viernes, 27 de junio de 2008

un nuevo blog

Les invito a todos quienes me leen a visitar el blog de la Fundación Carl Gustav Jung del Ecuador, que aparte de informar sobre sus actividades y eventos, también tendrá notas importantes e ilustrativas sobre la Psicología Analítica y su fundador. Por ahí nos vemos. También habrá un enlace en nuestra sección 'Visita también', al final de la página principal de este blog.

jueves, 26 de junio de 2008

alas de la sombra en el viento
apenas
recuerdos que parecen ajenos
esa mejilla contra la mía
y las palabras
que no repetiré
porque no son de nadie
cómo llegar a comprender
lo que a veces parece tan claro
cómo
parar el hilo de tus lágrimas
si ni siquiera las he visto
y tú tampoco sabes de las mías
más que por referencias
de terceros
/de esa tercera que soy yo
cuando no estoy llorando
quiero decir/


y todo lo que has sido
y lo que eres

y el repetido y secreto agobio de mi corazón
que se niega a entender
/por algo es corazón/


dos letras que se escapan
como arena finita
entre las viejas líneas de mi mano
en donde
al fin
te quedas
como indelebles rastros
/partículas de instantes
abrazos
y ternura/

ASÍ ERAN CUANDO LLEGARON

Pobres.
Paupérrimos.
Miserables.
Huídos del hambre, para ver si había cómo paliar en Ultramar el sufrimiento de los suyos aún pagando el precio del desgarrón de la separación y de la propia pobreza quién sabe hasta cuándo.
Tristes.
Por lo menos algunos. Bastantes. Habían dejado una historia detrás y la vida se les ofrecía incierta y peligrosa. Claro que hubo quien llegó en busca de aventuras, y no le fue mal. Pero muchos, la mayoría me atrevería a decir, venían empujados por la desesperación, el miedo y esa extraña seguridad desamparada que brinda el ya no tener nada que perder.
Prófugos.
Porque vinieron perseguidos. Escondiéndose de la justicia, de la intolerancia o de la inoperancia de monarcas totalitarios, fanáticos y ambiciosos.
Sucios.
Sin bañarse meses. Con un olor que provocaba náuseas a los indígenas que los encontraban en las costas o los poblados. Con las pieles cubiertas de sarnas, repletos de alimañas, y el vaho de los dientes podridos espantando a quien se atreviera a cruzar dos palabras con ellos.
Ignorantes, vinieron.
Analfabetos. Creyendo que llegaban a otra parte. Con el atrevimiento y la arrogancia que solo una prístina ignorancia puede proporcionar. Desde entonces imaginándose superiores y con derechos a cualquier cosa. Muchos sin conocer las letras ni los números. Y sin tener idea de la maravilla que estaban pisoteando y que planeaban destruir en busca de oro y algunas otras cosillas sin importancia.
Enfermos.
Cargados de microbios y parásitos. Amarillos. Con los órganos reventando humores desconocidos por estas tierras. Esparciendo virus y bacterias por donde pasaran sin que nadie se atreviera a pedirles un certificado de vacuna, porque para nuestra mala suerte la vacuna todavía no se inventaba.
Humanos.
Demasiado quizá. Con toda la grandeza y todo el espanto que encierra el calificativo. Dispuestos a cualquier cosa. Impulsados por sus propias angustias y miedos convertidos en rabia y en orgullo.
Así llegaron.
Y en otras tandas siguieron viniendo para salvarse de la crisis económica, de la persecución religiosa, de la persecución policial con causa justa, de la guerra civil, del fascismo o del estalinismo, del campo de concentración, de la cámara de gas, de los procesos de Nüremberg y ve tú a saber de qué más nomás.
Nunca encontraron una puerta cerrada.
Nunca una cara hosca les exigió papeles en las aduanas o las oficinas de migración.
Jamás un perro entrenado para matar les olisqueó las botas a ver si escondían algo.
Y cuando se los vio demacrados y desolados solo se les ofreció el espacio cálido de un abrazo de bienvenida y la posibilidad de tener un nuevo hogar para curar sus heridas sin mayor sobresalto.
Hermanos, los llamamos. Y Madre a la madrastra que los enviaba por hornadas a buscar cualquier cosa en nuestro suelo.
Así fue.
Así fueron.
Todos –o casi todos – consiguieron lo que buscaban por los métodos que fuera.
Y nadie les ha pasado aún la cuenta.
Solo que ya se olvidaron.

martes, 17 de junio de 2008

dejar ir

para X. O.

igual que abrazar
y que desear
igual que estrujar
y aferrar
igual que confiar
y esperar
en algún momento
las manos se abrirán
y veremos brotar
las alas de los que amamos
no importan las lágrimas
algún rato se secarán
y quedará el amor
tan solo el amor
que no muere
ni puede cambiar

michael




Dice un pensador francés que no son solo los lazos de sangre los que forman el parentesco, sino también los del corazón y de la inteligencia. Palabras sabias, pues aunque los lazos de sangre son indelebles y marcan la vida de las personas, los del corazón y la inteligencia también se convierten en dulces ataduras del afecto. Y no solo eso, sino que esos lazos de la inteligencia y el corazón terminan, muchas veces, conduciendo al encuentro de las sangres.
Tal vez eso fue lo que le ocurrió a Michael Handelsman cuando se enamoró de una mujer costeña llamada Victoria, alguna vez que sus estudios y su interés por la literatura latinoamericana lo trajeron por estas tierras. Los lazos de la inteligencia y el corazón no tardaron en anudarse de manera indeleble y permanente.
Pero Michael Handelsman no solamente se unió en matrimonio con Victoria Suárez. Fue más allá, y por eso escribo con orgullo y cariño estas letras acerca de él. A pesar de vivir en Estados Unidos, no solamente hizo del Ecuador eso que se suele llamar una ‘segunda patria’, sino el lugar que su corazón y su pensamiento adoptaron con amor y dedicación para mirar desde fuera, con los ojos del alma bien abiertos, su cultura, sus letras y su innegable valor, y así mostrarnos también a los ecuatorianos, con frecuencia ‘mal’ acostumbrados a la maravilla y por lo mismo descuidados de ella, todo lo de esplendoroso y sabio que las palabras de nuestros poetas, narradores y pensadores encierran.
La ficha bio-bibliográfica de Michael Handelsman nos cuenta: “Ha publicado doce libros y más de sesenta artículos en revistas de literatura sobre temas ecuatorianos y latinoamericanos que abordan distintos tópicos. Su libro más reciente, Leyendo la globalización desde la mitad del mundo: identidad y resistencias en el Ecuador (Quito, El Conejo, 2005), recibió el Premio Isabel Tobar Guarderas del Distrito Metropolitano de Quito (2005), y el A.B. Thomas Book Award del Southeast Council on Latin American Studies (2006) en Estados Unidos” (http://www.uasb.edu.ec). También sabemos que durante más de treinta años, Michael Handelsman se ha dedicado a difundir temas de la literatura y la cultura ecuatorianas en Estados Unidos y otras partes del mundo.
Por todos estos motivos, la Universidad Andina Simón Bolívar le ha entregado el título de Profesor Honorario. Y ha hecho bien, pues no solamente ha reconocido la validez académica y docente de un profesional íntegro y preparado, sino algo que lamentablemente menos ecuatorianos de lo que haría falta solemos hacer: amar a nuestro país desde dentro y desde fuera, adentrarse en los vericuetos de las palabras dichas desde un dolor ancestral, valorar las luchas por resistir los embates de un mundo globalizado y cruel, y saber mantener –mil gracias, Michael– intactos y cada vez más fortalecidos, esos lazos que nacieron alguna vez de la unión de las inteligencias y los afectos.
En verdad, es mucho lo que todos los ecuatorianos y ecuatorianas que amamos a nuestro país y su cultura le debemos a ese hermano de nuestro corazón que es Michael Handelsman.

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