domingo, 18 de septiembre de 2016

otra carta a pedro




Pedro querido, te quiero contar que el día de ayer no empezó bien para mí. Los problemas familiares estallaron unos días antes en una reacción en cadena que me llegó a paralizar y deprimir durante mucho rato. Sé, como la mujer madura que soy, que estas cosas también forman parte de la vida; pero el dolor está ahí, y duele. Duele mucho. Pero debo decirte también que una de las cosas que me sostenían y que llegaron a impedir que me ovillara en mi cama a saborear mis angustias fue la certeza de que a la noche iría por primera vez a un concierto tuyo.

¿Y sabes qué? Tu concierto me devolvió la felicidad. No la alegría, no la tranquilidad, no el entusiasmo. La felicidad. La plenitud. La paz. Me acompañó mi hija y, un poquito atrevidas y maleducadas, avanzamos prácticamente hasta el pie del escenario. No voy a entrar en detalles técnicos o descriptivos. No soy una cronista de espectáculos. Soy una ‘fan’ en el sentido menos intelectual de la palabra. Y me gusta escribir. Por eso solo diré que te vi. Te oí. Leí tus entrelíneas, como siempre me gusta hacer con las letras y las músicas de mis artistas preferidos. Lo que más me entusiasmó fue tu sonrisa de gato feliz cuando te engolosinas en las notas del bajo o la guitarra. Lo que más me llenó fue tu sencillez y el cariño que permea tus explicaciones y comentarios. Lo que me admiró y extasió, tu profesionalismo, tu virtuosismo, tu talento más allá de toda expectativa, tu arte, en fin.

Y más allá de eso, admirado y querido Pedro, en ese momento en que había decidido ir a pesar de todo a recoger la maravilla de tu arte, esa maravilla me comenzó a inundar. Comprendí que un día me voy a morir, y que el mundo tal vez también desaparezca comido por el tiempo quién sabe después de cuantas eras. Pero que esos instantes eran eternos. Tuve las epifanías de quien alcanza, de alguna manera, a captar que la vida sigue y que las cosas se desordenan únicamente para ordenarse de otro modo. Que hay que dejarse llevar por las aguas mansas y también por las turbulentas sin oponer casi ninguna resistencia, aunque el corazón no tenga dueño y los ojos tan solo miren sueños. El fluir de la existencia me había llevado hasta ahí, al pie del escenario en donde recibía un premio de la vida, y lo agradecía sin mayor trámite, aunque tu maravillosa canción “Quebrado” me haya hecho regresar entre lágrimas al motivo de mi pena. No importa. También es parte de. Como todo. Como la noche en que llegué hasta mi casa junto con dos jóvenes músicos argentinos que te fueron a ver y nos acompañaron a buscar el auto en medio de la oscuridad, después del concierto. Como el encuentro con los amigos tan solo para decir lo admirable que eres y cuán extasiados salíamos de aquel momento mágico. Como la vida que no para y nos ilumina la noche oscura del alma con tu música, tus palabras, tus canciones y tu contagiosa felicidad de ser lo que eres y hacer lo que haces.

Gracias Pedro. Por ser, por estar. Por haber venido. Y por, sin saberlo, haber hecho de un día que comenzó entre oscuridad y llanto, uno de los más luminosos e inolvidables de toda mi vida.
Lucre

Quito, 1 de agosto de 2016 

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