viernes, 19 de octubre de 2007

SÍMBOLOS PATRIOS

Pertenezco a una generación a la que trataron de emocionar impunemente con la patética e inverosímil historia de Abdón Calderón narrada por Manuel J. Calle. Una generación a la que quisieron convencer de que el Himno Nacional del Ecuador era el segundo mejor himno nacional del mundo después de la Marsellesa. Una generación que se tragó completo y durante muchos años el cuento del amarillo-oro, azul-cielo y rojo-sangre-de-nuestros-héroes para explicar los colores de la bandera que Francisco de Miranda le diera como insignia a Simón Bolívar.
Pertenezco a una generación que en los últimos años de secundaria tuvo aquella humillante y quejumbrosa asignatura llamada “Historia de Límites”, en donde se vapuleaba por donde se podía al Perú llamándolo “El Caín de América”. Una generación acostumbrada a celebrar el “Día del Civismo” recordando que mucho tiempo atrás, en una fecha igual, “cuatro mil bravos colombianos vencieron a ocho mil peruanos” en Tarqui.
Mientras, por dentro, el país se desmoronaba por varios motivos, y se desangraba en hemorragias internas causadas no precisamente por “El Caín de América”, sino por otros más eficaces sucedáneos locales. Mientras, muchos niños eran proclamados abanderados del pabellón nacional, en todos los colegios del país, ante las lacrimosas miradas de sus madres; muchos otros juraban por su honor defender con su sangre el tricolor nacional y si así no lo hacéis la patria os demandará, ya se sabe.
Crecí ante el denodado esfuerzo de todo un aparato educativo marcado por valores marciales y empeñado en que me arrodillara a como diera lugar ante los “símbolos patrios”. Pero la vida me llevó por caminos que me enseñaron algunas cosillas importantes, por ejemplo:

*Que es imposible gritar “¡¡¡Viva la Patria!!!” siquiera con un lápiz entre los dientes, no se diga con el asta de una bandera, o si no inténtenlo. El mérito de Abdón Calderón es haber participado a edad muy temprana, con mucho arrojo y valentía, en las campañas por la liberación de la opresión española (o sea, doctor Maldonado, haber matado), entre ellas en la Batalla del Pichincha, en donde su valor y su fortaleza lo llevaron a una muerte prematura que sobrepasa cualquier anécdota que lo hunda en el ridículo.
*Que la bandera tricolor llegó a América en brazos de Francisco de Miranda para recordarle un fogoso romance con una mujer de cabello rubio, ojos azules y labios rojo encendido, y de allí fue adoptada por Simón Bolívar para su lucha contra el imperialismo español.
*Que la música del Himno Nacional posiblemente haya nacido de la adaptación que hiciera Antonio Neumane de una marcha creada por él mismo mucho tiempo atrás, únicamente para instrumentos de viento, y de ahí vienen todas las dificultades para ser interpretado por una voz humana, así como la ‘adaptación’ de la letra que se nota a leguas metida a la fuerza en una música en la que de otra manera no cabría. O sea, que de segundos en el mundo… mejor ni hablar. Tal vez desde el último, quién sabe.
*Que, más que arrodillarnos ante el escudo nacional, lo que con frecuencia contrarresta mucho mejor la invasión comercial y despersonalizante del Halloween es un buen tazón de colada morada con una guagua de pan hecha como Dios manda.

Algunos días, cuando la radio me despierta con el anuncio de que escucharemos “las sagradas notas del Himno Nacional”, o cuando presencio esa, a mi juicio, intrascendente (de lado y lado) y vana disputa que ahora se sostiene respecto de la validez del Himno de Juan León Mera y Antonio Neumane versus el himno Patria, tierra sagrada de Sixto María Durán, me pregunto si realmente en este país la gente tiene algo importante de qué ocuparse. Si de veras se da cuenta de cuántos y cuáles son los problemas más graves y acuciantes del Ecuador.
Desde niños nos enseñaron (y no con inocencia, de eso estoy segura) a conmovernos hasta las lágrimas ante la presencia de los símbolos patrios mientras pasábamos de largo ante la miseria y el dolor de nuestra pobre gente; desde pequeños aprendimos a venerar como a dioses a los símbolos patrios sin ni siquiera regresar a ver los campos abandonados, los problemas ambientales, las crisis de corrupción y otras tantas taras de este rincón del mundo. Alguien, y de seguro que no con buena fe, se empeñó en hacernos amar a la Patria abstracta, para que de esa manera nos olvidáramos de cuidar y proteger al sufrido y castigado país hecho de gente y de barro, al que poco le importa qué se cante o qué se venere, pues su hambre y su desigualdad claman al cielo, y son más inmutables que cualquier símbolo o signo más tarde o más temprano precario y pasajero, en fin de cuentas.

1 comentario:

Xavier Oquendo Troncoso dijo...

De acuerdo con todo. Yo también pertenezco a esta generación. Igualito a mi mundo colegial. Pero no estoy tan de acuerdo en que el himno del Ecuador sea tan postizamente malo. Hay un bello texto de Jorge Enrique Adoum en su libro "ecuado Señas perticulares" que habla sobre este particular del himno. De la dificultad de logran cantar y llegar a los más altos tonos, pero de que es un himno esteticamente logrado, lo es.
Sabemos que nunca se ha hecho un concurso a lo miss universo, para elegir el himno más bello del mundo, y sabemos también que en todos los países de Amércia se dice que el himno de su patria es el segundo despues de la Marsellesa, que es un himno que lo puede cantar todo el mundo porque esta en el tono 4 y es accesible para cualquier mortal.
Por lo demás de acuerdo. Y aunque se que le discusión es infrucutuosa sobre nuestro himno y su "mensaje" impostado frente a la bella canción "Patria, tierra sagrada", considero que esta segunda canción nos acerca más a nuestra realidad.
Eso no más, un beso

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