lunes, 5 de octubre de 2009

doña mercedes


Quizás usted no lo sepa, doña Mercedes, pero su voz es de esas cosas que, como muchas otras, forman parte de la infancia: el sol en una pequeña azotea con macetas, el olor a café tostado, y por entre los corredores oscuros desgranándose suavemente las notas de la Luna Tucumana. Como usted. Su pronunciación acentuándose orgullosamente en las erres sin la vergüenza propia del ecuatoriano que siempre pretende hablar como cualquier cosa menos como ecuatoriano. Eso me llamaba la atención. Y ese timbre límpido, joven, aunque su dueña ya no lo fuera tanto, recordando cómo Alfonsina Storni se iba sumergiendo lentamente en el mar para poder terminar con dignidad su vida intensa y tantas veces tan dolorida.

Doña Mercedes, quizás no lo sepa, pero era usted un miembro más de la familia. Se lo digo en serio, aunque sea para decir en un almuerzo que ya no sonaba igual que antes. Y no importaba. No importaba. Porque igual estaba ahí la voz que nos cantaba las verdades con todas sus variantes, y nos llevaba de la mano a sentir que podíamos ser libres como los pájaros, o por lo menos, como ellos, sentir que volamos creyéndonos libres a pesar de todo.

Fue su voz, doña Mercedes, la que nos acunó las utopías en los años universitarios. Y todos coreamos tantísimas veces eso de “Solo le pido a Dios…” sintiendo hasta la médula de los huesos que ese Dios se iba a olvidar que le negábamos consuetudinariamente y nos iba a ayudar a que la guerra no nos sea indiferente, como de hecho ya no lo era ni lo fue nunca más.

Y luego también fue su voz de mujer la que nos enseñó a irnos acomodando entre las transiciones de cada día, de cada hora, de cada etapa de la vida, hablándonos, cantándonos ya no de grandes causas, sino de los sencillos sentimientos cotidianos y de la intensidad de los reencuentros, así como del desgarrón oscuro, pero quizás esperanzado, de los adioses.

Como este adiós.

No me gusta lamentar con lugares comunes el final de la vida de los que optaron por la belleza, de los que mientras les duró el corazón en firme supieron regalarnos algo más que alegría. Y sin embargo, esta mañana, cuando me entero de que ya no estará físicamente entre nosotros, rememoro los corredores de aquella casa en donde por primera vez oí su voz, o las noches de guitarreada en donde no podía faltar, o la expresión serenamente transportada de mi padre mientras se deleitaba escuchándola empezar un “Si mi negra me abandona, lloraré toda la vida…” en un casete que me robaba cada vez que podía, y entonces se me instala en la garganta algo así como un desamparo inconmensurable, Doña Mercedes.

Sé que la muerte forma parte de la vida, y que tras las lágrimas casi siempre el camino se ve más claro y se comprende mejor a dónde vamos. Alguien, compatriota suya, amiga de mi alma, me abandonó también hace un par de años. Supongo que ahora estarán juntas, aunque sea en mi recuerdo. Y puedo sonreír al imaginarlo, más allá de la nostalgia que me atenaza.

Doña Mercedes, me habría encantado conocerla, ¿sabe? Más allá o más adentro del escenario: estrechar su mano, besar su mejilla, darle un abrazo y decirle mil gracias. Como igual le digo ahora gracias a la vida que nos ha dado tanto; gracias a la vida que nos dio a Mercedes. Y ya nada ni nadie nos la puede arrebatar.

los adictos


los adictos despiertan cada mañana con resaca
sabor pastoso de polvo en la garganta
pulmones sembrados de yerba
ropa y cabello sucios de pega
y quién sabe
el cerebro fundido

los adictos huyen del miedo
tan solo para verlo cara a cara
y de la soledad
aun cuando nunca estuvieron más solos
sollozan en las noches
aunque no lo quieran reconocer
mordiendo las almohadas que no guardan el sueño
o al menos
no más
de lo que esconden viejas verdades sórdidas

los adictos caminan
siempre en cuerdas muy flojas
alzadas a kilómetros del suelo
y se bambolean en los acantilados de todos los abismos
venden el cuerpo
porque ya no les queda alma
y sueñan
/aunque se nieguen a reconocerlo/
que un día
el sol podrá salir por algún norte nuevo

los adictos pregonan
haber pactado siempre con la sombra
y visten gruesos caparazones de acero
bajo los cuales
se adivinan tan solo
los ojos deslumbrados y gigantes
de niños aterrados

los adictos conocen quién los ama
y quién preferiría verlos muertos
y manipulan a unos y a otros
mientras les queda cuerda

amo a los adictos
con su carga de angustia denegada
y su enorme felicidad del cuerpo
desmentida por eso que llaman abstinencia
con su rabia
y sus ganas de matar
que son como matarse sin dejar ningún rastro

los amo
con su explosión de vómito
con el miedo que gritan
cuando en la sombra no quedan sustancias
con el pánico de las venas
acostumbradas al paso de las ratas

los amo
por su dolor oscuro
su violencia que muchos siglos antes
fue algo así como tan solo un resto de su vieja tristeza

los amo
más que a la niña que fue la abanderada en primaria y secundaria
o a la mejor soprano adolescente del conservatorio
y más que al niño que ganó el concurso de dibujo en el japón
o que al pequeño crack de la sub quince
porque mientras ellos construyen el orgullo familiar
los adictos trapean el estiércol
de los patios traseros de familias perfectas
que pululan en la antigua ciudad de Mierda
poblada de conventos
y lavan con su sangre y con sus lágrimas
pecados olvidados que cubren las paredes
de malolientes costras purulentas

se llaman pincho
costal
rocker
navitas
allulla
distroyer
titánico
focaccio
mago
polilla
chapa
piloto
viejo sapo
mono se llaman
y cuando el corazón les sale a flote
después de mucho trabajar la mugre
que buscaron para acallar el dolor
se encuentran almas repletas de nobleza
y los ojos espantados que de repente
han aprendido a sonreír de nuevo

amo a los que se paran
y más a los que caen
a los que luchan
y se dejan ganar
y vuelven a pelear
en un círculo eterno de duda y esperanza

los amo
por buscar tenazmente la huella de sus padres
y por odiar el llanto de sus madres
y por hacernos el trabajo sucio
de las rectas conciencias que prefieren
no ensuciarse las manos

amo hasta la locura
el brillo de unos ojos
que no olvidan la pena
pero ya han aprendido de la dicha
aunque a veces elijan
/nadie sabe por qué/
presentar su renuncia irrevocable

amo sus nombres de verdad
que no puedo decir
y amo también sus nombres de combate
y mataría mil veces
por su sonrisa recuperada
y los latidos de sus corazones
animosos y fuertes después del huracán

los amo desde adentro
aunque parezca raro
porque escogieron
/equivocadamente/
vivir en el infierno
para dejarnos libre el paraíso

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