domingo, 22 de febrero de 2009

johann sebastian bach - sonata en mi bemol mayor (bwv 525) 1. adagio

quién tuviera
tan solo
la palabra precisa
que devuelve las cosas a su sitio
quién
pudiera
con el toque leve de la yema de un dedo
detener
el imparable caudal del llanto
quién supiera
cuándo callar
cuándo cantar
y hablar
y qué decir
quién pudiera enseñar
a nunca errar el paso
para no lastimar
ni hastiar
quién
tan solo
supiera
cuándo hacer qué
y amar
hasta el final
sin estropear

la ciudad de las lágrimas

[sobre la poesía de Amelia Ribadeneira]


Una mujer llora. Mira un abrigo colgado en un armario, y llora. Va llorando incesantemente por las calles de la ciudad y sus lágrimas forman ríos que se confunden con la lluvia. Quiere colgarse. Cortarse las venas. Y lo dice. Moriría otra vez si no hubiera ya muerto por el cuchillo que salió de la boca de un hombre y se le clavó a ella en el cuello.

Su dolor es impúdico, desenfadado. Lo dice sin signos de admiración, sin gritarlo, pero a los cuatro vientos.

Esa es la fuerza de la poesía del segundo libro de Amelia Ribadeneira. Sin pretensiones, todavía no le ha puesto título. Se llama, para efectos de un nombre de archivo de computadora Segundo Poemario. Así lo ha llamado, parecido a cuando nace una criatura para quien todavía no tenemos listo el nombre y lo llamamos El Bebé, o La Niña.

Este libro se teje con dos hebras conductoras: la fuerza de la pasión y el desgarramiento de la ausencia. Ambas se trenzan en palabras desenfadadas, ya lo dije; pero también en bellísimas imágenes del impulso amatorio. Nos desgarramos con ese sufrimiento rojo escarlata que pulula por sus páginas, pero también sentimos vibrar nuestra alma y nuestro cuerpo con el impulso del amor expresado a través de las calles de Quito, la ciudad que le sirve de escenario.

Al leer los sentidos poemas de Amelia, me vienen a la mente todo el tiempo las blancas paredes de las viejas casas y los antiguos conventos del centro histórico de esta ciudad que amo aunque a veces sienta que tendría que odiarla. También yo he andado esos caminos entre la ilusión y el despecho, y es el cielo azul infinito el que con frecuencia ha cobijado el arrobo de la alegría y el dolor de la soledad, o de igual manera la paz de la soledad y el lacerante rumor del desencuentro no buscado.

Saludo este bello conjunto de poemas sobre las alegrías y las penas del amor, que, sin embargo, rescata la individualidad y la fuerza de los corazones femeninos (o masculinos, qué me hago) que se atreven a darse con todo en el siempre difícil arte de amar, y que saben que, por temible que sea el incendio, siempre seremos el ave Fénix que resurge de sus propias cenizas para seguir apostándole a la fuerza y autenticidad de su sentir.

lunes, 16 de febrero de 2009

breve canción sin intención de amor

me gustaban tus ojos
ese sereno azul de cada martes tarde
esa atención callada
el hilo tenue que nos sostenía
me gustaban tus ojos

me gustaban tus labios
y la curva de sol de tu sonrisa
y el brillo de tu risa
cascada de cristal de tu alegría
me gustaban tus labios

me asustaba soltar tu corazón
porque dolía tanto el hilo de esa bella cometa
que parecía romperse
y perderse sin vuelta ni retorno

me gustaba tu alma
fabricando miradas y preguntas
o tan solo esperando
sin asomo de asalto ni secreto
me gustaba tu alma

me gustaban tus manos
esa manera de tejer el aire
de atrapar mis palabras
de bordar esperanza en mis angustias
me encantaban tus manos

me asustaba soltar tu corazón
y aunque a veces aún duela el hilo de esa bella cometa
que parece romperse
y sienta que lo pierdo y no hay retorno
ya no temo soltar tu corazón

y volverlo a encontrar

de amores

En estos días, en la ciudad de Los Ángeles, una joven mujer latina acaba de completar, en siete partos, la abrumadora cifra de catorce hijos. Los primeros seis partos fueron de un solo niño, y el último de óctuples. ¿Padres? No se sabe. Andando por el mundo. Ahora esta mujer enfrenta el odio de gran parte de su comunidad porque recibirá ayuda estatal para poder mantener y criar a sus niños. Incluso ha llegado (según las noticias que publica la Internet) a recibir insultos y hasta amenazas de muerte por atreverse a tener tantos hijos sin contar con los recursos necesarios para poder cuidar de ellos.
Resulta irónico que este suceso se reseñe entre las noticias de la red justo en los días en que se festeja, pomposamente, con derroche de corazones que van del rosado al rojo encendido y aglomeraciones en las zonas de diversión de las ciudades, el famoso ‘Día del amor y de la amistad’.
Parecería, por la iconografía y la publicidad al uso, que el único amor es el amor de la pareja. Institución que, por otro lado, ahora atraviesa una de las más profundas crisis en la historia de la humanidad: rupturas, divorcios, no a la unión de por vida, incremento de la soltería… Y sin embargo, las mujeres y los hombres del planeta seguimos soñando en el amor de los cuentos de hadas, creyendo al pie de la letra en todas sus implicaciones e interpretando literalmente la connotación más profunda de sus símbolos.
En nuestro país hay datos que resultan patéticos: las tasas de violencia intrafamiliar, los niveles de abuso sexual a menores, el alto índice de crímenes pasionales y suicidios por causas ídem.
Y sin embargo, obstinados y obstinadas, tercos y tercas, seguimos buscando eso que hemos dado en llamar el ‘alma gemela’. Seguimos hurgando en todas partes pretendiendo encontrar aunque sea el cadáver de la princesa perfecta o del príncipe azul (¿cianótico?). En un mundo sobrepoblado y repleto de gravísimos problemas de todo tipo, continuamos haciéndonos eco de nuestros impulsos reproductivos para tratar de llenar nuestra vida con la presencia de otro o de otra que nos dé a comprender que somos dignos de amor. ¿Qué importa si en ese camino cosechamos decepciones, maltrato, despecho avasallador o catorce hijos que no seremos capaces de mantener?
¿Por qué será? Me digo. ¿Por qué será?
Por el camino los dioses me han regalado el goce infinito y sagrado de la amistad. Pero la amistad no tiene el tinte de exclusividad, de ‘para mí solita’ que parece teñir o impregnar, a veces engañosamente, la relación de pareja. Y sin embargo, hace más de dos mil años ya dictaminaron las palabras de Jesús: “No hay mayor amor que el del que da la vida por sus amigos”.
¿Dar la vida? ¿Entregar la vida? ¿Compartir la vida? Cuando nos enjugamos las lágrimas del desengaño, podemos encontrar amor por todas partes, aunque no sea el clisé de la pareja. Quizás el secreto consista más bien en solo extender la mano para que en ella se pose la mariposa verde del amor, y no pretender cerrar el puño para detenerla, al tiempo que la destruimos en ese vano intento de atraparla para siempre. Quién sabe.

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