Morir… morir
Morir, no se muere nunca
Horacio Guarany
poco a poco
tu sangre se hará savia de pumamaqui
y tus preciosos ojos verde-amarillo
brillarán en el rocío de sus hojas
con aquella mirada de viejo urmah sabio
que me acompañó siempre
cuando lloraba amores frustrados
o cuando me iba a doler el estómago
y lo sabías antes que yo
las amigas me hablan de almas unidas desde el infinito
y la gente que me quiere me da el pésame
nadie ha dicho que es una exageración
después de todo
diecisiete años son una larga vida para los de tu especie
y tu sencilla presencia de pequeño y precioso diosecillo
no fue poca cosa en los días oscuros de angustia e incertidumbre
en los duelos de la orfandad
en las penas de (des)amor
eras una cosita que cabía en la palma de la mano
y luego
más grandecito
saltabas como un venado por la alfombra
limpio
y conocedor de tu hermosura sin límite ni aspaviento
dios antiguo hecho mascota entre humanos que no sé si dimos tu talla
amigo incondicional
aún siento tus patitas masajeando mis mejillas mientras lamías mi llanto
y tu ronroneo
cada vez que mi mano pasaba por tu pelaje
te di quizá lo mejor que se le puede dar a un compañero de la vida
dignidad
hasta cuando la última noche reuniste fuerzas
para venir a abrazarme
y a dormir a mi lado un par de horas
antes de recostarte bajo el altar de la meditación
y dejar escapar tu espíritu con un breve maullido
solo después de que yo te dijera que gracias por todo
y que podías irte tranquilo
porque nunca te dejaré de amar
sencillo regalo de un dios que no me olvidó
y que con tus pequeños gestos de mascotita consciente
me hizo saber que
a pesar de todo
yo merecía algo hermoso
como el amor de un ser inocente
sabio
y puro
mi pequeño leoncito en miniatura
que un día crecerás en las laderas del gran cayambe
como señal de que la vida sigue
más allá del dolor y la nostalgia
en flor de gratitud y de esperanza
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