viernes, 26 de enero de 2007

MEDEA

supo qué hacer
y no tembló su mano

asesina
dirán
desnaturalizada
mala madre
mujer pérfida y fría

pero supo qué hacer
y no tembló su mano

porque a veces
el color desolado
del desprecio
puede cruzar el velo
de las generaciones

porque a veces
más allá del instinto
matar puede sonar
a proteger

supo qué hacer
y no tembló su mano

todos los siglos
juzgaron su acción
sin hurgar las arrugas de su alma
sin comprender el peso de su angustia
sin hilvanar la fuerza de su amor

pero supo qué hacer
y no tembló su mano

A TODOS NOS TOCARÁ



El miércoles pasado, como muchos ecuatorianos, recibí con dolor, con sorpresa, con asombro, la noticia del fallecimiento de la Ministra Guadalupe Larriva. Todavía no supero ni me repongo de la impresión, y espero que, como han dicho ya muchos, no sea una desparición más en este país en donde todo tipo de accidentes son el pan cotidiano, y en donde estos sucesos provocan escándalo, conmoción, declaraciones... y luego... bueno, hasta ahora no hemos comprobado si la muerte de Jaime Roldós, por ejemplo, fue accidental o intencional (aunque en el fondo casi todos lo sabemos)... y ya van veintiséis años, nomás.
Como dicen por ahí, las hipótesis de accidente, de imprudencia, de novelería, de quién sabe qué hacía ahí esa guagua, terminan siendo pretextos para excusar algo de lo que cada ser humano debería estar consciente durante todos los minutos de su existencia: a todos nos tocará, y nadie sabe cuándo llegará su hora.
Pero ni siquiera el dolor que provocan estos sucesos puede impedir que observemos el tratamientos que de ellos se hace en los medios de comunicación, muchas veces con cierta irresponsabilidad y sin pensar en los alcances de lo que se puede hacer o decir al respecto:
  • La especulación: Nada está demostrado, no hay pruebas ni se ha comprobado nada. Sin embargo, tanto de una tendencia como de otra, se hacen afirmaciones temerarias y se fuerza a los entrevistados, en muchos casos, a aceptar hipótesis que pertenecen a los maledicentes periodistas que las esgrimen.
  • El sensacionalismo y el morbo (I): Fotografías de los restos de las naves calcinados y esparcidos por el suelo, imágenes de los cuerpos "empacados" en la morgue antes de sus traslados a los respectivos funerales. ¿Es realmente necesario que, aparte de los técnicos e investigadores, todos, incluidos los familiares más cercanos de las víctimas, miremos esas escalofriantes imágenes?
  • El sensacionalismo y el morbo (II): ¿Es necesario acudir con una cámara y hacer close-ups de los momentos más íntimos y a la vez dramáticos del dolor de los familiares de los fallecidos? ¿No es eso violentar un momento personal de dolor con el pretexto del derecho a la verdad y la información? Para los que quieren ver llorar, están las telenovelas. Pero creo que en este tipo de eventos se deben privilegiar las tomas generales y respetar los momentos de legítimo quebranto de los familiares y deudos sin convertirlos en un espectáculo masivo.
  • La cobertura informativa: Comenzando por anunciar, en un flash que "habría muerto la Ministra de Defensa"... ¿no se puede esperar un poquito a confirmar la noticia? ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de soltar una afirmación de ese tipo en un medio masivo?
  • El lenguaje: Se me puede acusar de fijarme en intrascendencias, pero cuando escucho expresiones como lamentable deceso, trágico accidente, y cosas por el estilo, vuelvo a preguntarme si el comunicador piensa un poco en lo que está diciendo: en nuestro medio católico, pero no fundamentalista, ¿qué deceso no es lamentable? ¿qué accidente en el que hay siete muertos no es trágico? ¿es indispensable calificarlo todo aunque se diga lo mismo de siempre? Me dirán que eso no es fundamental. Sí, no lo es. Pero también lo es. Un comunicador debe cuidar el lenguaje en todo momento y no repetir frases hechas y lugares comunes porque sí.
  • La figuración: Deudos, amigos, coidearios, compañeros de gabinete... sí, presencias legítimas... y otritos, que nadie sabe qué hacen ahí, aparte de poner su carita fente a las cámaras; pero por suerte la gente ya sabe a quién acoge y a quién repudia.
En fin, que todos, hombres y mujeres, sigamos el ejemplo de esta mujer valiosa, solidaria, inteligente y trabajadora. Y no digo "paz en su tumba" porque, si nos ponemos a ver, a no ser que se produzca algún altercado o cosa parecida, ¿en qué tumba no hay paz?
Digamos, más bien, entonces: paz y consuelo en el corazón de todos quienes por ahora sufren el dolor de la sorpresiva pérdida de estas siete vidas. Y que Dios redoble su protección para todos y cada uno de los miembros de este nuevo gobierno.

jueves, 25 de enero de 2007

POR QUÉ ME GUSTA CÓMO ESCRIBE...

Se me ha ocurrido hablar, de manera informal, sobre aquellos escritores que siento que, de una u otra forma, han marcado mi vida. Más que notas biográficas o eruditas, preferiría referirme a los motivos personales que han provocado esta afición. A ver si compartimos. Y si no, la discrepancia es bienvenida (siempre que sea con razones y sin agresividad).

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
(Sevilla, 1836 - Madrid, 1870)

¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos
busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha girones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

Al pobre Bécquer lo han tachado, sobre todo, de cursi. ¿Quiénes? Bueno, los que no son cursis ni nunca han sido, supongo. Hay un poco de gente que cree que el cinismo al ultranza es la mejor receta para hacer literatura en nuestro tiempo, y en todos, motivo por el cual, venga de donde venga, poema sin palabrota no es poema. Y claro, en el tiempo de Bécquer eso era impensable. Además, hacía otra cosa melodramática y cursi: hablaba de la mujer, del amor, y sobre todo del desamor, algo a lo que ahora estamos acostumbradísimos, pero que en aquel entonces dolía, y bastante, según se puede ver no solo en los poemas de este autor, sino en muchos otros textos de la época.
Becquer viene de la orfandad temprana; quizá del maltrato, no lo sabemos, porque en ese tiempo el maltrato infantil era algo usual y bastante aceptado socialmente. Lo que sabemos de él es que fue desafortunado en el amor, y posiblemente también en el juego, como la dueña y autora de este blog; pero él supo poner estas experiencias en palabras con una maestría de la que ya me quisiera yo la milésima parte.
Debido a sus problemas económicos y también a una vida desordenada en más de un sentido, Bécquer adquirió dos enfermedades frecuentes en su época, y determinantes en toda la historia de la humanidad: tuberculosis y sífilis. De esta última dolencia da cuenta una de sus conocidas rimas.

Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme;
yo, de ninguna de las dos me quejo.

Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si mañana, rodando, este veneno
envenena a su vez, ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?

Pero, ¿por qué me gusta? Aunque no comparto esa idea de que un buen escritor o cualquier tipo de artista tiene que ser ciento por ciento original para ser bueno, no pienso que el principal valor de Bécquer radique en su temática. Son temas correspondientes al romanticismo: el amor, el desamor, las penas de amor que encubren o reemplazan grandes dudas existenciales, la muerte y el dolor que provoca, el abandono... Sin embargo, en Bécquer hay un trabajo, sobre todo de sonido, que a mi juicio no han alcanzado otros poetas.
O si no, leamos en voz alta uno de sus más breves textos:

Si de nuestros agravios en un libro
se escribiese la historia,
y se borrase en nuestras almas cuanto
se borrase en sus hojas;

te quiero tanto aún, dejó en mi pecho
tu amor huellas tan hondas,

que solo con que tú borrases una,
¡las borraba yo todas!

Si lo leemos en voz alta, sin declamar, sin tomar la pose grandilocuente del actor, con naturalidad y sentimiento, advertiremos en seguida algo así como un rumor de agua que corre suavemente entre las palabras. Y si repetimos la lectura en silencio, entonces puede que a ustedes también les ocurra el milagro que me ha ocurrido a mí, a veces (y pueden pensar que estoy loca, no se preocupen): oír, sí, oír algo así como la voz del poeta que se desliza con delicadeza por nuestro pensamiento al captar las palabras de estos versos.
Quizá de modo empírico, no lo sé, la verdad, Bécquer manejaba como nadie los recursos sonoros del idioma castellano, lengua que, según algunos entendidos (y políglotas, supongo) es un idioma a veces duro para la poesía. Pero Bécquer encuentra no solo las palabras, sino los sonidos exactos para expresar con precisión los diversos matices emocionales de su poesía:

Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!

La aliteración de consonantes vibrantes en esta estrofa y en todo el poema nos remite al tono desolado de una súplica que implora a la furia de los elementos terminar con la vida para así acabar con el sufrimiento.
Aparte del logradísimo manejo de este este rasgo, siento con frecuencia la impresión de que en los poemas de Bécquer, más allá de cualquier hipérbaton que rompa con el orden normal de la frase, las palabras simplemente fluyen a través de los versos con una aparente naturalidad que, como dije antes, incluso nos da la impresión (o me da la impresión) de estar escuchando la voz emocionada del poeta al repetirlas:

Tú eras el huracán, y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!...
¡No pudo ser!

Hay otro recurso muy notable y llamativo en los poemas de Bécquer, y es su capacidad de crear imágenes y su potencial descriptivo y sensorial. Leamos otra vez:

Cuando me lo contaron, sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.

O esta otra:

Te vi un punto, y flotando ante mis ojos
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha oscura orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol.

Y esa eventual explosión desenfadada e impúdica de sentimientos:

Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!

En una de sus casi desconocidas Cartas literarias a una mujer Bécquer hace una extraña confesión: jamás escribió uno solo de sus poemas bajo el impacto directo de la emoción. Dejó reposar los sentimientos y sensaciones, los pensó, fue construyendo poco a poco el texto más desde la cabeza que desde el corazón, el hipotálamo o lo que sea, y así apareció la música, la precisión de la imagen que nos clava el estilete en el pecho y nos vuelve al deseo de desaparecer entre la furia de los elementos que en momentos de dolor extremo no podemos negar.
Por todo eso amo la poesía de Bécquer: un hombre que sufrió dolores quizá repetidos en muchas biografías, pero que supo dar a esas penas un color y una música que hasta hoy impresionan y resuenan, más que en los oídos o en el teatral compás de la declamación, en los oscuros recovecos del alma, como una voz que retorna a través del tiempo para marcar el silencioso destino de todos, cuando dice, con un delicioso derroche de autocompasión, auténticamente romántico:

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.

Y al que no se ha sentido así por lo menos una vez en la vida, ¡lo quisiera conocer!

sábado, 13 de enero de 2007

DON’T

Explicar este título implica ser infidente con algunas personas, así que, aunque parezca que no tiene nada qué ver, en realidad tiene bastantísimo qué ver, y no pregunten más.

decir

retazo de mi sangre

decir

pulguita

corazón

niño mío

carne de mi carne

sangre de mi sangre

decir

mima

muchacho

no alcanza para nada

no describe la mezcla

de desazón

y gloria

felicidad y horror

que es tenerlos

desde que salen por fuerza del útero

y su llanto nos parte en dos la vida

ni ese miedo constante

a los desastres

al término imprevisto

a la fragilidad

la transgresión temprana

la justa libertad

y al pavoroso [no] me da la gana

dónde

se termina el respeto

dónde

toca olvidarse del lazo de sangre

y castigar

y quitar privilegios

aplicar consecuencias

gritar

putear

“hacerrrse respetarrr…”


cuándo

hay que dejar de verse en esos rostros

y entender

que parecen espejos

pero son piernas y alas

que se irán por la vida más temprano que tarde

si todo sale bien


LAS VOCES DE LA SANGRE



He pensado, decía, que hay errores de dicción, de lógica, de concordancia, de pronunciación y etcétera. Sin embargo, también dentro de esta categoría hay errores y errores.
No es lo mismo decir "Los hijos son como el perro, que alzan el vuelo y se van" (comenzando porque no conozco ningún perro que "alce el vuelo y se vaya"), que decir: Dame haciendo el deber. No es lo mismo decir "es muy mediocre" que decir "me voy aquisito nomas, a volver". Lo que quiero decir con esto es que la transgresión, la gravedad del asunto, el peso del error no son iguales entre los casos citados.
Entre una excesiva permisividad y un excesivo purismo podemos encontrar un punto medio, y sabio, como son a veces -no siempre - los puntos medios.
Pero, ¿cuál es, o cuáles son los criterios?
Desde mi modesto punto de vista, eso es bastante simple. Hay errores que se cometen por falta de lógica o de criterio, esos me chocan, aunque estoy consciente de que un día terminarán ganando la partida. Hay otros errores (horrorosos, espúreos, detestables) que se cometen por lo mismo que se pierde el acento, esto es, por falta de amor a o por vergüenza de lo que se es, estos errores están relacionados con las copias, muchas veces mal utilizadas, de expresiones y palabras sobre todo del inglés, y si los detesto es porque su trasfondo es el típico trasfondo del complejo de "no valemos nada", tan arraigado en el alma ecuatoriana.
Pero hay otros que nacen de todo lo contrario. Es el quichua (no quechua, en Ecuador), que se filtra a pesar de todo entre nuestras palabras y expresiones, más que nada en las conversaciones y sucesos cotidianos. Son las erres arrastradas con sentimiento más que con raciocinio, es la elle casi porteña, pero no tanto, que solo aquí se puede pronunciar; es el saber distinguir sabiamente que no es lo mismo irse para no regresar nunca más que irse a comprar cigarrillos en la tienda (cosa que algunos maridos -o mujeres, quién sabe - de otras latitudes, por ausencia de quichua, quizá, nunca supieron diferenciar), son el "ñaño" y la "ñaña", y más, los "ñañito" y "ñañita" a quienes jamás igualará en cariño, por más que se haga todo lo posible, un castizo y bien dicho "hermano" o "hermanita", es el "dame haciendo..." cualquier cosa, como una señal de extrema cortesía y hasta de respetuoso afecto; es el "mandar sacando", "botar jodiendo", y "qué haciendo" de los que no nos podamos despegar por más que tratemos, por más que los profesores de literatura de generaciones pasadas se pongan verdes y busquen una imposible pureza del idioma español que ya no existe ni siquiera en España.
En fin, son esas voces de la sangre, más fuertes y queridas porque vienen precisamente de la sangre que negamos, que ocultamos, que pretemos disfrazar con cirugías de nariz y con tintes rubios o rojizos para el pelo, y que sin embargo, con timidez y rebeldía, con persistencia y fuerza, en medio de la avalancha angloparlante y los últimos boqueos del purismo excesivo, se cuela en nuestros dichos y palabras y se niega tenazmente a morir y desaparecer más allá de nosotros y nuestras deformadas percepciones acerca del valor de lo que somos.

lunes, 8 de enero de 2007

RESPUESTA

para Diego Cazar
después de leer su texto
Los amantes
no puedo hablar
no sé
tan solo soy una damnificada
de eso que llaman
quizá pomposamente
el amor con mayúscula
sé de parir un hijo por un tajo en el vientre
se de llorar mascotas
y de esperar en vano en ventanas con lluvia
o bajo los portales de esta vieja ciudad
y sé mejor que nadie
de los adioses que se van arrancando las entrañas
eso
de las palabras que se oxidan
de las promesas que nunca hubo que hacer
porque la gente cambia y se desarma

pero hoy quiero bajarme de la cruz
y decirte
también
que sé de inventar gente de papel
de amar la música que es bálsamo y catarsis
del abrazo de un niño
de una niña
de la pelea del amor fraterno
eso
y por supuesto sé de la amistad
que cura los destrozos del amor no cumplido

POBRECITA, MI AMOR, NO SABE NADA...



Desde hace algún tiempo he podido escuchar en la radio algunas cuñas publicitarias que me tienen ligeramente preocupada, y la preocupacion se debe, sobre todo, a que estaba convencida de haber nacido en un siglo en el que la mujer había alcanzado, por decirlo de alguna manera, por lo menos el reconocimiento como ser pensante dentro de la sociedad ecuatoriana.
Entonces, con este convencimiento, voy en el auto, o estoy en casa, y escucho una cuña que pretende motivar a la comunidad para que ahorre energía eléctrica. El argumento es bastante simple: una familia se ha excedido en el gasto eléctrico y el marido le reprocha "amablemente" y le "explica" a su mujer los costos de uso de los aparatos eléctricos de la casa. La intención es loable, por supuesto: el ahorro de energía eléctrica que beneficiará a las familias y en últimas al país. Pero la primera cosa que me choca al escuchar este comercial es el tonito displicente con que el esposo trata a la esposa, el típico tono condescendiente que pretende esconder pero evidencia el desprecio que se siente por un ser inferior, y que he escuchado a algunos de mis tíos emplear contra (aquí no cabe un "con") mis tías, a algunos de mis amigos emplear contra mis amigas, y que en ocasiones incluso empleó mi ex marido (cuando estaba de buen genio). Ese tonito que alarga las vocales al final, que conlleva un vergonzante cantadito para en el fondo esconder un velado "como a muda mismo..." Pero no es este el único detalle, que quizás se podría atribuir al actor y al director del comercial, lo que duele y ofende. Es el sustrato ideológico del contenido de la cuña, en donde se parte de la idea de que el hombre sabe, puede explicar, conoce y abusa de ese conocimiento, mientras la mujer ignora, no tiene idea de nada, es como una niña o una incapaz que, para colmo, asiente con tono de admiración a la exhibición de conocimientos del admonitorio discurso de su "bien intencionado" cónyuge. Desconoce por completo la cuña que en nuestro país y en Latinoamérica hay un altísimo porcentaje de mujeres que deben ocuparse de estos detalles porque simplemente no hay quién más lo haga. Desconoce así mismo que somos las mujeres quienes con frecuencia administramos el gasto de nuestros hogares y que en ocasiones es a nosotras a quienes nos toca "explicar" a nuestros esposos o compañeros algunos detalles acerca del costo de la vida.
La otra "perla" es la cuña publicitaria para prevenir la transmisión del virus del VIH Sida a los bebés en el vientre materno. La escena también parece muy cotidiana, aparentemente respetuosa, y en este caso hasta dulce y tierna: un hombre y una mujer, quizás esposo y esposa, embarazada ella, comparten un momento de intimidad en el que él le apega el oído al vientre y ella, entre ingenua y cariñosa, le pregunta qué oye. Entonces el padre, con un tonito de monitor de curso prematrimonial, le dice con dulzura que el niño sugiere a la madre que se haga un examen para saber si tiene el VIH, que esto es necesario para cuidar de la vida del niño y de su propia salud, y que, si por mala suerte está infectada, hay algunas opciones para prevenir la infección del niño y prolongar la vida de la madre. Lo dice amorosamente, sin ofender, con mucho cuidado, escudándose en el niño que está en el vientre de su madre; pero siempre desde la postura del que "sí sabe" a la pobre ignorante que no tiene idea de nada. Por otra parte, jamás se menciona que el padre también tendría que hacerse o haberse hecho la prueba para saber si tiene el virus. Eso no es su problema. Es un asunto de ella, él solo aconseja, de buena gente que es.
Al oír esta cuña publicitaria, me pregunto hasta qué punto estaban pensando "en serio" quienes la elaboraron, produjeron y actuaron. ¿O será broma? Porque no cabe en mi mente que una cuña que enfoque un tema tan serio y trascendente como este desconozca una serie de elementos fundamentales, como, por citar solo uno, el hecho de que la mayor parte de mujeres casadas que tienen el VIH lo han obtenido como un "regalo" de sus propios esposos, quienes casi seguramente, por miedo o por descuido, no se preocuparon jamás por ver o saber si tenían el virus en el momento preciso. Además, obviamente, la cuña completa está animada por el mismo espíritu que la otra, en donde se parte de que es el hombre quien tiene el conocimiento, y no solo eso, sino también la autorización para impartirlo con una humillante mezcla de displicencia y condescendencia a la mujer que, pobrecita, mi amor, no sabe nada...
Si oyes alguna de estas cuñas y estás de acuerdo con lo que he dicho, llama inmediatamente a la radio y expón tu criterio, es necesario hacernos oír...

martes, 2 de enero de 2007

FANTASMAS NECESARIOS

la inevitable muerte

y su misterio

el amor

que aunque duele

permanece

el silencio

la sombra

los pasos que se alejan en la noche

los que se van con otros y con otras

sin saber que se quedan para siempre

el que regresa

y no nos reconoce

/o no reconocemos /

los padres

su nostalgia

la vida que no hicieron

y los viejos amores que dejaron

el llanto mal tragado

que todavía atenaza la garganta

la mano que soltamos

sintiéndonos morir

la flor que dura un día

el verso que creamos

y olvidamos

las perennes recetas de la abuela

el olor a café de cada tarde

los juguetes de cuerda

las historias de miedo

la fe

la sed

la nada

su secreto

y tú

que nunca llegas

LOS PANTALONES

Ahora que se acerca la posesión de un nuevo gobierno en el ejecutivo y de un nuevo congreso, ha vuelto a aparecer por todas partes la famosa, manida y conmovedora alusión a los pantalones. Entonces, gente de todos los sexos llama, por ejemplo, a una radio a decir que ojalá Correa "tenga pantalones" para sacar adelante su proyecto de Asamblea Constituyente pese a la nueva mayoría ya formada en el Congreso. Y alguna señora (!) llama a otra radio (o la misma, para el caso no importa) a asegurar que pase lo que pase el pueblo quiteño "tendrá pantalones", como siempre ha tenido, para botarles a estos del congreso que lo único que quieren es medrar de la situación y... en fin. Así mismo, la gente del Congreso asegura "tener los pantalones" suficientes para no dejarse tumbar por una posible asamblea constituyente (o sea, poder seguir jodiendo, que no es más).
Por otro lado, al evaluar el gobierno saliente, todo el mundo sabe que Palacio no ha "tenido pantalones" para enfrentar ciertas situaciones, aunque podemos afirmar, por ejemplo, que Francisco Carrión sí se ha plantado "con los pantalones bien puestos" ante el conflicto con Colombia.
Pero los pantalones no invaden solamente el ámbito de la política o de las relaciones internacionales. También se hacen presentes, por ejemplo, en mi vida cotidiana, cuando al observar la abierta rebeldía de mi hijo adolescente, algún comedido o comedida bien intencionad@ me recomienda, entre sever@ y condescendiente que "me ponga los pantalonesf" (casi nunca uso otra prenda en la parte inferior de mi cuerpo) para conducir adecuadamente esta situación (también me han aconsejado correazos y otros métodos por el estilo; pero eso creo que se puede hacer igualmente con falda).
En fin, no sé si peco de feminismo exacerbado; pero esta expresión de los pantalones, particularmente, me desagrada bastante. Y más por la ligereza y alegría con que hombres y mujeres la repiten a diestro y siniestro como si fuera la panacea para cualquier desorden, caos o pelea en la que tiene que intervenir un poco de energía, valentía, coraje y/o cualquier otra cualidad afín. "No ha tenido los pantalonessss...", "esperemos que el nuevo Presidente tenga pantalonesss...", "en el conflicto con Colombia (o con Perú, o con ve tú a saber) lo que hay que hacer es ponerse los pantalonesss..." Así, dicho con la sss final bien marcada, arrastrada, severa, terminante.
Y así, aunque ahora casi todas las mujeres que conozco (menos una, que es la reina del glamour, y lo sabe) utilicemos casi exclusivamente pantalones, esta prenda continúa convertida en una cuasi vergonzosa metonimia (o sinécdoque, nunca sé) del masculino, ser que para nuestra mentalidad, inconscientemente, aún encarna el summum de la fortaleza, la valentía, el rigor, el coraje, el empuje y todas esas virtudes que han llevado faldas en igual o mayor proporción a lo largo de la historia de la humanidad. Es decir, hombres y mujeres del siglo XXI seguimos arrimándonos a lo fálico para expresar energía y valor, olvidando quizá que Jesús, Sócrates y William Wallace, por citar solo tres ejemplos masculinos de valentía, serenidad y arrojo, jamás utilizaron pantalones.
Así que, más allá de la pusilanimidad de Palacio o de la serena integridad de Carrión, es de desear que los nuevos Congresistas utilicen el cerebro para darse cuenta de que no representan un carajo a casi nadie, y que Correa (que supo abandonar con dignidad el uso un poco trasnochado del simbolismo de su apellido) así como todos nosotros, con faldas o pantalones, sepamos hacer respetar nuestra elección.
Y que Dios nos ayude, porque buena falta nos va a hacer.

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