sábado, 26 de abril de 2008

Paralelogramo


Me resulta difícil ir al teatro. Distancias, precios, quehaceres, hijos, pereza… Bueno, también pretextos, para qué nos vamos a hacer.
Sin embargo, como mujer que coquetea con las le- tras y las palabras, estoy consciente de que el tea- tro es vida. Pura vida. Dimensión lúdica. Y discurso también, no solo de palabras: discurso del cuerpo, de las formas, de los gestos y las miradas.
Por eso he disfrutado tanto de la puesta en escena de una obra que, de no ser por el colectivo que la ha rescatado del olvido y el anonimato, se habría perdido en el fondo de los siglos.
Paralelogramo, se llama. Y la escribió hace más de sesenta años ese gran poeta postmodernista quiteño que fue Gonzalo Escudero. Político, diplomático, escritor. Pero más que nada un ser humano que observaba el mundo y, como todo artista, se hacía preguntas. Preguntas que bordeaban el sentido de las estructuras y las normas sociales que –es cierto – nos hacen llevadera la existencia en grupo, pero también pueden ser inmensamente castradoras y frustrantes.
En medio de un discurso iconoclasta, que socava los pilares de ciertas convivencias y de ciertas estructuras, Escudero traza un paralelogramo de cambiantes ángulos, planos y vértices en el que por momentos presentimos un resbalón o una caída de nuestros propios principios y creencias.
Pero, más allá de sus propios e innegables méritos, el Paralelogramo de Gonzalo Escudero cobra vida a través de las manos, los cuerpos y los gestos de un colectivo de actores, diseñadores y productores teatrales que, adoptando ese mismo nombre, en apariencia tan geométrica le ponen movimiento, intriga y sobre todo la fuerza, el soplo vital que redimensiona las palabras guardadas y casi olvidadas en un papel antiguo y quizás ajado.
Quiero aclarar que no soy crítica teatral. Apenas soy alguien a quien le resulta difícil salir al teatro por las razones que explicité en el primer párrafo de este artículo. Y no estoy hablando ni siquiera como escritora, sino como alguien que ayer en la noche, bajo la lluvia y sorteando los vericuetos de esta ciudad caótica y desorganizada, llegó al legendario y entrañable Teatro Sucre y se encontró con unas formas geométricas que danzaban reconvirtiendo espacios mentales y psicológicos, y se dio de manos a boca con las preguntas filosóficas de toda la vida, y pudo experimentar sus miedos y sus dudas en medio de una que otra carcajada, también. De eso es de lo que puedo hablar, como alguien que se preocupa por sus deudas y camina todos los días por la calle. Y ha leído algunas cositas de Escudero, también.
Sin embargo, más allá de mi escaso conocimiento de los elementos de la crítica teatral, quisiera felicitar esta suma de iniciativas, desde la del Teatro Sucre hasta la de este grupo de jóvenes artistas que se han unido en su propio Paralelogramo y lo han recreado para que las palabras auténticas de nuestros verdaderos poetas resuciten y ya no se sigan carcomiendo por el desconocimiento y el olvido. Y para quienes me lean, en cuanto se enteren de que pueden verla, no se la pierdan. Vale la pena.

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