La vida y sus vericuetos me han llevado a conocer a algunos buenos profesionales de la psicología. Aunque a veces los he encontrado en los medios, ha sido para hablar sobre temas más bien generales, y a ninguno de ellos lo he escuchado jamás diagnosticando a distancia sobre tal o cual personaje en una radio o en un canal de televisión, lo que da fe de que, a más de excelentes profesionales, son gente íntegra y de recta conciencia, con un alto sentido de la ética que su profesión exige.
Por eso sorprende que, en ciertos noticieros mañaneros y otros medios, algunos “profesionales” del comportamiento humano, entre ellos un siquiatra de apellido Palacio (coincidencias de la vida) haga una “evaluación” o diagnóstico del perfil del presidente Correa y saque algunas conclusiones más bien peregrinas:
- Correa es misógino. ¿Saben por qué? Porque, con falta de tino, es cierto, llamó “gordita horrorosa” a una señorita periodista. Ese, de acuerdo al connotado siquiatra, es un síntoma innegable de misoginia galopante. Correa odia a la mujer, así es. Y si de adjetivar se trata, entonces la misoginia cunde entre nosotros.
- Correa tiene una velada tendencia a la homosexualidad. Este hombre tan sabio, Palacio, ignora por completo que de acuerdo a la OMS la homosexualidad hace rato que ya no se considera una patología, ni siquiera un comportamiento pernicioso o conducta fuera de lo normal. Pero lo que conoce bien, seguramente, o de lo que fue instruido antes de la entrevista, es la necesidad que el periodista que lo entrevistaba tenía de apoyarse en la proverbial homofobia y el machismo de algunos sectores de nuestro país para lanzar una especie de “acusación”, no demostrada además, basada en retrógrados criterios más moralistas que psicológicos.
- Correa tiene severos “trastornos” de personalidad. De seguro Palacio se dio cuenta de esto último al tratar con el señor Ortiz, uno de los hombres más ecuánimes y equilibrados del Ecuador, que rebosa paz interior y armonía con el universo.
Lo mejor de todo es que el doctor Palacio, entre otros, ha elaborado esta sesuda evaluación, tan llena de espíritu científico, después de haber hecho lo que todos nosotros sin ser siquiatras, psicólogos, ni siquiera recepcionistas de consultorio, es decir, observar las actuaciones de Correa en sus apariciones públicas. ¿Algún test? ¿Alguna consulta? ¿Alguna conversación de tres minutos? ¿Alguna “check list” aplicada al involuntario 'paciente'? No. Nada de eso. La pura observación en bruto, así nomás. Como el psicólogo transpersonal más famoso del Ecuador, y como el eterno fiscalizador Carlos González (cuya manía impugnadora y compulsión por fiscalizar también resultarían un fascinante material a los estudiosos de las obsesiones e ideas fijas), los tres en igualdad de condiciones, opinando a diestro y siniestro sobre la salud mental de Correa.
No apruebo ciertas actuaciones y sobre todo ciertos dichos del presidente Correa. Puedo comprenderlos, sin embargo, en su contexto, como una humana reacción eventual, debida al hostigamiento del que es objeto por parte de ciertos sectores de la prensa, que salvaguardan intereses bien conocidos por todos. Pero lo que sí resulta inadmisible es que algunos “profesionales” , olvidando un mínimo de la ética que su trabajo requiere, se presten para “diagnosticar” en los medios, insultando así las nobles finalidades de la psiquiatría y la psicología, profesiones que van mucho más allá del moralismo barato o la defensa de los intereses oligárquicos, y cuyas principales virtudes como estudio del comportamiento humano son la discreción y la ponderación en el momento de emitir opiniones y juicios de valor.