sábado, 29 de septiembre de 2007

EN SILENCIO

ovbiamente
para Marcel Marceau

morirse es una costumbre
que sabe tener la gente
[Jorge Luis Borges]










no calló
porque jamás habló
quizá supo desde siempre
que a veces las palabras no funcionan
se enredan
se dispersan
trastocan el amor
y enlodan el silencio
que siempre es elocuente
que siempre fue elocuente
en sus ojos de mimo
entre sus manos de alas de paloma
en su cuerpo de goma y movimiento
no calló
sencillamente
lo dijo todo sin una sola sílaba
y después
como todos
siguió por el callado camino de la sombra
dejando de este lado
la luz de su sonrisa sin sonidos ni letras

TERMINATOR


Bien machitos somos, para qué es también. Por eso hacemos el Curso de Comandos, que no es para cualquiera. No. Es para los bien machos. Para los que pueden pasarse días enteros sin comer ni tomar agua. Y no es que nos traten mal, no. Es una cuestión de honor. El que toma agua, aunque sea un par de sorbos, se va, no sirve para esto. Claro que se trae agua, comida, todo hay, pero es solo para los que no aguantan, para los que ya no pueden más, para los maricones, en otras palabras. Para los que no son tan hombres como los que podemos superar las demandas de nuestro cuerpo que tiene que fortalecerse, como nuestro espíritu, en esto. Y si alguien se murió fue porque tenía una úlcera sangrante y no avisó. Pero eso está bien, es heroísmo. Si avisaba habrían pensado que estaba haciéndose. Quejándose con el pretexto dizque de salud para no hacer lo que hacen los hombres. Porque esto no es para mujercitas. El que se queja demuestra que no es lo suficientemente hombre como para aguantar el rigor de las prácticas. Así se van eliminando los cobardes, las nenas, los que no pueden nada. Alguien podría preguntar que para qué, para qué tanta cosa, si por aquí hace un rato largo que ya no hay guerras y ya hasta firmamos la paz con el Perú; pero nunca se sabe. La guerra es una cosa que siempre está ahí, ¿no? Un tiempo fue contra los peruanos, ahora quizá sea otra guerra, de más adentro, la guerra contra los que atentan contra la moral este país: esos que dizque venden droga, esos que no se cortan el pelo como bien hombrecitos, esos que se visten de negro porque dizque adoran al diablo, esos que dizque no saben bien qué mismo son y se andan enamorando de gente de su mismo sexo, todos esos, y los que los defienden, además, que son tan maricones y diabólicos y drogadictos como ellos. Podría ser, nadie ha dicho que no. Lo que importa es que hay que prepararse, estar preparados. Si ya no en el Cenepa, en donde nuestros héroes sobrevivieron así, sin agua ni comida, con el clima inclemente, puede ser en otros frentes, en otros campos de batalla. Y de todas formas lo importante es la lucha del espíritu, fortalecerse, hacerse bien hombres, bien machos, aunque ahora esa palabra esté desprestigiada. Por eso es terrible que algunos se hayan tenido que ir al hospital. De seguro no están hechos del mismo material que el resto, que los que aguantamos hasta el último, sin agua, sin comida, sin nada, valientes, fuertes, bien hombres hasta el fin. De seguro que en la vida la misma naturaleza se habría encargado de ellos. Y si no se encarga, para eso están los cursos de comandos, en donde los hombres de verdad traspasamos los límites de lo racional, superamos las limitaciones de nuestro propio cuerpo, aguantamos como machos que mismo somos el hambre, la sed, el agotamiento, el sol asesino sobre nuestras cabezas rapadas (coincidencias de la vida, ¿no?), el dolor de la úlcera sangrante en el centro de nuestro abdomen. Y morimos. Algunos mueren de verdad, de cuerpo y alma. Pero todos morimos. Morimos los que fuimos alguna vez, los hombres más allá del macho, con sudor, con hambre, con sed, con fragilidad, miedo y enfermedades, con glándulas lacrimales y deseos de ponerlas a trabajar. Morimos por adentro en nuestra más auténtica esencia de seres humanos frágiles y mortales para poder aprender a matar sin miedo ni remordimiento, para que desaparezca el hombre de carne y hueso y poco a poco aparezca, debajo de la piel y de los huesos que han resistido la tortura, el exterminador de metal deshumanizado y cruel.

sábado, 22 de septiembre de 2007

OPCIÓN MÚLTIPLE

si hubiera podido escoger
habría pedido alas
aunque no sé si sabría volar
habría escogido selvas y montañas
y no tener jamás
miedo de nada

si hubiera podido escoger
habría optado por el desenfreno
de regalar mi cuerpo
precisamente porque es un pecado
habría escogido un muchacho moreno
que no creyera en ningún dios posible
tan solamente en mi piel y en mi pubis
y en el celo de mi alma desbocada

si hubiera podido escoger
no habría ido ante ningún altar
habría rezado a las caídas de agua
a las piedras pulidas por los ríos
al cielo azul
y a los longevos árboles del mundo
sin pedir nada
tan solo rezar
diciendo creo porque sé elegir

si hubiera podido

pero vine a nacer en la ciudad convento
y me desmamantaron con miedos y mentiras
y cada día que pasa
me aleja de mis sueños
y cada sombra tiene nombre propio
guardo fango en las manos
y costurones viejos y costrosos
en cada recoveco del pasado

dicen
que por algo ha de ser
que así es la vida
dicen
que no hace falta nada
de lo que tanto anhelo
y a veces hasta yo misma lo creo
dicen
el tiempo está en tus manos
pero sé que se acaba

me queda
/como me lo enseñó
con su ejemplo de vida y de palabra
un luminoso ser
hecho de agua y de limo de la tierra/
aprender a blandir mi dignidad
más allá de los sueños no cumplidos
decir
yo soy
y amarme a falta de otros
para observarme entera en mis espejos
y optar ya no por alas
ni por huecos felinos
tan solo por mí misma
y mis arrestos

CARLITOS Y LOS SKINHEADS

El mismo día, en las dos ciudades más importantes del Ecuador, ocurrieron dos hechos que tienen mucho de espeluznante y que, se me ocurre, están más relacionados entre sí de lo que se podría pensar. ¿Coincidencia? ¿Casualidad? ¿Sincronicidad? No lo sé.
Carlitos, dicen unos, no quería ir al fútbol ese día. Otros dicen que sí, pues era hincha a muerte del EMELEC. El caso es que fue. Y encontró la muerte. Una muerte, perdónenme la crudeza del término, bastante estúpida. Estúpida porque Carlitos tenía solo once años y faltaba apenas una semana para su duodécimo cumpleaños. Estúpida porque fue ocasionada por la estupidez de “Alguien” que, por otro lado, no hacía más que repetir los rituales que dicta en ciertos casos la efervescencia de masas, la mayoría de las veces también bastante falta de juicio: gritos, gestos, actitudes, agresiones, uso de ciertos objetos potencialmente mortales pero que forman parte del “aquí no pasa nada” orquestado por todos los estratos sociales y económicos de nuestro país: “Ponte el cinturón de seguridad”. No va a pasar nada. “Cuidado, que va a cambiar a rojo”. No va a pasar nada. “Guarda a ese perro”. No hace nada. “No dispares esa bengala”. No va a pasar nada. Así funcionamos.
¿Pero qué provoca que una bengala haga blanco en el pecho de un niño de once años y allí estalle? “Alguien” seguramente la arrojó. ¿Con intención? Lo dudo. Por lo menos no con intención de matar. ¿Intención de qué, entonces? ¿Para demostrar qué, por Dios? Somos muy machos, y lo sabemos. Muchos de esos “no pasa nada” que tienen fatales desenlaces nacen de un afán de demostrar que somos fuertes, que nada nos arredra, que nada nos da miedo, y que la prudencia no es “de hombres”. Por lo menos no de los hinchas de uno u otro equipo de fútbol. ¿Importa que las Fuerzas Armadas hayan calificado a las bengalas del tipo de la que estalló en el pecho de Carlitos como material bélico? Por supuesto que no. Manejar material bélico en un estadio abarrotado es una seña de que somos muy machos, ya lo dije. Arrojar material bélico a una suite llena de gente, sobre todo si son hinchas del equipo contrario, demuestra que somos “culazos”. Y de seguro que, si no hubiera muerto un niño, “Alguien” estaría en este momento jactándose de su ‘hazaña’ entre la admiración de sus amigos y parientes.
En Quito, la noche de ese mismo día, Cora Cadena se dirigía inocentemente a conducir su programa dominical en Radio La Luna. Iba en metro bus, como una muchacha común y corriente que no tiene auto. Iba confiada, de seguro. Tal vez estaba triste por las noticias de Guayaquil. Nunca pensó que en el brevísimo espacio entre la parada del metro bus y la puerta de la radio la iban a interceptar los agresores. Hombres y mujeres, dice que eran. Muchos contra una. Entre ellos, varios hombres contra una sola mujer. Armados, contra alguien inerme. Y, al igual que ese otro “Alguien”, escondidos en el anonimato, no de la multitud, pero sí de la noche. No manejaban material bélico identificado como tal por las Fuerzas Armadas, pues ellos son su propio material bélico: provistos de palos, entrenados en incontables horas de gimnasio y adiestramiento clandestino.
¿Por qué atacar a Cora? Porque no es hincha de su mismo equipo. Ya no de fútbol, en este caso, sino de opciones vitales. Solo que mientras Cora Cadena defiende sus posiciones y puntos de vista con palabras y argumentos, sus agresores atacan las palabras y los argumentos de manera cobarde, brutal y artera contra quien no podrá defenderse de igual forma. Material bélico estallando intencionadamente en la herida de su cabeza, en la fractura de su mano, en el resquebrajamiento de su ánimo. Muy machitos también, aunque entre ellos hayan estado mujeres. ¿Para demostrar qué? Entre sus confusas explicaciones se alcanza a entender que quieren abolir lo diferente, que identifican, con una inocencia que haría reír si no fuera porque primero indigna, a los delincuentes comunes (ellos no lo son, ojo), con los punk y anarquistas, a estos con los homosexuales, y a estos con las prostitutas, y a estas con los rockeros, y a los últimos con los niños de la calle, y así, con todo lo que les resulta molesto, incomprensible o solo distinto. Y de seguro que por todos ellos se sienten amenazados. Aterrorizados. Porque solo el terror puede conducir a ese tipo de reacciones tan destructivas.
Se supone que en una sociedad sana (¿la hay?) debe existir un lugar para todos. Para los hinchas de los otros equipos, para los de otra orientación u opción sexual, para aquellos a quienes les gusta otra música, para los que piensan diferente y lo defienden, sin agredir, ante un micrófono. Se supone que en una sociedad sana una muchacha que trabaja honestamente en una radio no tendría que ser agredida solo por su manera de pensar. Se supone que en una sociedad sana ningún niño tendría que morir en un estadio porque le ha estallado una bengala (material bélico, y no importa de los hinchas de qué equipo) en el centro del pecho. Ojalá que el sacrificio de Carlitos y de Cora, víctimas inocentes de un mundo esquizofrénico, nos lleve a reflexionar sobre lo que hacemos para convertir nuestras ciudades y nuestro país en lugares más habitables y tolerantes, sin miedos absurdos, en donde el respeto y la solidaridad vayan ganando poco a poco el terreno ocupado hoy por hoy por el pánico y la rabia.

sábado, 15 de septiembre de 2007

SI DIOS FUERA CHIQUITITO


si Dios fuera chiquitito
como una pluma
o como el ala de una mariposa
si cupiera en el hueco de la mano

si ya no fuera el rey del fin del mundo
o el que ordenó quemar a los herejes
si ya no fuera el que apadrina al papa
o el mayor auspiciante
de ese club setecientos y otras aberraciones

si fuera apenas nada
el susurro del viento alguna noche
la suave brisa que aquieta la angustia
si fuera un poco menos que silencio
y misterio

yo no pido favores
peor milagros
que no clasifiquemos al mundial
que no me vaya bien
en nada de lo que tenga la culpa
que no me saque de ningún problema
que ya no haga justicia
/o lo que pienso que ha de ser justicia/
si no quiere
o no puede
ni mucho menos
que reviva a ninguno de mis muertos
porque todos ocupan un lugar en mi pecho
y de allí no se mueven
ni se irán
/aunque quieran/

me gustaría
apenas
/lo dije y lo repito/
que cupiera en el hueco de mi mano
en el cerrado espacio de unos brazos amigos
o en la trizada y vacilante
luz que ocupa mis lágrimas
y que allí se quedara
sin amenazas viejas ni consejos manidos
tan solo acompañando
acompañando
acompañándo
me

VESTIDOS DE TANGO...

para Alicia Crest

Me desmamanté pronto, y con música. Tengo recuerdos vagos de un patio de cemento en el viejo y empinado barrio de San Juan, donde mi abuelo, don Lucho Rodríguez, jugaba conmigo al bus, sentándonos en las gradas mientras él empuñaba una vieja tapa de olla que fungía de volante... pero esa es otra historia. Lo que importa por ahora es el fondo musical de esas escenas. En alguna parte, sonaba un viejo radio lleno de interferencias, con el botón de "tune" (¿se acuerdan?) dado al máximo. Y detrás del ruido de huevos fritos y tempestad quién sabe dónde, esas voces que ahora por fin ya son inmortales: Roberto Ledesma, bolereando impunemente "Percal", Alberto Castillo, Francisco Canaro, y también algún insigne instrumentista como Anibal Troilo. Y tangos, tangos, tangos, todo el tiempo tangos. Eso se queda en la sangre, por no decir en el ADN, en donde ya debía haber habido una buena carga de lo mismo desde hace quién sabe cuántas generaciones.

Luego fui descubriendo otros interpretes y autores, otras voces, otros estilos: Manzi y Castillo con sus desgarrados y desgarradores poemas, Carlitos Gardel, en toda su maravilla y su misterio, congelado en tantas fotos que finalmente tuve que escribir un cuento ("En un dos por cuatro") para que su inmortalidad no me atormentara. La genialidad de Piazzolla hecha carne en la voz cascada y sin igual de Roberto Goyeneche. Y las mujeres, dos de las cuales todavía me estremecen con su voz y su estilo: Susana Rinaldi y Adriana Varela.

Por ahí, en las calles y noches de mi ciudad, la vida me regaló una hermana mayor que también, en ámbitos más pequeños y familiares, cantaba el tango como una diosa: Alicia Crest. Solo tiempo después supe de la fama y del talento que esconden su modestia y su enormísimo corazón.

Por todo eso fue particularmente emotivo para mí acudir a la cita con Carlos Grijalva en el Teatro Bolívar. "Se viste de tango" se llamaba el espectáculo. Antes de seguir, debo aclarar que no soy crítica de arte, ni pretendo serlo. Voy a hablar solamente de lo que vi, oí y sobre todo de lo que sentí que, desde luego, no tiene por qué ser compartido por nadie.

Vi un cantante maduro. Posesionado de y por el género, pero también con su estilo propio. Vi (oí) una voz cultivada, cuidada, pero que no tenía temor de quebrarse o romper normas cuando las necesidades de expresividad lo pedían. Vi unos músicos sobrios, en equipo, profesionales y dueños de su arte como pocos.

Escuché tangos de aquellos que cobijaron mi infancia y mi adolescencia con ese tratamiento existencial a partir de la pena de amor que, a mi juicio, no ha alcanzado ningún otro género de canción popular ("Desencuentro" sería un buen ejemplo), me maravillé con interpretaciones que realmente alcanzaron una cota muy alta ("Balada para un Loco", "Oro y plata") y me conmoví doblemente con un par de temas que me llegaron al alma, por sus propios méritos, claro, pero también porque en la voz de Carlos y la interpretación de sus compañeros su calidad era inmejorable: "Milonga del trovador" y el pasillo "Pasional" en un arreglo con bandoneón que no lo 'argentinizaba', sino todo lo contrario, lo renovaba y le daba una particular frescura.
¿Qué más puedo decir? El espectáculo de Carlos Grijalva fue un oasis en medio de las tensas semanas del inicio del año escolar, y la lástima sigue siendo el poco interés de la mayoría de la gente por acudir a este tipo de presentaciones, mientras los estadios y coliseos se abarrotan para ir a ver cualquier cosa. Por eso, pienso que es un gran acierto llevar también estas canciones a otras ciudades, como Cuenca y Riobamba. Ojalá allá también mucha gente pueda disfrutar del arte, la autenticidad y la belleza transmitidas por este excelente cantante, pero sobre todo por el maravilloso ser humano que es Carlos Grijalva.

domingo, 9 de septiembre de 2007

MALA RACHA

por estos días
no se ven bien
desde aquí
el beneficio de la duda
la satisfacción del deber cumplido
o el triunfo sobre la adversidad

más bien
se han terminado las merecidas vacaciones
y la más puerca envidia se cuela
por los resquicios de todas las puertas
y nos sentimos brutos
por haber sido buenos
y nos sentimos buenos para nada
por no haber sido malos
pésimos
hijueputas a tiempo completo

algo nos dice que tal vez así
en la lid del romance
o de la ocasión calva
nos habría ido un poquito mejor

no sabemos si es cierto
solamente
/quizás sea un derecho/
se nos figuran pírricos
las victorias morales
los triunfos del espíritu
el íntimo placer de no haber hecho daño
por un día en la vida queremos
plata
polvos con artistas de cine
/mejor si son casados y alguien llora/
triunfos de la carne
satisfacciones huecas
venganzas asquerosas
y esos brutales golpes del destino
por los que nunca dimos cuando aún era tiempo

por todas nuestras lágrimas

igual que las goteras
después pasa
cuando pasa la lluvia
y volvemos a ser buenos y puros

a poner las mejillas frente a las bofetadas
y el corazón abierto para lo que se ofrezca
pero solo por hoy
déjennos ser perversos

sábado, 8 de septiembre de 2007

POR SUS OBRAS LOS CONOCERÉIS...

Quienes me conocen -y han leído mi blog - saben que no soy una persona particularmente religiosa. Pero eso no tiene mucho que ver con lo que voy a decir ahora, pues, aunque no sea religiosa, creo saber dónde sí es oro lo que brilla y donde no es más que oropel.

Por eso, aunque me ha fastidiado, no me ha llamado la atención cómo en estos últimos días (semanas, mes...) en todos los medios, incluida la revista Selecciones, hemos visto nuevamente la biografía de la difunta Lady Diana junto con todos los detalles de la infidelidad de su marido (no se sabe bien a quién fue infiel, en realidad, ni por qué) y otros acontecimientos que, si me hubieran pasado a mí, por ejemplo, no le habrían servido para un carajo a nadie. Han aparecido reportajes, artículos, seriales de televisión, miniseries, libros... en fin, a la pobre Lady Diana solo le ha faltado resucitar para ver cómo su ex esposo es por fin feliz con Camila Parker-Bowles (como siempre lo fue, por otro lado).
Sin embargo, sí hay que anotar, que, aunque haya muerto apenas una semana después, no ha habido el mismo despliegue mediático respecto de la Madre Teresa de Calcuta. Y una no puede dejar de preguntarse por qué esta mujer pequeña y generosa ha caído, de golpe, en el olvido. ¿Será porque no tenía tanto glamour como Diana? Esa es una posibilidad. Una túnica blanca con azul todo el tiempo no es un objeto tan subastable como, por ejemplo, los artículos personales y los vestidos de noche de Diana, eso hace noticia (aparte de que creo que la Madre Teresa ni siquiera tenía objetos personales, y peor subastables). Por otro lado, la Madre Teresa no tenía novio, y al no tener novio no podía nadar en el yate de su novio, y al no nadar ligera de ropas en el yate de su inexistente novio, no era un ser apetecible para los paparazzi, obviamente, aparte de que entre sus innegables cualidades no se encontraba la de ser escultural y fotogénica.
Pero, más allá de la broma, ¿quién hizo más? No lo sé. Supongo que, en medio de su corazón lacerado, Diana hizo lo que mejor pudo por sus hijos, por sacar adelante su vida y por un número de causas humanitarias que desconozco. Exactamente qué hizo en este último rubro, no lo sé. Lo que yo he visto es que ha subastado vestidos, se ha tomado fotos y ha dado la mano a un montón de señores y señoras importantes, y supongo que eso ya es algo. Eventualmente también ha levantado en brazos a algunos niños desnutridos, con síndrome de Down o con problemas por el estilo. Aunque, obviamente, por mucho que me esfuerce, no me parece el equivalente a lavar cotidianamente las llagas de un leproso, a recoger parias moribundos de las calles para llevarlos a un buen albergue, a abrazar y besar a enfermos de Sida en sus últimos minutos para que no mueran en soledad...
Sin embargo, es Diana quien puebla las portadas de toda clase de revistas, la que sale en la televisión, la que, como un fantasma, deambula por la memoria de la humanidad entera enseñándonos lo que el mundo actual sigue como una verdadera religión: que el glamour y el romance barato pesan mucho más en la memoria de la gente antes que la generosidad y el amor realmente práctico a los pobres y desamparados. ¿No les parece así?

domingo, 2 de septiembre de 2007

GOTERAS

llueve sobre la ciudad
pero la tristeza
como la procesión
me va por dentro
más allá de las nubes
o los viejos silencios
y los inconfesables desencuentros
me llueve de repente
entre los ojos y mis propios restos
esta desolación
que no sé bien cómo explicarle a nadie
este pegoste de sábado tarde
de tareas no cumplidas
de fin de vacaciones
de nostalgia sin forma definida
de pájaro cansado chapoteando entre nubes


yo sé
se me pasa
vendrán los nuevos días
y diré no fue nada
pero hoy
para cualquier efecto
secundario primario o del tipo que sea
solo llueve
aquí adentro
igual que afuera

VACACIONES (III)

Palabras de los niños


Todavía me acuerdo con nostalgia y emoción cuando mi hijo, en aquel entonces de dos o tres años, al quemarse la manita con agua muy caliente, me pidiera, por favor:
-Caliéntale con agüita fría, mami.
O cuando mi hija, en una edad similar, y después de mucho pedírmelo sin resultado, me preguntó si Dios le iba a poner el cinturón de seguridad en el auto.
Son cosas que no se borran y forman parte de las conversaciones y la mitología familiar. Pero, además, me parece que en esta familia los niños están especialmente dotados para este tipo de frases y palabras. Pienso, por ejemplo, en Jerónimo, mi sobrino, que durante el paseo por el Ecuador y el regreso -como ya dije - por la Ruta de la Incertidumbre, dijo algunas memorables frases que registro aquí para la posteridad.
Cuando ingresábamos al parque Podocarpus por una carretera que por un lado daba al bosque impenetrable y por el otro a un precipicio hondo y sin fin, escuchando un estribillo de Mortero que repetía, haciendo honor a su propia frase: "¡¡¡Caigo y grito!!!", él miró hacia el lado del abismo y opinó, entusiasmado:
-Es la primera vez que veo el precipicio en persona.
O cuando comentábamos sobre una persona que debía haber sufrido mucho para convertirse en lo que es ahora y él, irreverente y certero, dictaminaba:
-Sí: en un monstruo de cuatro lenguas.
Pero la más inolvidable fue en el momento en el que, después de mucho manejar por una carretera inhóspita y terrible para la parte posterior del cuerpo, llegamos a un tramo pavimentado que duró demasiado poco, y luego volvieron el lastre y los huecos en el suelo, entonces él, ya en desesperación, comenzó a implorar:
-Que se acaben los baches, por favor... que se acaben los baches... que se terminen los baches...
Al recordar la tradición impía y agnóstica de las dos últimas generaciones de esta familia, le pregunté:
-¿A quién rezas, Jerónimo?
Él primero dijo que a nadie, pero luego recapacitó y, levantando su mano cerrada en el aire, proclamó:
-¡Al puño humano!
Religión que desde entonces nos cobija amorosamente, pero no para pegar, no se preocupen, sino para cuidar y recordar todas las ocurrencias de aquel hermoso niño que es mi sobrino...

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