Pedro querido, te quiero contar que el día de ayer no empezó
bien para mí. Los problemas familiares estallaron unos días antes en una
reacción en cadena que me llegó a paralizar y deprimir durante mucho rato. Sé,
como la mujer madura que soy, que estas cosas también forman parte de la vida;
pero el dolor está ahí, y duele. Duele mucho. Pero debo decirte también que una
de las cosas que me sostenían y que llegaron a impedir que me ovillara en mi
cama a saborear mis angustias fue la certeza de que a la noche iría por primera
vez a un concierto tuyo.
¿Y sabes qué? Tu concierto me devolvió la felicidad. No la
alegría, no la tranquilidad, no el entusiasmo. La felicidad. La plenitud. La
paz. Me acompañó mi hija y, un poquito atrevidas y maleducadas, avanzamos
prácticamente hasta el pie del escenario. No voy a entrar en detalles técnicos
o descriptivos. No soy una cronista de espectáculos. Soy una ‘fan’ en el
sentido menos intelectual de la palabra. Y me gusta escribir. Por eso solo diré
que te vi. Te oí. Leí tus entrelíneas, como siempre me gusta hacer con las
letras y las músicas de mis artistas preferidos. Lo que más me entusiasmó fue tu
sonrisa de gato feliz cuando te engolosinas en las notas del bajo o la
guitarra. Lo que más me llenó fue tu sencillez y el cariño que permea tus
explicaciones y comentarios. Lo que me admiró y extasió, tu profesionalismo, tu
virtuosismo, tu talento más allá de toda expectativa, tu arte, en fin.
Y más allá de eso, admirado y querido Pedro, en ese momento
en que había decidido ir a pesar de todo a recoger la maravilla de tu arte, esa
maravilla me comenzó a inundar. Comprendí que un día me voy a morir, y que el
mundo tal vez también desaparezca comido por el tiempo quién sabe después de
cuantas eras. Pero que esos instantes eran eternos. Tuve las epifanías de quien
alcanza, de alguna manera, a captar que la vida sigue y que las cosas se
desordenan únicamente para ordenarse de otro modo. Que hay que dejarse llevar
por las aguas mansas y también por las turbulentas sin oponer casi ninguna
resistencia, aunque el corazón no tenga dueño y los ojos tan solo miren sueños.
El fluir de la existencia me había llevado hasta ahí, al pie del escenario en
donde recibía un premio de la vida, y lo agradecía sin mayor trámite, aunque tu
maravillosa canción “Quebrado” me haya hecho regresar entre lágrimas al motivo
de mi pena. No importa. También es parte de. Como todo. Como la noche en que
llegué hasta mi casa junto con dos jóvenes músicos argentinos que te fueron a
ver y nos acompañaron a buscar el auto en medio de la oscuridad, después del
concierto. Como el encuentro con los amigos tan solo para decir lo admirable
que eres y cuán extasiados salíamos de aquel momento mágico. Como la vida que
no para y nos ilumina la noche oscura del alma con tu música, tus palabras, tus
canciones y tu contagiosa felicidad de ser lo que eres y hacer lo que haces.
Gracias Pedro. Por ser, por estar. Por haber venido. Y por,
sin saberlo, haber hecho de un día que comenzó entre oscuridad y llanto, uno de
los más luminosos e inolvidables de toda mi vida.
Lucre
Quito, 1 de agosto de 2016