Cuando mi matrimonio se acabó, tuve que escuchar muchas opiniones –qué más quedaba – entre las cuales había algunas que me dejaban un poco pasmada: - “Se lo dejaste muy fácil”… ¡¡¡¿?!!!
- “Algo le ha de haber faltado”… ¿Y a mí no?
- “¿No crees que tú también tuviste tu parte de culpa?”… Noticia.
- “Un hombre busca en otra parte lo que no encuentra en su casa”… Y una mujer se tiene que aguantar, seguro.
Bueno, en aquellos tiempos no estaba para ponerme a discutir. Oía, nomás. Pensaba. Vivía mi dolor y eso pone en desventaja a cualquiera. Pero cuando las heridas comenzaron a sanar, me di cuenta de que no solamente yo tenía la culpa de esa ruptura por los motivos anotados, sino que todas las mujeres a las que les ha pasado algo malo tenían la exclusiva de la culpabilidad, haya sido como haya sido el problema:
¿Te pega? Algo habrás hecho.
¿Te viola? Le provocaste.
¿Te abandonó? No le provocaste lo suficiente.
¿Te insulta? Porque te dejas, pues.
Y así… y lo más triste es que son precisamente las mujeres quienes repiten estos contundentes argumentos.
Las creencias populares hacen sentir que, de una u otra forma, la mujer es culpable de todo. Por eso me indignó una cuña radial de la Empresa Eléctrica Quito en donde un macho sabihondo le reclamaba a su esposa el excesivo pago de la luz como si ella fuera la única que prendiera focos, televisiones, planchas y calentadores en la casa. Por eso me indignó más todavía el dulce compañero que le recordaba a la madre de su hijo que ella tenía que hacerse una prueba del VIH porque podía “haberlo adquirido” misteriosamente y era su asunto solucionar cualquier problema derivado del hecho.
Y por eso me espeluznó escuchar en una radio capitalina, el otro día, a una señora anciana quejarse de que las presentadoras de televisión van muy ligeras de ropa, y que así no puede ser “después, si les violan, se quejan”, dijo la señora. Pero eso no me espeluznó tanto como la total aquiescencia de la conductora del programa, quien habló de lo necesario que es el pudor, de cómo las mujeres provocan a los hombres, de cómo los hombres son más instinto y deseo y caen redondos en la provocación…
Llamé por teléfono, pero me parece ocioso comentar el resultado de mis llamadas. Pienso que tanto la señora anciana como la conductora del programa tienen derecho a sus ideas y opiniones. Lo que me parece irresponsable es haber repetido, a través del micrófono, ante todos los oyentes, el dogmático lugar común de que es la violada quien provoca la violación. Ergo, ella tiene la culpa de todo lo que le puedan hacer.
En un país como el Ecuador, en donde los delitos sexuales están a la orden del día, en donde hay violaciones incluso dentro del matrimonio, en donde existen altísimas tasas de incesto, en donde el abuso sexual contra menores es una realidad tan dolorosa como frecuente, no se puede culpabilizar de esa manera a las víctimas de tan graves agresiones. No debería sorprendernos, entonces, que con frecuencia la madre de alguna niña menor de doce años abusada sexualmente por algún familiar adulto cacaree, indignada: “ella le provocó”. Tampoco debería asombrarnos que algunas mujeres tengan tanto temor de denunciar las agresiones sexuales de que pueden ser objeto ellas o sus hijos.
Y un punto más: me parece que la suposición de la “provocación” es también insultante para los hombres, pues los describe y los define como un descerebrado organismo repleto de hormonas causantes de impulsos incontrolables, tanto así que nada más ver una minifalda o un escote pierden cualquier rezago de control y se van con todo sobre la víctima que, ante tan grave incapacidad, se constituye en la verdadera agresora. Si yo fuera hombre y escuchara ese argumento, me sentiría muy ofendido, faltaba más.
Como dije en la llamada telefónica que hice a la radio: una mujer podría andar completamente desnuda por la calle, que nadie, si ella no quiere, debería ponerle un dedo encima. Desde los tiempos de Eva hasta nuestros días, a la mujer se le ha echado la culpa de cualquier cosa, comenzando porque le ofreció un trozo de manzana a un pobre incauto. Y lo que duele y estremece el alma es que, en los albores del siglo XXI, sigamos repitiendo públicamente los argumentos que han convertido este planeta en un verdadero infierno adicional para las víctimas de cualquier atropello o injusticia… y por supuesto, en un verdadero paraíso para ya sabemos quiénes.