sábado, 23 de febrero de 2008

LOS ABUELOS

para mi abuelo
y el tuyo
los abuelos están hechos de polvo de tiempo
mazapán
y un olor a tabaco que no asusta
están hechos de ternura
y puede ser que hayan pedido el miedo
después de recorrer años y sombras

los abuelos están hechos de cariño
de canciones antiguas
de historias de gente que no conocimos
pero que de seguro
también nos quiso mucho
están hechos de silencios
y de preocupaciones que no dicen a nadie

los abuelos no huelen a guardado
sino a experiencia
y a veces cantan
cosas que los pequeños sabemos en el alma
pero quizá no es tiempo

los abuelos nos cuidan como pueden
y nos regalan cosas que sabemos que solo
sirven para el recuerdo
están pendientes como ángeles guardianes
y darían la poca vida que les queda
por sabernos enteros y felices.

un día
los abuelos se van
a veces ni nos dicen hasta luego
y el silencio se adueña de sus cosas
a veces
pero basta buscar en el recuerdo
o en esos vericuetos
en que nos hace falta un cuento de hadas
un sueño
una presencia sin nostalgia
que sostenga los monstruos del camino
para saber que están
aunque hace tiempo que ya hayan partido

OTRA NOCIÓN DE PATRIA

Hace poco tiempo fui sorprendida por una bella canción con ritmo de vals peruano: “El beso”, se llama. Está interpretada por Pedro Aznar y por la cantante peruana Eva Ayllón. ¿Que por qué hablo de este tema tan trivial en un día tan cívico? Bueno, al oír la genial interpretación de Eva Ayllón, su voz en la que, además, se unen la sangre de los esclavos y el señorío español, me puse a pensar en que al país de donde viene esa maravillosa voz de mujer lo llamamos durante décadas “El Caín de América” y, de repente, eso me pareció un contrasentido.

Eran otros tiempos, claro. Tiempos en que la noción de Patria aún se construía desde los resquemores y los recuerdos de enfrentamientos y desencuentros. Tiempos en que las cicatrices de las guerras pasadas daban dolorosos tirones en todas direcciones, y pensábamos que el patriotismo verdadero es directamente proporcional al rencor que se pueda acumular contra quienes supuestamente eran nuestros seculares y proverbiales enemigos, para peor, triunfadores en más de una ocasión.

Sin embargo, aunque no podemos dejar de reconocer el arrojo y la valentía de nuestros anónimos soldados ni de quienes los comandaron, aunque no podemos minimizar sus triunfos y victorias, tampoco podemos ignorar que los tiempos han ido cambiando y la noción de Patria que hoy tenemos no es ya la misma de hace veinte, cuarenta, y mucho menos ciento setenta y nueve años.

¿Qué noción de Patria nos debería amparar ahora? Es difícil entrar en el campo de las redefiniciones. Hoy, que la vida se ve amenazada en todas partes en mucho por la falta de cuidado y la ambición de quienes nos consideramos seres superiores a otras especies. Hoy, que la paz no encuentra en todo el planeta un lugar donde afincarse definitivamente. Hoy, que sigue existiendo discriminación, rechazo y maltrato a los más débiles, la noción de Patria tiene obligatoriamente que rebasar el ámbito de lo local y mirar de frente hacia los retos y las responsabilidades planetarias y mundiales.

Pero es ahí donde surge otra pregunta: ¿debemos entonces olvidar lo que somos como individuos, como comunidad, como personas para insertarnos en la globalidad? Cada persona, cada comunidad, cada país tiene sus peculiaridades, sus idiomas, sus formas de ser, su arte. Y esas culturas también deben ser cuidadas y preservadas. Tenemos la suerte de vivir en un país muy diverso y quizá todavía no lo sabemos apreciar. Continuamos mirando obstinadamente hacia fuera, esperando que la luz y la salvación a todos nuestros problemas nos vengan de otro lado. Conocemos idiomas extranjeros, pero ignoramos incluso los nombres de las nueve lenguas que se hablan en nuestro territorio aparte del quichua y del castellano. De seguro muy pocos de nosotros podemos decir todos los nombres de todas las etnias que habitan nuestro territorio. Y así, sin conocer y peor apreciar los diferentes rostros de nuestra Patria, es muy poco probable que aprendamos a amarla como ella lo requiere.

Hubo un tiempo en que amar a la patria era ir a la guerra para defender unas fronteras violentadas. Hubo un tiempo en que amar a la patria era conmovernos hasta las lágrimas a la vista de su bandera ondeando en el viento. Y las dos cosas fueron y son legítimas y correctas desde la perspectiva histórica y real. Pero para nosotros, que seguramente ya consideramos a la guerra como un acto que trae más dolor que recompensas; para nosotros que nos emocionamos con nuestros símbolos pero sabemos que con eso no basta, el amor a la Patria, muchas veces lastimada más por sus propios habitantes antes que por los de fuera, tiene que atravesar todas las instancias de la vida cotidiana: el respeto a la naturaleza, el cuidado de los niños, la solidaridad con los que sufren los embates de los desastres naturales, la honestidad en las acciones y las palabras, y la valoración y el respeto hacia los otros, los que no piensan igual, los que tienen otro color de piel, los que no son gente como nosotros pero comparten nuestro espacio, nuestro territorio y quizá también todos nuestros anhelos y esperanzas sinceros por hacer de este planeta un lugar más amigable no solo para las personas, sino para todas las especies que lo habitamos.

Es posible que cambien las fronteras. Es posible que se redefinan los símbolos. Es posible que la historia vuelva a poner frente a frente a pueblos que creían firmado para siempre un convenio de paz. Pero si algo no puede cambiar es el anhelo de construir juntos un mundo en donde la ambición y los intereses particulares cedan cada vez más el espacio para que sea habitado por la solidaridad y la justicia, y donde las bellas voces de todos los que cantan al amor cotidiano se puedan disfrutar ya para siempre, sin el recuerdo oscuro de viejos resquemores.

domingo, 10 de febrero de 2008

DECIR AMIGO

Por algún motivo que ya me he resignado a aceptar, las lides del amor de pareja me han traído más derrotas que satisfacciones; pero ya no me quejo. Supongo que no se puede -ni se debe - tener todo.
Sin embargo, si algo me ha dado satisfacciones en la vida, ha sido tener amigas y amigos. No sé si será una compensación o si simplemente será que lo he hecho mejor.
No se vaya a creer que el amor de la amistad es un amor incondicional ni un amor de una sola vía, y aunque esté contradiciendo a una autoridad en la materia, pienso que solamente se vale eso de "no hay mayor amor del que da la vida por sus amigos" si existe una correspondencia de vuelta en la intención.
Pero creo el amor de la amistad tiene algunas ventajas sobre las relaciones de pareja. Para empezar, no está ligado a una atracción física, entonces los amigos o amigas se arrugarán juntos y juntas, se engordarán y se adelgazarán cada uno por su cuenta, siempre con la seguridad de que el afecto continuará intacto, no existirá esa compulsión por "cuidarse", pues nunca se ha oído de alguna amiga que haya dejado a otra amiga para buscarse una amiga más flaca, o más joven, o más ardiente. Ni he sabido de un amigo que se haga la liposucción para retener a su lado a otro amigo más 'exigente'.
El amor de la amistad, a no ser en situaciones excepcionales, no se ve expuesto al desgaste que tarde o temprano trae la convivencia. Es posible tomarse, de vez en cuando, un respiro, dejar de verse un tiempo... y volver después con frescura y en la mayor parte de los casos sin resentimientos a compartir momentos y vivencias.
Es cierto que, en casos de alta traición u ofensa, la amistad puede terminarse. Es cierto también que un mejor amigo o amiga puede ser reemplazado en ese estatus por otro u otra; pero como no es un afecto signado por la necesidad de exclusividad, resulta menos duro comprender y aceptar que el otro o la otra tiene derecho a su vida, sus preferencias y sus elecciones.
Por eso, en estos días en los cuales los centros comerciales promocionan bodas prepagadas (quién sabe cuánto irán a durar esos matrimonios), ramos de flores gigantes y chocolates a granel, yo, que ando en un plan de iniciar una vida más austera y menos desorganizada en lo que a economía se refiere, solamente tiendo los brazos a todos mis amigos (quien lo es, lo sabe) para que sepan que aquí tienen un invariable abrazo cariñoso y agradecido.

sábado, 9 de febrero de 2008

DE ESTE LADO

para Cecilia Velasco
después de leer su bello libro de poemas
pude ver los destrozos en los cristales
las agujas de vidrio que cayeron en mis mejillas
los puntitos de sangre
que el agua no pudo borrar
el vendaval no fue solo para mí
aunque me arrastró por lugares que jamás soñé conocer
creí
que solamente yo sentí ese dolor agudo del rechazo
quise morir
y quizás el deseo se me cumplió
soy otra
ahora soy otra
y veo como en una pesadilla los días de la angustia
tiemblo
al recordar mi paso vacilante
mi humillación
mi pavor
y mis lágrimas
para frenar el tiempo y los impulsos de lo que no podía ser
no hay culpables
de los cadáveres que van quedando por el camino
no hay maldad
apenas decisiones
y no hay estupidez
solo el murmullo celeste de una diosa dormida en el fondo del mar
que quisiera tan solo despertar
y
aún
no
sabe
cómo

lunes, 4 de febrero de 2008

HORAS EXTRAS

algo de bach en el despertado
la niebla del amanecer
y las luces del pueblo de carapungo
como un viejo y lejano belén

el frío
la oscuridad
y el gato jodorowski enrollado a mis pies
con su ingenuo cariño
de mascota feliz

la pereza
y el susto
porque la presión comenzó a subir
/la genética
o la edad
que tampoco perdona dicen
que ha de ser/

y entonces salir
despacio a caminar por la micro-ciudad vacía
en donde los mirlos también
han comenzado a despertar

tiempo
para pensar
a solas
en los significados de las cosas
que pasan
y que tan solo a veces
se pueden comprender

tiempo
para mirar la luz del sol
salir sin prisas
por detrás de las nubes

tiempo
para mimar
al corazón de carne
que se empieza a cansar

tiempo
para sentarse
detrás de la cucarda en la quebrada
y pedirle a algún dios
que cuide a los que quiero
sin saber
si lo hará

tan solo tiempo
poco
corto
sencillo
para estar yo conmigo
y con mi alma
callada
y sin apuros

VOLVER A LEER

Hubo un tiempo en el que leía muchísimo. Era el tiempo en que andaba en bus del trabajo. Cuando los hechos de la vida me llevaron a conducir un auto, mi frecuencia de lectura se redujo a menos de la mitad, creo, y leía en los ratos libres todo aquello que mis funciones de profesora de lengua y literatura me exigían, pero tarde, mal y nunca, como decía mi tía Inesita.
Tal vez esa sea la causa (aparte de otras ecológicas y económicas) que me haya conducido a volver a utilizar bus para ir a trabajar. Y, aunque me toca levantarme media hora antes y andar ajetreada durante un buen rato, no me arrepiento ni me quejo.
Este año de idas y venidas en bus me he podido beneficiar con dos libros de Alejandro Jodorowsky, alguna otra cosa que no me acuerdo, el maravilloso De profundis de Oscar Wilde y ahorita mismo disfruto bastante del Palimpsesto que su autora, mi amiga Cecilia Velasco, me obsequiara hace algunos días.
Todos estos sucesos me recuerdan mucho a una frase de Mafalda (la mayor filósofa latinoamericana del siglo XX), que más o menos dice que lo importante siempre debe cederle paso a lo urgente. Recuerdo, además, aquella época medio triste cuando leer se consideraba sinónimo de vagar, o de 'vaguear', para usar un término más cercano y coloquial. O esa otra frase que -sin pecar de discriminatoria - suele oírse muchas veces en boca de gente con mentalidad ingenieril: "yo prefiero leer cosas útiles".
Yo no, sinceramente. Eso de leerme un libro que me enseñe a ganar amigos en cuatro pasos muy sencillos para después darme cuenta de que no es tan así no es lo mío, aunque lo haya intentado. Eso de leer libros que juran que al llegar a la página 200 seré millonaria aunque no quiera, tampoco va conmigo. El verdadero placer de la lectura, para mí, consiste en leer cosas que no sirvan absolutamente para nada. O sea, para nada desde el punto de vista utilitario y mercantilista del siglo XXI. Libros de literatura que no me echen en cara mis defectos ni mi negativismo. Libros que me arrestren por el fango ajeno para aprender qué hacer con el propio. Libros que me digan que la vida no es justa, que no hay reglas, que simplemente los humanos y las humanas compartimos un destino de muchos desconciertos, y que nuestra grandeza consiste precisamente en sobreponernos a todos esos dolores y problemas no por la vía de la negación ni de la solución fácil, sino compartiendo nuestras reflexiones y nuestras angustias para ver cómo otros seres humanos fueron capaces de crear en medio del vendaval y la tormenta.
Por eso, más allá de los avatares del calentamiento global, la necesidad de reducir las emanaciones de gases utilizando menos el auto, le encuentro una ventaja más al viaje en el transporte del trabajo (que no es lo mismo que una buseta de peligro urbano), y es la de permitirme algo que durante un tiempo, con tristeza, vi difícil y problemático: volver a leer.

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