El tiempo se hizo verbo.
Y el verbo se hizo abrazo.
Te vi.
Te oí.
Esa leve cascada de palabras serenas y emocionadas, sabias y humildes, anidando una a una en mi cerebro, acompañando el ritmo de mis venas.
Y supe que la lluvia, las tempestades y las tormentas ocurren tal vez para dejar la tierra más fértil.
Vi de nuevo tus ojos del color de mi esperanza.
Y esa sonrisa que alguna vez anidó en mi vientre.
Chiquito.
Sangre de la sangre que algún momento pensó en detenerse por la fuerza del dolor.
Ángel que se levanta poco a poco después de caer.
Almita.
Chiquito mío que sin embargo ya no cabes en el hueco de la mano.
Ni dentro de los ventrículos acelerándose en su bombeo al recoger la humilde sabiduría de tus palabras de niño que ha bajado a los infiernos para hacerse hombre.
No sé lo que vendrá después: los dioses suelen ser caprichosos y el destino camina por ahí de espaldas, como el noveno arcano, marcando tan solo el pasado con la vacilante luz de su linterna.
Pero tu voz resuena aún en mis latidos: siempre estuvieron, hay tanta gente detrás de mi recuperación.
Tu voz, recordando nombres que pensé que se te habían borrado o que ni siquiera determinabas: Anita, los abuelitos, el Jero, la Mari, el Juan, la Luna, los tíos, Santy, Paco, Pancho, Franc, Luli… junto a los nuevos nombres: Jairo, Hernán, Lorena, Fabián, María Luisa… y la gratitud para todos matizándote la esperanza de los ojos.
¿Qué precio tiene abrir por fin el corazón?
Semilla del amor que un día creí perder.
Florcita herida que lentamente recupera el color de sus pétalos.
Tus brazos en torno a mi torso.
Y en medio del abrazo más esperado de la vida, una sola palabra que coloca las cosas en su sitio:
-Mamita.
1 comentario:
Eres una mamá inmensa, formidable, llena de amor. Te abrazo fuerte.Felicitaciones, escribes mágicamente. Es maravilloso leerte.
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