lunes, 28 de diciembre de 2009

pequeño poema para quien no lo sabe

me he ido desprendiendo
como la gota de la rama en que se sostiene
apenas una lágrima
hecha de tiempo
y con muy poca sal

me he ido dislocando
como una astilla de hueso
que huye de la fractura final

me he ido resbalando
por cualquier tangente
para ya no quedarme
en donde no

he pretendido huir
y no he podido más

aquí estoy
simplemente
desprendida
escapada
dislocada de mí
mirando
y sin saber
ni para qué
ni cómo

aquí vibro y sollozo
y no me puedo ir

lunes, 5 de octubre de 2009

doña mercedes


Quizás usted no lo sepa, doña Mercedes, pero su voz es de esas cosas que, como muchas otras, forman parte de la infancia: el sol en una pequeña azotea con macetas, el olor a café tostado, y por entre los corredores oscuros desgranándose suavemente las notas de la Luna Tucumana. Como usted. Su pronunciación acentuándose orgullosamente en las erres sin la vergüenza propia del ecuatoriano que siempre pretende hablar como cualquier cosa menos como ecuatoriano. Eso me llamaba la atención. Y ese timbre límpido, joven, aunque su dueña ya no lo fuera tanto, recordando cómo Alfonsina Storni se iba sumergiendo lentamente en el mar para poder terminar con dignidad su vida intensa y tantas veces tan dolorida.

Doña Mercedes, quizás no lo sepa, pero era usted un miembro más de la familia. Se lo digo en serio, aunque sea para decir en un almuerzo que ya no sonaba igual que antes. Y no importaba. No importaba. Porque igual estaba ahí la voz que nos cantaba las verdades con todas sus variantes, y nos llevaba de la mano a sentir que podíamos ser libres como los pájaros, o por lo menos, como ellos, sentir que volamos creyéndonos libres a pesar de todo.

Fue su voz, doña Mercedes, la que nos acunó las utopías en los años universitarios. Y todos coreamos tantísimas veces eso de “Solo le pido a Dios…” sintiendo hasta la médula de los huesos que ese Dios se iba a olvidar que le negábamos consuetudinariamente y nos iba a ayudar a que la guerra no nos sea indiferente, como de hecho ya no lo era ni lo fue nunca más.

Y luego también fue su voz de mujer la que nos enseñó a irnos acomodando entre las transiciones de cada día, de cada hora, de cada etapa de la vida, hablándonos, cantándonos ya no de grandes causas, sino de los sencillos sentimientos cotidianos y de la intensidad de los reencuentros, así como del desgarrón oscuro, pero quizás esperanzado, de los adioses.

Como este adiós.

No me gusta lamentar con lugares comunes el final de la vida de los que optaron por la belleza, de los que mientras les duró el corazón en firme supieron regalarnos algo más que alegría. Y sin embargo, esta mañana, cuando me entero de que ya no estará físicamente entre nosotros, rememoro los corredores de aquella casa en donde por primera vez oí su voz, o las noches de guitarreada en donde no podía faltar, o la expresión serenamente transportada de mi padre mientras se deleitaba escuchándola empezar un “Si mi negra me abandona, lloraré toda la vida…” en un casete que me robaba cada vez que podía, y entonces se me instala en la garganta algo así como un desamparo inconmensurable, Doña Mercedes.

Sé que la muerte forma parte de la vida, y que tras las lágrimas casi siempre el camino se ve más claro y se comprende mejor a dónde vamos. Alguien, compatriota suya, amiga de mi alma, me abandonó también hace un par de años. Supongo que ahora estarán juntas, aunque sea en mi recuerdo. Y puedo sonreír al imaginarlo, más allá de la nostalgia que me atenaza.

Doña Mercedes, me habría encantado conocerla, ¿sabe? Más allá o más adentro del escenario: estrechar su mano, besar su mejilla, darle un abrazo y decirle mil gracias. Como igual le digo ahora gracias a la vida que nos ha dado tanto; gracias a la vida que nos dio a Mercedes. Y ya nada ni nadie nos la puede arrebatar.

los adictos


los adictos despiertan cada mañana con resaca
sabor pastoso de polvo en la garganta
pulmones sembrados de yerba
ropa y cabello sucios de pega
y quién sabe
el cerebro fundido

los adictos huyen del miedo
tan solo para verlo cara a cara
y de la soledad
aun cuando nunca estuvieron más solos
sollozan en las noches
aunque no lo quieran reconocer
mordiendo las almohadas que no guardan el sueño
o al menos
no más
de lo que esconden viejas verdades sórdidas

los adictos caminan
siempre en cuerdas muy flojas
alzadas a kilómetros del suelo
y se bambolean en los acantilados de todos los abismos
venden el cuerpo
porque ya no les queda alma
y sueñan
/aunque se nieguen a reconocerlo/
que un día
el sol podrá salir por algún norte nuevo

los adictos pregonan
haber pactado siempre con la sombra
y visten gruesos caparazones de acero
bajo los cuales
se adivinan tan solo
los ojos deslumbrados y gigantes
de niños aterrados

los adictos conocen quién los ama
y quién preferiría verlos muertos
y manipulan a unos y a otros
mientras les queda cuerda

amo a los adictos
con su carga de angustia denegada
y su enorme felicidad del cuerpo
desmentida por eso que llaman abstinencia
con su rabia
y sus ganas de matar
que son como matarse sin dejar ningún rastro

los amo
con su explosión de vómito
con el miedo que gritan
cuando en la sombra no quedan sustancias
con el pánico de las venas
acostumbradas al paso de las ratas

los amo
por su dolor oscuro
su violencia que muchos siglos antes
fue algo así como tan solo un resto de su vieja tristeza

los amo
más que a la niña que fue la abanderada en primaria y secundaria
o a la mejor soprano adolescente del conservatorio
y más que al niño que ganó el concurso de dibujo en el japón
o que al pequeño crack de la sub quince
porque mientras ellos construyen el orgullo familiar
los adictos trapean el estiércol
de los patios traseros de familias perfectas
que pululan en la antigua ciudad de Mierda
poblada de conventos
y lavan con su sangre y con sus lágrimas
pecados olvidados que cubren las paredes
de malolientes costras purulentas

se llaman pincho
costal
rocker
navitas
allulla
distroyer
titánico
focaccio
mago
polilla
chapa
piloto
viejo sapo
mono se llaman
y cuando el corazón les sale a flote
después de mucho trabajar la mugre
que buscaron para acallar el dolor
se encuentran almas repletas de nobleza
y los ojos espantados que de repente
han aprendido a sonreír de nuevo

amo a los que se paran
y más a los que caen
a los que luchan
y se dejan ganar
y vuelven a pelear
en un círculo eterno de duda y esperanza

los amo
por buscar tenazmente la huella de sus padres
y por odiar el llanto de sus madres
y por hacernos el trabajo sucio
de las rectas conciencias que prefieren
no ensuciarse las manos

amo hasta la locura
el brillo de unos ojos
que no olvidan la pena
pero ya han aprendido de la dicha
aunque a veces elijan
/nadie sabe por qué/
presentar su renuncia irrevocable

amo sus nombres de verdad
que no puedo decir
y amo también sus nombres de combate
y mataría mil veces
por su sonrisa recuperada
y los latidos de sus corazones
animosos y fuertes después del huracán

los amo desde adentro
aunque parezca raro
porque escogieron
/equivocadamente/
vivir en el infierno
para dejarnos libre el paraíso

También en codependencia

viernes, 25 de septiembre de 2009

mi amor

Desde el amor todo regresa
Como los pájaros y el alba

Armando Tejada Gómez
mi amor de apenas deseo no dicho
de papel
de hoja reseca que no se deja arrastrar

mi amor de mentiritas
de ojos esquivos
de silencio
de buscar el momento
para nada
quizá tan solo estar

mi amor de desencuentro
y latido
escondido
antes del reencuentro necesario

mi amor de ya nunca
de aceptación de lo que no va a ser
y aún así seguir
mi amor azul
de tan solo
y por qué

mi amor que se disfraza de amistad
cada mañana
como el actor que siempre anheló un oscar
un oso de oro
una palma de plata
o qué sé yo

mi amor entretejido de momentos
que siempre pueden ser el último
y sin embargo
estremecen el alma
como ese primer día

mi amor de calladito
y por aquí no es

mi amor de nube
y sol
mi amor de abrir la mano
para dejar volar
y no mirar el cielo
para ya no llorar

martes, 8 de septiembre de 2009

revelación

me costó comprender
que no fui yo quien trajo a mi vida
la luz de una mirada
o el calor de una mano
para aguantarme firme en el dolor

ahora lo sé
no se trata tanto
de poseer
como de vivir
ese minuto
de tan solo sesenta segundos
escasos
en que alguien
más sabio y poderoso que nosotros
nos regala
el toque de otro corazón desnudo
y aunque se acabe pronto
es
para
siempre

los escritores no cobramos 'cover'

Es algo en lo que pienso desde hace algunos días. En cafés o bares culturales se realizan tertulias literarias entre otro tipo de presentaciones, lo cual es algo siempre loable.

Cuando se presenta un cantautor, un trío, un señor que saca conejos de un sombrero, un cantante de tangos o dos bailarines de ídem o un cuentero que no lee pero cuenta cuentos, hay un momento en que se realiza un acto análogo a eso de ‘pasar la gorra’, o se pone un letrerito que dice ‘cover: $ 3’, cosas así.

Pero cuando alguien que es poeta o narrador se lanza a leer sus textos por ninguna parte dice ‘cover’, nadie se acuerda de pasar la gorra.

Es posible, por otro lado, que se considere mucho más entretenido escuchar música o ver las gracias del prestidigitador antes que oír a un señor o a una señora que leen cosas, ahí, mientras uno conversa… o trata, qué fastidio.

No me preocupa el dinero, no es lo fundamental. Me preocupa eso de que se piense que el escritor tiene la obligación de ‘regalar’ lo que hace. El otro día, una amiga me dijo que como el mundo se va a acabar en el 2012 ya no va a alcanzar a leer mis libros. Le dije que todavía hay tiempo. Y me dijo: “entonces dame uno”. No es la primera vez que lo oigo. Y tampoco me preocupa eso de regalar mis libros, porque bien sabe Dios que lo hago cada vez que se ofrece.

El detalle es otro. Después de haber recibido una serie de insultos por mi supuesta fealdad de parte de dos muchachos que creen que la crueldad da caché, después de haber sido criticada como escritora por apoyar lo que apoyo, he vuelto a preguntarme por el sentido de sentarse cada día a trompearse con las palabras. Pues quien escribe ni siquiera cobra cover.

Dirán: “pero cobra lo que se vende de los libros”. No creo que nadie que no sea Gabriel García Márquez o Dan Brown pueda comprar el pan de la semana (y me refiero al pan denotativamente: los cuatro panes para el desayuno del otro día que se compran en la tienda de la esquina junto con la leche, no más) con lo que se gana en cualquier parte del mundo por derechos de autor.

Dirán: “pero en las presentaciones pueden vender sus libros”… ¿y los músicos no venden sus discos? ¿Y los magos y cuenteros y bailarines de tango no reciben contrataciones in situ? Pero los escritores y las escritoras somos mucha nota, tenemos que regalar nuestros textos a quien se le place porque somos bien buena gente, no crean, y en este país en donde somos mayoría (con respecto a quienes leen literatura ecuatoriana), nos toca hacerlo para que nos ‘hagan el favor’ de conocernos.

No quiero hacerme la víctima, porque sé que, más que a otros y a otras, me ha ido bien en este camino. Pero sí me llama la atención esa desvalorización del oficio y sus productos en un medio en que quizá nos hace mucha falta leernos para comprendernos mejor como individuos, como comunidad o país.

Sin embargo, seguimos escribiendo. Al menos yo. Y publicando, cuando se puede. Y haciéndolo con amor, como la cópula, como la caricia a un hijo, como el brutal desprendimiento que arde pero es para mejor, aunque ahorita no parezca. Así mismo. Y sí, así me siento más linda aún de lo que ya soy, a que vean.

domingo, 30 de agosto de 2009

he dicho

he dicho adiós
y he escuchado romperse
eso que le dicen corazón
y tal vez no lo sea

he dicho
ya no más
y ha sido así

he dicho nombres
y también tequieros
que debieron ser
teamos
aunque la diferencia nunca es fatua

he dicho lluvia
tormenta
y vacío
y ay
por supuesto

he dicho gracias
cada mañana
por lo que es
y por lo que no es
aunque lo anhele

me queda poco por decir
quizá
tal vez
decir
sencillamente
estoy
viva y entera
crecida de mis ruinas
y soy
ni más ni menos
la que soy

miércoles, 26 de agosto de 2009

vuelta

más allá de nosotros
la redención posible
lo que fuimos
lo que el amor nos hizo
y lo que somos
Miguel Vera


volví a encontrar mi amor por ti
las preocupaciones me habían hecho creer
eso que le dicen
'lo superé'
pero se había quedado guardado en los cajones del aula
y en los archivos de esta mac que no acabo de comprender

aparecía por todas partes
¿sabes?
casi casi como un manantial
esa dulce nostalgia
de lo que me tocó transformar
para ya no perder
ni una vez más

las letras de tu nombre
acurrucaditas en silencio
entre la maravilla de los contrapuntos de bach
y la alucinante voz de pedro aznar
o el alan parsons de mi juventud
y por supuesto
las unidades
y las lecciones

se desenrrollaba como una cinta métrica
o una cinta de regalo
por entre las hendijas del tiempo de la angustia
y el recuerdo de alguna vez mis lágrimas en tu hombro
pero también
el tiempo de la solidaridad
y el tiempo de la fortaleza
y tanta risa compartida
más allá del anhelo

volví a encontrar mi amor por ti
un poco más ajado
y un mucho más maduro
con mis palabras de vieja adolescente
que no se resignaba
pero que sí puede aceptar
ahora
la vida tal como es

volví a encontrar
mi
amor
por
ti
y sonreí ya sin pena
al poder reconocerme en sus colores

volví a encontrar
lo que tuvo que llamarse de otra manera
para poder existir
sin ningún tipo de estorbo
y anudar sin temor tu alma y la mía

esperaba
junto a la música
y las páginas olvidadas de los cuentos que no terminé
y sonrió al mirarme
y yo también volví a sonreír
como antes
o mejor

no será el final con beso de una película
ni el final feliz de una novela rosa
apenas
el día a día

platónico
le dicen
imposible
porque no saben
no entienden

y no puedo explicarlo
/ni quiero/

pero sentí felicidad
y luz en el espíritu
cuando
volví a encontrar
mi amor
por ti
acurrucado
apenas como un niño dormido
después de haber llorado
entre mis cosas
de todos los días

martes, 11 de agosto de 2009

saudade

háblame un poquito de ti
digo
del aire que respiras
de la lluvia en tus hombros
quizá de lo que añoras
/¿como yo?/
o de aquellos proyectos
que no dices a muchos

háblame un poquito de ti
digo
no para nada
solo
para saber en qué andas
o quizá lo que sueñas
/¿como yo?/
o del atardecer
tras las montañas

háblame un poquito de ti
digo
no quisiera estorbar
peor retroceder quién sabe a dónde
la vida no se para
/¿sabes?/
y lo que un tiempo fue ilusión rabiosa
se ha vuelto agua dormida

pero
háblame un poquito de ti
digo
de si te tienta aún
el pan de la ternura
/¿como a mí?/
de si te llama aún
una urgencia de abrazo entre la sombra

háblame
un poquito
de ti
de lo que es
/felizmente/
más allá
y a pesar
de lo que
no
pudo
ser

jueves, 30 de julio de 2009

regreso


el hijo vuelve a casa
y encuentra que las cosas se han vuelto más pequeñas
pero ya no le duele
simplemente sonríe
con el gruñido del perro
que de primera no lo reconoce
y después salta alborozado para alcanzar su mano
se deja acariciar
por el ronroneo del gato
y se des/reconoce en los espejos
y en los ojos de los seres amados

el hijo camina cauteloso
recogiendo los pasos
y mira en las paredes las cicatrices
que el viaje por el infierno nos dejó
pero ya puede sonreír de otra manera
y su sonrisa enciende los cristales

el hijo rasca suavemente
la oreja de su hermana
porque ha redescubierto la ternura
y el color paradisíaco de cada abrazo
aunque a ratos parezca
que tal vez no

el hijo
quizá trae agua en las manos
para calmar la sed de la nostalgia
mientras se enternece
y camina despacio
sin ganas de regresar al terror del pasado

el hijo nada a través del tiempo
y del viento
la lluvia ha hecho brotar
hojitas verdes de todas sus ramas
y puede repetir los “te quiero” a cada paso
ya sin sentir vergüenza ni miedo

el hijo vuelve a casa
no va a quedarse hoy
solamente revisa
en las estanterías de su pecho
lo que quedó de todo
lo que guarda u olvida
solamente camina doce pasos
despacito
tal vez así
otro día por fin pueda llegar

domingo, 19 de julio de 2009

tu sonrisa

para Xavi
podría decir que se parece al sol
en el amanecer
y sería un lugar común
podría decir
que se parece al agua
cuando hay sed
y no estaría mal
podría decir que la esperé
en el quicio de la puerta
en las noches de la desolación
que la vi desvanecerse
y que añoré su luz y su color
podría contar
cuánto lloré al creer
que jamás volvería
y cuánto miedo tuve
de verla por el fango o bajo tierra
podría decir
que alguna vez creí morir con ella
pero quizá
mejor
no
quizá tan solo digo
como en una oración
que la he recuperado
que la veo
y no creo
que haya vuelto a mis ojos y a mis manos
que renazco con ella cada vez que la miro
que da vida
y calor
y esperanza
que refresca los huesos
y consuela
los latidos oscuros de otro tiempo
que estoy
que estamos todos
cobijados y mudos
despiertos y asombrados
por la resurrección
de tu sonrisa

miércoles, 24 de junio de 2009

...

de vez en cuando
así como la sombra de una sombra
apenas
el ala de un insecto para nada despreciable
mariposa
libélula
caballito del diablo que no le apuesta al mal
se deja ver
entre todas las cosas de la vida
tu corazón de niño
que lo mismo
puede llorar de emoción
ante la imagen de un perrito querido
como palmotear de felicidad
sin más motivo
que un poco de oraciones gramaticales
engarzadas en una buena noticia
asustarse
temblar
reír
y sobre todo
dejarse amar
un poco
sin defenderse
mucho

martes, 23 de junio de 2009

carta a pedro aznar, mientras canta "milagro de los peces"

Soy feliz.
¿Por qué se lo digo?
Porque ahorita mismo es usted quien me hace feliz.
De repente me hace olvidar o dimensionar de otra manera todas las cosas que pasan por mi vida y por mi país y por todas partes.
El dolor de rodilla que me ha atenazado durante estas últimas semanas.
Mis crisis familiares.
Mis penurias económicas.
Las broncas al uso de la política y los medios en las que la mezquina historia cotidiana se desenvuelve.
Lo oigo cantar y soy feliz.
Así, sencillo.
No sé si usted vaya a leer esta carta.
No sé si le importe que se la escriba.
Y la verdad, creo que a mí tampoco me importa.
O sea, ya no me importa el autógrafo, la respuesta a la carta que se puede mandar como una fan más de un artista admirado y querido, la mirada desde el escenario que siempre podemos creer dirigida a nosotras cuando en realidad quizá solamente estaba esquivando una luz demasiado fuerte.
No.
Tampoco me importa que en los medios al uso de nuestro país haya un poco de gente que se cree la mamá de Tarzán y de seguro ni siquiera sabe que usted existe.
No.
Es sencillamente el gusto de escuchar una canción en la soledad de mi aula mientras intento planificar unidades y lecciones para el año que viene. Es el gusto de sentir que la música de repente entra en la sangre y se mueve, y alimenta la piel y el corazón desde adentro y también desde afuera. “Milagro de los peces”, se llama la canción. Y eso es: como el milagro de los peces que hizo Jesús al generar solidaridad en unas pobres gentes polvorientas e ignorantes para llevarlas a compartir de una su hambre y su pan. Así también la música se vuelve a la vez hambre y alimento y galope por la sangre y atisbos de ternura y deseos de más aún, más.
Quizás alguien –muchos– piensen que estoy loca por escribir esto en medio de las crisis de varias formas y grises que pueblan el planeta, el continente, el país y la vida. Y lo más probable es que lo esté. Pero qué linda locura esta de poder en algún momento abandonarse y ser una con los sonidos que inundan el ambiente. Y acercarse así a algo que se parece bastante a la totalidad buscada en una gran parte del camino y encontrada solo a trechos en medio de pilas y rumas de obligaciones, desaciertos, trabajos pendientes y también la cuota de desconsuelos.
Querido Pedro Aznar que tal vez nunca lea estas letras y quién sabe si en el fondo le interese: esta carta, artículo, papel virtual o lo que sea es solo para decir gracias. A usted, y a todos los que se visten de música por motivos personales, claro está, pero que con esa música pueblan los vericuetos de las vidas cotidianas de las personas que, como yo y como tantas y tantos, andan por ahí a veces bien, a veces mal, a veces contentos, a veces en el agobio de la supervivencia cotidiana. A veces entre sonrisas y otras tragando lágrimas.
Querido Pedro Aznar: hace más de dos mil años alguien hizo el milagro de los peces. Al menos, eso dicen. Y ahorita, aquí, en una sencilla aula de un anónimo colegio sin estudiantes ya, comenzando un verano que se presenta incierto, también usted hace el milagro de encender el día con la belleza que no puede tener precio ni nombre.

viernes, 5 de junio de 2009

pequeño saltamontes

no va por ti
sino por todo
el que aparentemente
ya no quiere seguir

¿qué conduce
la mano a la soga
la soga al cuello
y el cuello al final del camino?

te recuerdo
con tu vieja mochila polvorienta
kwait chang caine
recorriendo el sendero en blanco y negro
de la vieja tv del cuarto de mi madre

te veo cantar
sobre un vagón de tren
woody guthrie de celuloide
y correr para huir
de lo que incuba el huevo de la serpiente

siempre admiré
tus movimientos gráciles
tu cuerpo de gacela
tu mirada tranquila
y esa serenidad desmedida en tu voz

tal vez
con esa misma calma
entreviste
que ya no había para qué quedarse

rara cosa la muerte
que no arranca ese asombro desolado
sino solo silencio
y respeto
a la decisión única
de quien
se acerca al fin
entre la dignidad y el desconsuelo

jueves, 4 de junio de 2009

tarot



para Pancho
imágenes
tan solo
de lo que puede ser

el impenetrable viaje del alma
un poco al descubierto
pero con el mínimo de discreción necesario
para no asustar

espejo
eco
camino

a veces demasiado obvio
como para comprender

a veces
seductor misterio
para enamorar

a veces
mensaje enviado en una botella
para rescatar
la sal y la luz interior

mi mano
en un corazón ajeno
y la llave del mío
en otros ojos

lunes, 1 de junio de 2009

dieciséis años

lo que fue
tenerte dentro de mí
sin estrago ni daño
y más tarde tu boca pequeñita y ansiosa en mi pecho
después
tu mano dentro de la mía
tus medias palabras
tus palabras completas
tu sonrisa y tus ojos

esos animalitos que te inventabas
el dinosaurio vampiro
la serpiente lagarto
y el tiburón fantasma

tu dolor
y la violencia que sin querer viviste
el amor
que sea como sea siempre te quisimos dar
tus certeras frases de niño lúcido
tus pasos no siempre firmes
tu miedo
y los meses oscuros
de angustia y de presagios

lo que fue
desgarrarme las entrañas
para poder curarte

lo que es ahora
mirarte sonreír una vez más
como creí que nunca volvería
y saber
y sentir
que las cosas no pasan porque sí
que vives
que comprendes
que todos aprendimos
y que sigues
y nosotros contigo

dieciséis años

martes, 19 de mayo de 2009

la última oportunidad de amar

Crisálida, despierta a volar
que es muy tarde ya
es la última oportunidad de amar
Pancho Prado

aunque sea en silencio
aunque sea aplastando entre las venas
este rumor de llanto
y la felicidad
de aún así
poder sentir
y ya no tener miedo

aunque sea pecado
o aunque ya no lo sea
aunque sea rompiéndome las manos
aunque sea de espaldas a la vida
o a la muerte

aunque sea un secreto
siempre a voces
o el susurro que acuna las noches de insomnio

aunque sea como sea
ya sin preguntar nada
y sin llorar
más de lo estrictamente necesario
así nomás
pero siempre con todo
lo que puede dar el alma

para al fin compartir
un minuto de regalo
una sonrisa apenas
o el incierto escenario de los sueños

para saber que estás
y existes
para temblar si sufres
para abrazar el gozo o la tristeza
que danzan en tus ojos
para inventar un Dios
para rezar
por vos

lunes, 27 de abril de 2009

hablar contigo

El tiempo se hizo verbo.
Y el verbo se hizo abrazo.
Te vi.
Te oí.
Esa leve cascada de palabras serenas y emocionadas, sabias y humildes, anidando una a una en mi cerebro, acompañando el ritmo de mis venas.
Y supe que la lluvia, las tempestades y las tormentas ocurren tal vez para dejar la tierra más fértil.
Vi de nuevo tus ojos del color de mi esperanza.
Y esa sonrisa que alguna vez anidó en mi vientre.
Chiquito.
Sangre de la sangre que algún momento pensó en detenerse por la fuerza del dolor.
Ángel que se levanta poco a poco después de caer.
Almita.
Chiquito mío que sin embargo ya no cabes en el hueco de la mano.
Ni dentro de los ventrículos acelerándose en su bombeo al recoger la humilde sabiduría de tus palabras de niño que ha bajado a los infiernos para hacerse hombre.
No sé lo que vendrá después: los dioses suelen ser caprichosos y el destino camina por ahí de espaldas, como el noveno arcano, marcando tan solo el pasado con la vacilante luz de su linterna.
Pero tu voz resuena aún en mis latidos: siempre estuvieron, hay tanta gente detrás de mi recuperación.
Tu voz, recordando nombres que pensé que se te habían borrado o que ni siquiera determinabas: Anita, los abuelitos, el Jero, la Mari, el Juan, la Luna, los tíos, Santy, Paco, Pancho, Franc, Luli… junto a los nuevos nombres: Jairo, Hernán, Lorena, Fabián, María Luisa… y la gratitud para todos matizándote la esperanza de los ojos.
¿Qué precio tiene abrir por fin el corazón?
Semilla del amor que un día creí perder.
Florcita herida que lentamente recupera el color de sus pétalos.
Tus brazos en torno a mi torso.
Y en medio del abrazo más esperado de la vida, una sola palabra que coloca las cosas en su sitio:
-Mamita.

domingo, 26 de abril de 2009

preludio (dolor)

esta espinita
esta derrepéntica gana de abrazarse a una almohada
a un peluche
o a un recuerdo feliz que ya no está
esta urgencia de glándulas lacrimales a chorros
aunque no se comprenda bien
por qué
/pero por favor que sea sin más ruido que la música de fondo/
este no saber
haber vivido y aparentemente todo bien
pero
ay
ay
ay
esa guitarra de leo brower
tan solo arañando el aire
y el alma
esta necesidad de una tímida presencia
con silencio cómplice
este preludio
dolor

viernes, 10 de abril de 2009

la esperanza tiene el color de tus ojos

Ayer te vi.
A los tiempos.
No sé si has crecido en talla; pero veo en tu rostro algo que no estaba antes.
Madurez.
Ya no quiero recordar los malos ratos. No quiero pensar nuevamente en todo lo que ayer me forcé a recordar para poder causarte el golpe necesario que te hiciera tomar conciencia de que uno no puede andar por ahí autodestruyéndose y de paso arrasando con la vida de quienes nos aman.
Simplemente, ayer te vi.
Y vi en tus ojos una nueva luz.
Algo que no había.
Esa luz, a veces triste, de la comprensión de lo que va más allá de nuestras posibilidades.
Ya no vi orgullo ni arrogancia.
Vi las marcas del dolor y de la separación forzada.
Y vi el reflejo de mi propio dolor.
Sin embargo, te vi bien, y eso es lo que cuenta.
Hubo lágrimas por ahí, para demostrar que tu alma no se ha echado a perder aunque a veces así me haya parecido.
Pero también hubo alguna sonrisa.
Tu sonrisa.
Eso que creí no volver a ver nunca más.
Y pude sentir tus latidos tan cerca de los míos como cuando ocupabas un espacio dentro de mi cuerpo, aunque no nos hayamos podido abrazar.
Ayer te vi y vi cómo la vida se puede reciclar después de las tormentas.
Y entendí una vez más que el camino es andando.
Y supe que hay esperanza en todas partes.
Esa esperanza alada y maravillosa que hoy por hoy tiene el mismo color de tus ojos.

itinerario

ahora sé que parís me está vedado
y los pasos sangrantes de la muralla china
incluso tal vez las callecitas de buenos aires
otras manos
trazaron mi destino
para destejer el nudo incierto de mi corazón confundido
y las desolaciones que se entretejieron
en la vida que pretendí dar
viajar venas adentro
fascinante trayectoria a la que sin embargo
a veces me resisto
/da miedo
¿saben?/
mis afectos perdidos
y la mano extendida de mi búsqueda de amor
tan solo para terminar comprendiendo
al fin de mucho llanto y mucho insonmio
que son los corazones que se nos dan sin miedo
los mejores destinos
para nuestra bitácora angustiada

conocer
conocernos
dejar sangre y retazos de piel en otras manos
eso nos toca a algunos
y no es malo/qué va/
tan solo diferente
ir indocumentados por las selvas ardientes
de nuestro propio miedo
nuestro absurdo secreto y cotidiano
y el faro de esperanza que nunca se nos pierde
más allá de que todo parezca estar en contra

sábado, 21 de marzo de 2009

velcro

te arranco
y suena
y duele
y si llega a la piel
raspa
lastimas
deshilachas la seda
la acabas
y
te
vas

maestro de maestros


Las coyunturas distraen a veces de lo entrañable. Hoy no quiero mirar la campaña electoral, la violación a “Hey Jude”, la acción contra Acción Ecológica. Lo dejo a los que quieran polemizar, amargarse un poco, entrar en las broncas al uso.
Y es que marzo es el mes de Johann Sebastián Bach.
Mi amor por este compositor y su obra viene de una larga data: iba a cumplir diez años. Acabábamos de cambiarnos de casa, a la ‘casa nueva’ en el nuevo barrio de la Jipijapa, y había que levantarse a las cinco y media de la mañana para llegar a tiempo al colegio en el Centro Histórico de Quito. En el aire se encendía muy despacio el Aria de la Suite Orquestal número 3 de Bach. Yo en aquel entonces ni siquiera sabía el título de esa música que poco a poco se iba apoderando del ambiente al entrar en mi sueño para lentamente irme sacando de él, solo sabía que, si existía la belleza pura, ahí estaba, librándome de la modorra sin brutalidades mientras las voces de mis padres, bajas para no despertarnos antes de tiempo, mencionaban historias y personajes del pasado en la paz de la madrugada. Luego, siempre con el fondo de Bach, una voz con acento norteamericano proclamaba: ‘Amanecer con Dios, con la Biblia en la mano’, y después, en medio de la misma música, los pasos de mi papá se acercaban despaciosos a mi puerta, su mano daba dos tímidos golpes y su voz mencionaba mi nombre en diminutivo. Así empezaban mis días.
De la biografía Johann Sebastián Bach no sé mucho, la verdad. Nació un 21 de marzo de 1685 en Eisenach, Alemania. Tuvo una infancia marcada por la orfandad, la envidia y el rigor de su hermano mayor. Fue, como muchos otros, músico de iglesias y de cortes; un asalariado más, quizá. De veinte hijos que nacieron de dos matrimonios, le sobrevivieron la mitad, o menos. Murió en 1750. Dejó una obra impresionante no solo desde el punto de vista de la cantidad, sino sobre todo de la belleza de todos y cada uno de sus trabajos.
Pero las anécdotas de la biografía no dicen nada. Apenas datos que se diluyen cuando la catarata de su música nos envuelve, cuando nos acercamos a la maravilla del genio, incomprendido por sus contemporáneos, como casi todos los genios, y descubrimos que algunos de los inalcanzables sentidos de la vida pueden estar precisamente en la creación portentosa de cada una de sus obras, por pequeñas o simples que parezcan.
En mi caso particular, al escuchar a Bach llegué a comprender que la música –su música – puede ser un absoluto y llenar las perturbadoras oquedades de la vida y el destino, si no de felicidad, por lo menos de consuelo y de solaz cuando nos hace falta, así como acompañarnos cuando nos asaltan los fantasmas del impulso creador.
‘Mi’ Bach. Gigantesco Dios de la música: preciso y claro como el paso del sol; sagrado y dulce como el amor de los amigos; tímido y suave como los pasos de mi padre, que su música acompañó durante tantos y tantos amaneceres tan solo para ayudarme a seguir por los vericuetos de la vida sin miedo a la gloria de la felicidad ni al estremecimiento del dolor, que forman parte de todo y siempre tienen sentido.

jueves, 5 de marzo de 2009

DECISIÓN

te amo
qué mierda
te amo
tanta lucha
tantas palabras inventadas
tantas razones
echadas al viento
queriendo convertirse en cometas
en pájaros
o estrellas
tanto
pero tanto
silogismo
y psilogismo
tanta búsqueda inútil de tanta cosa
tanto silencio a la fuerza
tanta proclamación de amistad
sin más
el apego
dicen
la codependencia
que le llaman
ya no sé
solo sé que
desprenderte del alma
todavía arde y duele

alguien me dijo
solo quererle
amarle
así
no pedir nada
ya nunca
aprender
que amar no es poseer
aunque después
no se sepa muy bien
qué mismo será

el diablo azul del tarot
me habló de aceptar
también
este dolor
como parte de mí
y saber
que el amor
es diferente y puro cada vez

¿qué importa
si no se puede hacer una película
o si no terminamos en un beso?

miércoles, 4 de marzo de 2009

la inocencia

Es lo malo de que a una le hagan algo malo: sentirse inocente. A eso respondía mi artículo de la semana pasada, en donde con inocencia pedía que quienes robaron varias partes de mi auto no conocieran la maravilla de la música de Bach. En ese momento estaba demasiado enojada y dolida como para comprender que quizá se dedicaron a la tarea de robar autos, entre otros millones de causas, porque jamás conocieron ni conocerán la música del Dios de la música.

Luego una se da cuenta de que las cosas no son tan simples; la delincuencia es un fenómeno complejo. Recuerdo, por ejemplo, haber leído en un periódico un artículo en donde poco faltaba para responsabilizar directamente al presidente Correa del cruel asesinato de una joven en la ciclovía de Cumbayá; la indignación ante el hecho es justa, pero el texto rezuma resentimiento y su estructura confunde al lector, por eso no lo voy a comentar más. Sin embargo, me remite a seguir pensando en esa idea de ser unos los ‘inocentes’ y otros los ‘culpables’ en ciertas situaciones. Generalmente, claro, los culpables serán quienes no piensan como nosotros o quienes no hacen lo que pensamos que se tiene que hacer en determinadas circunstancias.

¿Qué lleva a la gente a delinquir? ¿A atentar contra la propiedad, la integridad, la vida ajena? Difícil deducirlo cuando nuestras mentes no trabajan de la misma manera. Recuerdo aquella tan bella como dura película de Vitorio de Sica, El ladrón de bicicletas, en donde el personaje principal, después de sufrir el robo de su vehículo e instrumento de trabajo y buscarlo infructuosamente por toda la ciudad decide robar otra bicicleta, pensando que es tarea fácil, solo para descubrir que para poder delinquir hay que SABER delinquir, y los que no sabemos… bueno, estamos un poco fregados en ese aspecto, ¿no?

Pero, aunque no tengamos una mente delincuencial, ¿somos inocentes? Como individuos a quienes nos pesa hacer daño a la vida y la propiedad de los otros, por supuesto que lo somos. Pero como sistema, como un grupo humano, como una estructura social que produce y hace necesario el sub-motor de la delincuencia para seguir funcionando, no lo somos. ‘Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos’ reza el viejo y sabio tango de Enrique Santos Discépolo.

Alguien me dijo el otro día: ‘no desees el mal a quienes te robaron, porque el solo hecho de que tengan que robar y ese sea su modo de vida, ya es terriblemente malo de por sí’. Difícil verlo de esa perspectiva cuando se vive el susto, el mal rato, la sensación de invasión y violación del espacio y de la vida.
Sin embargo, aún me resisto a pensar que, como en algunas series o películas de superhéroes, los delincuentes nazcan y por eso su eliminación como personas sea per se el camino más correcto para arreglar este problema. Sin negar de plano un tipo de tendencia en la psique o el organismo, pienso que los delincuentes se hacen, y es en esa manufactura de la maldad en donde nadie queda indemne ni puede llenarse la boca proclamando inocencia total.

domingo, 22 de febrero de 2009

johann sebastian bach - sonata en mi bemol mayor (bwv 525) 1. adagio

quién tuviera
tan solo
la palabra precisa
que devuelve las cosas a su sitio
quién
pudiera
con el toque leve de la yema de un dedo
detener
el imparable caudal del llanto
quién supiera
cuándo callar
cuándo cantar
y hablar
y qué decir
quién pudiera enseñar
a nunca errar el paso
para no lastimar
ni hastiar
quién
tan solo
supiera
cuándo hacer qué
y amar
hasta el final
sin estropear

la ciudad de las lágrimas

[sobre la poesía de Amelia Ribadeneira]


Una mujer llora. Mira un abrigo colgado en un armario, y llora. Va llorando incesantemente por las calles de la ciudad y sus lágrimas forman ríos que se confunden con la lluvia. Quiere colgarse. Cortarse las venas. Y lo dice. Moriría otra vez si no hubiera ya muerto por el cuchillo que salió de la boca de un hombre y se le clavó a ella en el cuello.

Su dolor es impúdico, desenfadado. Lo dice sin signos de admiración, sin gritarlo, pero a los cuatro vientos.

Esa es la fuerza de la poesía del segundo libro de Amelia Ribadeneira. Sin pretensiones, todavía no le ha puesto título. Se llama, para efectos de un nombre de archivo de computadora Segundo Poemario. Así lo ha llamado, parecido a cuando nace una criatura para quien todavía no tenemos listo el nombre y lo llamamos El Bebé, o La Niña.

Este libro se teje con dos hebras conductoras: la fuerza de la pasión y el desgarramiento de la ausencia. Ambas se trenzan en palabras desenfadadas, ya lo dije; pero también en bellísimas imágenes del impulso amatorio. Nos desgarramos con ese sufrimiento rojo escarlata que pulula por sus páginas, pero también sentimos vibrar nuestra alma y nuestro cuerpo con el impulso del amor expresado a través de las calles de Quito, la ciudad que le sirve de escenario.

Al leer los sentidos poemas de Amelia, me vienen a la mente todo el tiempo las blancas paredes de las viejas casas y los antiguos conventos del centro histórico de esta ciudad que amo aunque a veces sienta que tendría que odiarla. También yo he andado esos caminos entre la ilusión y el despecho, y es el cielo azul infinito el que con frecuencia ha cobijado el arrobo de la alegría y el dolor de la soledad, o de igual manera la paz de la soledad y el lacerante rumor del desencuentro no buscado.

Saludo este bello conjunto de poemas sobre las alegrías y las penas del amor, que, sin embargo, rescata la individualidad y la fuerza de los corazones femeninos (o masculinos, qué me hago) que se atreven a darse con todo en el siempre difícil arte de amar, y que saben que, por temible que sea el incendio, siempre seremos el ave Fénix que resurge de sus propias cenizas para seguir apostándole a la fuerza y autenticidad de su sentir.

lunes, 16 de febrero de 2009

breve canción sin intención de amor

me gustaban tus ojos
ese sereno azul de cada martes tarde
esa atención callada
el hilo tenue que nos sostenía
me gustaban tus ojos

me gustaban tus labios
y la curva de sol de tu sonrisa
y el brillo de tu risa
cascada de cristal de tu alegría
me gustaban tus labios

me asustaba soltar tu corazón
porque dolía tanto el hilo de esa bella cometa
que parecía romperse
y perderse sin vuelta ni retorno

me gustaba tu alma
fabricando miradas y preguntas
o tan solo esperando
sin asomo de asalto ni secreto
me gustaba tu alma

me gustaban tus manos
esa manera de tejer el aire
de atrapar mis palabras
de bordar esperanza en mis angustias
me encantaban tus manos

me asustaba soltar tu corazón
y aunque a veces aún duela el hilo de esa bella cometa
que parece romperse
y sienta que lo pierdo y no hay retorno
ya no temo soltar tu corazón

y volverlo a encontrar

de amores

En estos días, en la ciudad de Los Ángeles, una joven mujer latina acaba de completar, en siete partos, la abrumadora cifra de catorce hijos. Los primeros seis partos fueron de un solo niño, y el último de óctuples. ¿Padres? No se sabe. Andando por el mundo. Ahora esta mujer enfrenta el odio de gran parte de su comunidad porque recibirá ayuda estatal para poder mantener y criar a sus niños. Incluso ha llegado (según las noticias que publica la Internet) a recibir insultos y hasta amenazas de muerte por atreverse a tener tantos hijos sin contar con los recursos necesarios para poder cuidar de ellos.
Resulta irónico que este suceso se reseñe entre las noticias de la red justo en los días en que se festeja, pomposamente, con derroche de corazones que van del rosado al rojo encendido y aglomeraciones en las zonas de diversión de las ciudades, el famoso ‘Día del amor y de la amistad’.
Parecería, por la iconografía y la publicidad al uso, que el único amor es el amor de la pareja. Institución que, por otro lado, ahora atraviesa una de las más profundas crisis en la historia de la humanidad: rupturas, divorcios, no a la unión de por vida, incremento de la soltería… Y sin embargo, las mujeres y los hombres del planeta seguimos soñando en el amor de los cuentos de hadas, creyendo al pie de la letra en todas sus implicaciones e interpretando literalmente la connotación más profunda de sus símbolos.
En nuestro país hay datos que resultan patéticos: las tasas de violencia intrafamiliar, los niveles de abuso sexual a menores, el alto índice de crímenes pasionales y suicidios por causas ídem.
Y sin embargo, obstinados y obstinadas, tercos y tercas, seguimos buscando eso que hemos dado en llamar el ‘alma gemela’. Seguimos hurgando en todas partes pretendiendo encontrar aunque sea el cadáver de la princesa perfecta o del príncipe azul (¿cianótico?). En un mundo sobrepoblado y repleto de gravísimos problemas de todo tipo, continuamos haciéndonos eco de nuestros impulsos reproductivos para tratar de llenar nuestra vida con la presencia de otro o de otra que nos dé a comprender que somos dignos de amor. ¿Qué importa si en ese camino cosechamos decepciones, maltrato, despecho avasallador o catorce hijos que no seremos capaces de mantener?
¿Por qué será? Me digo. ¿Por qué será?
Por el camino los dioses me han regalado el goce infinito y sagrado de la amistad. Pero la amistad no tiene el tinte de exclusividad, de ‘para mí solita’ que parece teñir o impregnar, a veces engañosamente, la relación de pareja. Y sin embargo, hace más de dos mil años ya dictaminaron las palabras de Jesús: “No hay mayor amor que el del que da la vida por sus amigos”.
¿Dar la vida? ¿Entregar la vida? ¿Compartir la vida? Cuando nos enjugamos las lágrimas del desengaño, podemos encontrar amor por todas partes, aunque no sea el clisé de la pareja. Quizás el secreto consista más bien en solo extender la mano para que en ella se pose la mariposa verde del amor, y no pretender cerrar el puño para detenerla, al tiempo que la destruimos en ese vano intento de atraparla para siempre. Quién sabe.

domingo, 18 de enero de 2009

¿olvido?

para el david
y a quien le llegue
o le salpique
el muchacho que nunca lo supo
el artista bohemio
el joven estudiante para cura
el marido que ya no quiso seguir
algún alumno
por ahí
el hombre más hermoso del mundo
en más de un sentido
pero no para mí

todos
tomaron su camino
y otros
que ya no me acuerdo
también

a veces
en la noche
miro la oscuridad
siento el gato
Manuel Jodorowsky
que ronronea encima de mis pies
ese trocito de compañía dorada
/otro regalo de la vida/
y pienso en ellos

fueron
estuvieron
están
y es para siempre
aunque no lo parezca
alguno regresa con un cariño de hermano
esa cosa sagrada y cristalina
/la amistad/
que jamás creí merecer
otros vendrán
si así tiene que ser

vivo el dolor
ahora
mañana tal vez vuelva a sonreír
y descubra
cómo florece
aunque sea tardío
el amor que entregué
y me ayudó a estar viva
y a dar vida también

nada se pierde
nada
finalmente
algún día
verás la luz
que encenderá de paz y de ternura
la maravilla
de tu corazón

domingo, 11 de enero de 2009

gaza


no quiero saber

de la ironía

de cohetes como fuegos artificiales

asolando poblados

no

quiero saber

de más cuerpos tendidos

envueltos en sábanas

y todo ese llanto

no

quiero mirar

otra vez

llorando

el último beso del padre

que no puede llorar más

en la frente del niño

que ya no crecerá

viernes, 2 de enero de 2009

los discípulos de hitler


Cuánto lloramos en el pasado con libros como el estremecedor Diario de Anne Frank, cuánto nos conmovieron series de televisión como Holocausto y QV7, cuánto nos sacudieron y nos hicieron sentir avergonzados de ser humanos y al mismo tiempo felices de serlo películas como La lista de Schindler o La Decisión de Sofía. Cuánta rabia, cuánta indignación, cuántas lágrimas y cuánto rechazo hacia la crueldad humana nacieron de esas experiencias, así como de indignarnos de las historias que en ellas se contaban y que sabíamos verídicas y ciertas.

Nunca despreciaremos a las víctimas semitas de la Segunda Guerra Mundial, de la voracidad imperial de la reina Isabel la Católica o de la mal llamada 'Santa' Inquisición.

Pero por ese mismo sentimiento de solidaridad humana que nos lleva al dolor y la indignación ante la maldad y la ambición, ante la discriminación y las guerras desiguales y sangrientas en las que mueren cientos de personas que poco o nada tienen que ver con aquello por lo que se pelea, no podemos dejar de sentirnos también indignados, también estremecidos por la sorpresa y el rechazo ante lo que en este momento ocurre en la franja de Gaza.

Más allá de las razones que los gobiernos y los ejércitos esgrimen para justificar sus atrocidades, lo que vemos en la prensa son cadáveres de simples seres humanos que terminaron sus días en medio del horror de una masacre sin sentido: mujeres, niños y niñas, ancianos, jóvenes. Casas de habitación destruidas. Sangre inocente, solamente eso. Como la sangre de los seis millones de judíos exterminados en la Segunda Guerra Mundial. Ni más ni menos.

Quién iba a decir alguna vez que los descendientes y compatriotas de las víctimas de Hitler serían los mejores y más aprovechados alumnos del ansia de matar con que este oscuro personaje asoló al mundo entero en su momento.

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