les dedico este poema:



el corazón del amigo es un paisaje
con pájaros y flores que alegran los sentidos
con senderos que se abren y dejan explorar
con oscuras cavernas donde esconder el llanto
que a veces alimenta los riachuelos cantores
es un día soleado
o una tarde lluviosa
si hace falta
es el tirón de orejas necesario
y el abrazo seguro
de seguro

con tu alma de pluma y de marfil
ese amigo
eres tú

POR QUÉ ME GUSTAN...

LOS POEMAS DE BORGES

Nací y me crié en una familia católica. Extremadamente católica. Con un catolicismo, me atrevería a decir, que lindaba en el fanatismo y a veces incluso en la aberración. Así fue. Me pasé los siete primeros años de mi vida con un terror al juicio final que se podría considerar patológico si hubiera durado solo un mes más. Creí, alguna vez, que si faltaba a misa un domingo mi destino inexorable sería el infierno en todas sus formas. Así fue.

Por eso, aunque luego la vida me trajo y me llevó por caminos que me ayudaron a entender al catolicismo como una más de las religiones que los hombres y las mujeres se inventan para darle algún tipo de sentido a una existencia cuyo único sentido no sería otro que existir sin hacerse más preguntas de las convenientes, me sorprendió encontrar en una Antología Poética de Jorge Luis Borges esta estrofa con la que inicia el soneto A mi padre:

Tú quisiste morir enteramente/la carne y la gran alma. Tú quisiste/entrar en la otra sombra sin la triste /plegaria del medroso y del doliente.
Mis tías estarían escandalizadas. Yo estoy encantada, pues la estrofa pone en su sitio la consecuencia, la fidelidad a lo que uno es y a lo que uno cree, o no cree, a pesar de cualquier miedo que alguna empresa controladora de conciencias quisiera imponer. Y además, auguran una maravillosa recompensa en los versos finales, al afirmar:
Nada esperabas ver del otro lado,
pero tu sombra acaso ha divisado
los arquetipos últimos que el griego
soñó y que me explicabas. Nadie sabe
de qué mañana el mármol es la llave.

Pero la poesía de Borges tiende, además, a poner en su sitio tantas percepciones sobre tantas cosas, que muchas veces, al leerla, siento como si alguna voz murmurara desde mi interior, compartido con el de muchas otras personas, ideas y percepciones que una limitada capacidad verbal no alcanzaría nunca a trazar con tanta maestría:

Solo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.
[Everness]

Los misterios del destino, de la memoria y los miedos que anidan en lo más hondo de nuestras conciencias y que matizan todas nuestras percepciones, la fugacidad de los instantes, y la perennidad de ciertos dolores, todo ello matizado sobriamente en palabras escogidas desde una genialidad única, van construyendo versos, sonetos, poemas de estructura más libre, habilísimos cuartetos que son transitados por los ojos y la mente como quien navega por las aguas de un río tranquilo asombrándose ante la belleza de sus aguas y de los preciosos paisajes que las bordean, en donde quizá radica, sin hacerse sentir, esa verdad de la poesía que a veces puede superar incluso las búsquedas filosóficas o religiosas.

Es cierto que no se puede (o que yo no puedo) compartir ciertas ideas y sobre todo ciertas declaraciones de Jorge Luis Borges, quien quizá las hizo en un momento de arrogancia y de fatuidad en los que, por otro lado, todos hemos caído. Es verdad que sus posturas aristocratizantes, racistas a veces, despectivas con frecuencia, no pueden ser aprobadas. Pero esas actitudes y palabras pertenecen al hombre, que ya murió hace veintiún años y que tuvo su castigo quizá al serle negado uno de los más altos galardones mundiales. Sus palabras de escritor, sin embargo, permanecerán indelebles no solo en los libros impresos, sino sobre todo en la memoria y el corazón de quienes hemos tenido la fortuna de encontrar, justo cuando nos preguntamos si las palabras y sus jugueteos nos sirven de algo, con estrofas como estas:

Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
[Arte poética]

¿Hace falta, acaso, algo más?

sábado, 17 de febrero de 2007

¿QUIÉN LO HIZO Y POR QUÉ LO HIZO?



Imposible ignorarlo.
Imposible dejar de verlo.
Imposible no escribir sobre él.
Yo no soy socióloga, antropóloga, musicóloga ni ningún logo de estos que me podría ayudar a expresarme con conceptos técnicos acerca del fenómeno “Delfín Quishpe”, pero creo que puedo decir lo que siento al mirar su patético video “Torres gemelas”.
Y lo primero que siento es desconcierto. ¿Quién lo hizo (al video) y por qué lo hizo (ídem)?
A pesar de mi ignorancia en el tema musical, noto que la música en sí es bastante simple, pegajosa como para un baile de esos en los que los asistentes están tan borrachos que su danza se construye de movimientos reflejos ante en “bum bum” imperante. Supongo que esas son las especificidades de lo que el mismo Delfín (nombrado así por ser el último hijo) llama “Tecno folclor andino”. Y la voz… en fin, un tono plano, la voz de cualquier persona sin mayores dotes musicales, aunque pudiera ser algo entonada, que puede cantar bajo la ducha o silbar mientras barre la entrada de su casa.
Tampoco tengo conocimientos suficientes sobre imagen y técnica cinematográfica como para opinar sobre este clip; pero puedo describir lo que veo: un chico ególatra con sombrero de vaquero de western que lleva escrito en letras enormes su propio nombre en cada pernera del pantalón (¿material para Freud?); unos paisajes “típicos” de la sierra ecuatoriana; un montaje del cantante con el halo blanquecino que no veíamos desde la época de “El Chapulín Colorado” sobre las imágenes del atentado. Y de actuación… bueno, una total inexpresividad facial, gestual y fonética al “gritar” (si se le puede llamar así) “No pueedee seer… noooooooo”, igualito, sin signos de admiración.
Y bueno, sobre la letra tal vez podría hablar un poquito más… si hubiera algo qué decir. Quizá Delfín es un genio en el manejo del tono conversacional; pero esa hipótesis queda destruida nada más ver alguna de las entrevistas en donde se percibe claramente que este joven intérprete desconoce los más básicos fundamentos de cualquier sintaxis oral, incluso al responder preguntas muy elementales de ciertos periodistas, o cuando la letra misma de la canción reza: "Un mal recuerdo yo la viví / los terroristas lo exterminaron (a ella)". Una narración plana, en busca del efectismo de la tragedia de una ecuatoriana anónima, supuesta novia o esposa del narrador, que muere en el atentado del 11 de septiembre, repleta de lugares comunes tomados de la prensa nacional y latinoamericana que, por otro lado –no me van a dejar mentir – es pródiga en ellos (…no la salvó/ ni el dinero/ ni la religión); una total ausencia de búsqueda estética (aunque sea inconsciente) o de algún mínimo recurso literario o poético.
Debo también dejar en claro algunas cosas: no me molesta que Delfín Quishpe sea indígena. No me ofenden para nada su baja estatura, sus ojos rasgados, su piel cobriza, ni siquiera su vestido, aspectos que algunos comentaristas del Youtube destacan como algo denigrante. Eso es lo de menos, o no es motivo de nada. Supongo que estos comentaristas serán unos desabridos dandies rubios ojiazules de dos metros y medio y por eso opinan así. Tampoco me molesta su procedencia y la anécdota de que a los diez años dejó la escuela (lo cual se nota demasiado, es cierto). Ni siquiera me molesta que esta canción suene y sea muy popular en ciertos ámbitos en donde puede ser representativa del gusto y la sentimentalidad al uso.
¿Qué me molesta, entonces?
Es esa sensación vergonzante, igual a la que sentí cuando una desventurada mujer ecuatoriana, que renegaba de su origen afirmándose venezolana, pasó al escenario mundial al cercenar el pene de su marido y verdugo norteamericano, y de golpe todo el mundo supo que nuestro país existía, dónde quedaba, y aquí en el Ecuador hubo quien la declaró heroína y quiso aplicar sus métodos a cierto tipo de delitos; me explico: esa sensación de que, en el contexto internacional, al Ecuador no se le puede conocer más que por lo sórdido, lo kitch, lo elemental, lo mediocre. Esa honda y dolorosa vergüenza ajena de ver al mismo Delfín mientras dos locutores nacionales muy “prepis” se burlan de él ante las cámaras y, para mayor escarnio, él está feliz como un niño en una fiesta de cumpleaños en donde no le han avisado que él será el payaso.
No creo, por otro lado, que el Ecuador sea el único país en donde aparecen este tipo de “productos musicales”, por llamarlos de algún modo. Pero, ¿por qué no están en el Youtube (o por lo menos no se nota tanto su presencia) o en otros escenarios internacionales, comentados y criticados por todo el planeta, Carlos Michelena o Tercer Mundo? ¿Por qué no venden discos a montones, aunque sea en Colombia, intérpretes como Terry Pazmiño en lo clásico, y en lo popular grupos como Verde 70, La Grupa, o cantautores como Pancho Prado, Fabián Jarrín, Washo Flores, Jaime Guevara, Santiago Martínez o Fabián Meneses? ¿Por qué cuesta tanto llenar una sala minúscula como el teatro Prometeo para un recital de buena música urbana con buenos artistas ecuatorianos? ¿Por qué no se puede encontrar en los fondos de editoriales españolas o en librerías latinoamericanas y muchas veces ni siquiera ecuatorianas obras de Luis A. Martínez, Joaquín Gallegos Lara, Eliécer Cárdenas, Demetrio Aguilera Malta, Margarita Laso, María Fernanda Espinosa…?
Si Delfín Quishpe es el más fuerte, o por lo menos más popular referente de la cultura del Ecuador para el mundo, cabe preguntarse si tiene algún sentido la existencia de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. ¿O podrá hacer algo más al respecto el flamante Ministerio de Cultura?
¿De quién es la culpa? ¿Qué se puede hacer?
¿Quién lo hizo y por qué, Diosito lindo, por qué lo hizo?
Piénsalo tú también...

domingo, 4 de febrero de 2007

MEA CULPA

soy culpable de todo
de confundir la búsqueda de amor
con miedo a la soledad
de creer en el pecado como norma
y de amarrar la sangre
con saña
a tres o cuatro convencionalismos
eso soy
un pedazo de carne
con miedo
que se ata a las palabras
para sobrevivir a los absurdos

sábado, 3 de febrero de 2007

EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS

(por los accidentes)


A los que se quejan de que el Ecuador no se destaca en nada, les tengo una buena noticia, o quizá ya la sepan: hace muchos años que no bajamos del cuarto puesto mundial en un tema. ¿Adivinen cuál? De seguro ya la saben: en accidentes de tránsito. ¡Y a veces hasta hemos quedado primeros!
Pero no solamente en ese tipo de accidentes nos destacamos, cómo van a creer. También tenemos un record impresionante en accidentes de aviación. Y por si esto fuera poco, estos últimos son accidentes donde mueren nada menos que ministros de varias carteras, presidentes de la República, y público en general, aparte de las tripulaciones, los incautos acompañantes y ve tú a saber quiénes más.
Desde mi más temprana adolescencia recuerdo, cuando desapareció el primer avión de Saeta y luego se cayeron los aviones de San (el típico chiste quiteño: ¿En qué se diferencian Saeta y San? En que San sí devuelve los cuerpos...), la infaltable explicación después de las agotadoras investigaciones era, casi siempre, la proverbial "falla humana". Y si le hacemos caso a esto, entonces resulta que, como fallar es humano, los ecuatorianos somos muy humanos, y bastante fallosos, también.
Así, tenemos varias fallas humanas que recordar: por ejemplo la falla humana de un conductor de camión, de apellido Guanoluisa Chiquito, que confundió freno con acelerador y de esa manera arrastró un bus de empleados de la Contraloría en el que iban varios niños con sus padres que los dejaban en la guardería de la institución, veintenas de muertos de todas las edades ¿se acuerdan?; o la falla humana del conductor de otro camión que transportaba troncos y que, en la panamericana Sur arrastró de igual manera bajo su peso a varios vehículos provocando una masacre que de seguro ni siquiera se vio por estos lares en las guerras de la Independencia . Y la reciente falla humana de un conductor de bus interparroquial que ya venía a exceso de velocidad desde el Mercado de Santa Clara (en el centro de la ciudad), lugar en donde un policía de tránsito detectó la indicada falla humana y le hizo una amonestación, pero como al hombre la falla seguramente lo hacía más humano, decidió seguir a toda hasta cuando el bus perdió los frenos, subió a un terraplén y aterrizó (nadie sabe cómo) en el desvío de la carretera, matando a nueve de los ocupantes del bus, entre los que se encontraba (perdonen la crueldad, pero por suerte) el conductor de la unidad.
Alguna vez, cuando por fallas humanas varias y combinadas dos buses interprovinciales se fueron río adentro en la provincia de Carchi, uno de los periódicos quiteños elaboró un reportaje sobre el tema. Y parte de ese reportaje era una consulta a un dirigente transportista sobre qué pensaban hacer como gremio ante tanto accidente. El hombre, con un candor muy similar al cinismo, respondía que nada, pues el accidente sucede porque está escrito en el destino, y la gente se muere porque le llega la hora, así nomás es. No hay por qué hacerse tanto problema ni tanta pregunta.
En fin, todavía no tengo claro qué puedo hacer como ciudadana para cambiar esta situación. Como conductora intento respetar las leyes y manejar a la defensiva, pero no puedo obligar al resto de conductores a hacer lo mismo que yo, y ese es el mayor problema.
¿Qué pasa, entonces, en este país, campeón mundial de accidentes de tránsito terrestre y varias veces huérfano de una u otra forma a causa de accidentes de tránsito aéreo?
Como dirían los expertos, son fenómenos multicausales, y las causas, más allá del piadoso genérico de "falla humana", tienen algunos nombres que nos negamos a reconocer como características de nuestro modo de ser: imprevisión, impericia, egoísmo, machismo (o si no qué es lo que hace que un conductor de bus pique al máximo de velocidad cuando advierte que es una mujer quien lo ha rebasado por la izquierda, como es justo y correcto), irrespeto a las normas de convivencia, imprudencia, desconocimiento de las leyes, quemimportismo...
Existe también algo que no sé cómo se podría definir, pero que voy a ejemplificar: han notado que, con frecuencia, cuando, por ejemplo, encendemos la luz direccional o sacamos el brazo para pedir paso por el motivo que sea, los que vienen detrás, en lugar de dar paso o por lo menos reducir la marcha, al ver la luz direccional del pobre que cree que sirve para algo, aumentan la velocidad y ni muertos permiten que esa pobre persona pase a ninguna parte, nunca; puestos de acuerdo entre todos, además. ¡Y pobre del que ose dar paso o detenerse! Ipso facto se convierte en la persona más insultada del Ecuador. ¿Cómo se llama esa clase de falla humana? ¿Maldad? ¿Egoísmo? ¿Estupidez? ¿Ganas de contrapuntear? ¿Satanismo? ¿Odio al semejante? ¿Racismo aleatorio? ¿Esquizofrenia? ¿Apuro? ¿Deseo de ir al baño?
En fin, por no hablar de las fallas humanas de los accidentes en el aire, que por suerte todavía no he experimentado ninguna, pero que son tantas y tan frecuentes que incluso pueden haberse convertido en la mejor coartada para quienes quieran cometer fechorías de cualquier tipo.
Cuando algún niño o niña, un joven o una persona adulta tiene propensión a sufrir accidentes (caídas, fracturas, tropezones), se habla con frecuencia de que esa propensión refleja otros problemas, más allá de la distracción: falta de autoestima, inconformidad, recelo, miedo al futuro o al cumplimiento de plazos, inseguridad... Aparte de todas las "fallas humanas" anotadas, ¿cuál será nuestro caso?

Piénsalo tú también...

viernes, 2 de febrero de 2007

POR QUÉ ME GUSTA...

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
(Moguer, 1881 - San Juan de Puerto Rico, 1958)


Que era egoísta. Por supuesto. ¿Quién no lo es? Que era patológicamente egoísta. Por supuesto. ¿Quién no lo es? Que era un neurótico. Así mismo. Como muchos. Que anuló la vida de su mujer. Exactamente. Con el permiso de ella, además. Que era de esos que no saben valorar lo que tienen hasta que lo pierden, y entonces ya nada sirve para nada. Sí, claro. Pero eso no es asunto nuestro.
¿Qué es nuestro asunto, entonces? Quizá su capacidad para describir. Observemos, si no, este párrafo bien conocido por todos nosotros:

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Y quizá solo como ejercicio, intentemos repetir la descripción de este animal con otras palabras, y con el mismo grado de perfección con que lo hizo el egoísta neurótico y malvado. A ver quién puede.
¿Qué más puede ser nuestro asunto? Tal vez su capacidad para puntuar. Y volvamos a leer:

Han pasado las vacaciones y, con las primeras hojas amarillas, los niños han vuelto al Colegio. Soledad. El sol de la casa, también con hojas caídas, parece vacío. En la ilusión suenan gritos lejanos y remotas risas.

Comas y puntos, ¿para qué más? Con ellos basta para crear un trozo de admirable fuerza descriptiva y poética.
Una noche, el joven Juan Ramón Jiménez despertó sobresaltado por unos gritos aterradores. Su madre había advertido que el padre, quien dormía junto a ella, acababa de morir. Esos gritos desesperados y desgarrados marcaron la vida del poeta para siempre. Así como el excesivo apego a su madre, a su familia, un narcisismo mal disimulado, y mucho miedo a morir repentina y quizá prematuramente, como su padre. Como muchas personas sensibles, hipersensibles, nunca se repuso. Pasó algunas temporadas en "sanatorios" (para los pobres había manicomios) y finalmente, curado a medias, se caso con Zenobia Camprubí, mujer a la que literalmente hizo esclava de sus dolores, sus angustias, su miedo a la muerte y su terrible inseguridad.
Pero, como dije antes, eso no es asunto nuestro. No podemos juzgar al hombre; pero sí nos es dado disfrutar del poeta, cuando dice cosas como:
El mar del corazón late despacio,
en una calma que parece eterna,
bajo un cielo de olvido y de consuelo
en que brilla la espada de una estrella.
Parece que estoy dentro
de la mágica gruta inmensa
de donde, ataviada para el mundo,
acaba de salir la primavera.
¡Qué paz, qué dicha sola
en esta honda ausencia que ella deja,
en este dentro grato
del festín verde que se ríe fuera!
Hay una gente que no se satisface con nada, todos conocemos por lo menos un ejemplar. Entonces siempre le buscan cinco, seis o siete pies al gato. A Juan Ramón le critican por haber escrito la "biografía de un burro", por ejemplo. Pero estos sabihondos críticos no advierten que, a partir de esa supuesta e imaginativa "biografía", obtenemos un retrato perfecto de un tiempo, de un lugar, de unos paisajes retratados con maestría y con aparente candor, a través de los cuales se percibe también la miseria y la desigualdad que campeaban por la empobrecida Andalucía de fines del siglo XIX y principios del XX.
Con cierto chauvinismo se le reprocha también (esto es de antología) ¡haberse ganado el premio Nobel en lugar de Borges! Cuando es conocido que Borges perdió ese galardón por su propia imprudencia, por andar haciendo declaraciones aristocratizantes y racistas aunque nadie se lo preguntara (y antes de que se desmayen, quiero adelantarles que de este genial poeta y narrador, Jorge Luis Borges, hablaremos la próxima semana).
Las feministas a ultranza y algunas otras personas le reprocharían a Juan Ramón Jiménez el trato que dio a su mujer, y yo podría unirme a este reproche si se tratara de evaluar la vida de un hombre común y corriente y si pudiera olvidarme de sus patologías, sus miedos y sobre todo la falta de carácter de Zenobia a la hora de agarrar el camino y decir por aquí es más pronto.
Pero a un poeta que, como al descuido, suelta un par de versos como estos...
Podría, fuerte, el brazo asirlo...
El corazón, pobre, lo deja.
... no se le puede caer por mezquindades, no se le puede juzgar la vida privada (de eso creo que se encarga Dios), no se le pueden restar méritos, sencillamente, porque no hay por donde. Y a quien todavía lo dude, le regalo en su nombre esta preciosa estrofa:
¡Cuánto golpe de sangre aquí en las sienes,
cuánta sal de las lágrimas bebidas,
cuántas estrellas en los ojos ciegos,
para coger... ¡del polvo!
el beso
de cada día!

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