miércoles, 4 de marzo de 2009

la inocencia

Es lo malo de que a una le hagan algo malo: sentirse inocente. A eso respondía mi artículo de la semana pasada, en donde con inocencia pedía que quienes robaron varias partes de mi auto no conocieran la maravilla de la música de Bach. En ese momento estaba demasiado enojada y dolida como para comprender que quizá se dedicaron a la tarea de robar autos, entre otros millones de causas, porque jamás conocieron ni conocerán la música del Dios de la música.

Luego una se da cuenta de que las cosas no son tan simples; la delincuencia es un fenómeno complejo. Recuerdo, por ejemplo, haber leído en un periódico un artículo en donde poco faltaba para responsabilizar directamente al presidente Correa del cruel asesinato de una joven en la ciclovía de Cumbayá; la indignación ante el hecho es justa, pero el texto rezuma resentimiento y su estructura confunde al lector, por eso no lo voy a comentar más. Sin embargo, me remite a seguir pensando en esa idea de ser unos los ‘inocentes’ y otros los ‘culpables’ en ciertas situaciones. Generalmente, claro, los culpables serán quienes no piensan como nosotros o quienes no hacen lo que pensamos que se tiene que hacer en determinadas circunstancias.

¿Qué lleva a la gente a delinquir? ¿A atentar contra la propiedad, la integridad, la vida ajena? Difícil deducirlo cuando nuestras mentes no trabajan de la misma manera. Recuerdo aquella tan bella como dura película de Vitorio de Sica, El ladrón de bicicletas, en donde el personaje principal, después de sufrir el robo de su vehículo e instrumento de trabajo y buscarlo infructuosamente por toda la ciudad decide robar otra bicicleta, pensando que es tarea fácil, solo para descubrir que para poder delinquir hay que SABER delinquir, y los que no sabemos… bueno, estamos un poco fregados en ese aspecto, ¿no?

Pero, aunque no tengamos una mente delincuencial, ¿somos inocentes? Como individuos a quienes nos pesa hacer daño a la vida y la propiedad de los otros, por supuesto que lo somos. Pero como sistema, como un grupo humano, como una estructura social que produce y hace necesario el sub-motor de la delincuencia para seguir funcionando, no lo somos. ‘Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos’ reza el viejo y sabio tango de Enrique Santos Discépolo.

Alguien me dijo el otro día: ‘no desees el mal a quienes te robaron, porque el solo hecho de que tengan que robar y ese sea su modo de vida, ya es terriblemente malo de por sí’. Difícil verlo de esa perspectiva cuando se vive el susto, el mal rato, la sensación de invasión y violación del espacio y de la vida.
Sin embargo, aún me resisto a pensar que, como en algunas series o películas de superhéroes, los delincuentes nazcan y por eso su eliminación como personas sea per se el camino más correcto para arreglar este problema. Sin negar de plano un tipo de tendencia en la psique o el organismo, pienso que los delincuentes se hacen, y es en esa manufactura de la maldad en donde nadie queda indemne ni puede llenarse la boca proclamando inocencia total.

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