miércoles, 23 de enero de 2008

QUE TRATA DE LO QUE EN ÉL SE VERÁ

Desde que, hace algún tiempo, una persona muy querida para mí me dijo que me estimaba mucho a pesar de mis ideas políticas decidí que no iba a escribir más sobre el tema político si no era estrictamente necesario. No quería poner a esa persona -y a otras - en el doloroso dilema de seguirme o no queriendo por pensar o no de la misma forma, dilema en el que, por otra parte, yo jamás he estado, sobre todo respecto de mis verdaderos amigos, piensen como piensen.
Sin embargo, aunque para mí el cariño de mis amigos y amigas es una cosa imprescindible, ahora, a riesgo de perderlo, no me puedo callar. Y no me puedo callar porque el rumor del lloriqueo me está comenzando a hartar.
¿De qué nos quejamos?
Nos quejamos por los impuestos, y siguiendo una antigua tradición ecuatoriana, nos quejamos "de oídas", sin saber por qué, pero sabiendo bien para qué. ¿Sabemos, por ejemplo, cómo se aplicarán las regulaciones de los impuestos sobre las herencias? Sería de alegrarse, por una parte, pues de un tiempo acá resulta que casi todos los ecuatorianos vamos a heredar, individualmente, cincuenta mil dólares o más, y por eso temblamos y lloramos y hacemos rechinar los dientes a coro en el momento en que nos van a "quitar" nuestras fortunas. Obvio que el patrimonio proviene de un trabajo (en un considerable número de casos, ojalá), pero ese patrimonio también se construye en un país, en un medio social, en un ámbito en el que algo se debe devolver a la sociedad y a la comunidad a la que se pertenece. Además, si este es un país de gente taaaaaaaaaaaaaan millonaria, ¿por qué nos quejamos tanto?
Nos quejamos de que nos van a cobrar impuestos por dar de comer a nuestro perro, a nuestro gato, a nuestro caballo (los que tienen caballo). ¿Y? ¿Acaso no hemos advertido, por ejemplo, a través de nuestros ojos velados por el llanto, que se está invirtiendo dinero en mejorar la salud pública, la educación, la capacitación de médicos y profesores? ¿Nos duele tanto eso?
Alguien se queja de que no hay libertad. Yo no me he dado cuenta. Ando por la calle tranquilamente. Trabajo. Escribo. Vivo con mucha más paz en el corazón que en tiempos de León Febres Cordero, Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad o Lucio Gutiérrez. Incluso, si quisiera (y pudiera) irme del país, ahora mismo sería un poco más fácil con esto de que ya no tengo que sacar permiso de salida, por ejemplo.
Y bueno, así como nadie se lamenta porque tengan en un montón de bancos la imagen de la Virgen Dolorosa y se sigue usando los bancos sin decir nada contra esa velada y artera mezcla de religiosidad y manipulación psicológica, ¿por qué nos asusta tanto una solitaria bandera con la hoz y el martillo en Montecristi? Tanto la Virgen Dolorosa como la hoz y el martillo no son más que símbolos de creencias a las que todo el mundo tuvo alguna vez y todavía tiene derecho, aunque hayan sido también -los dos - símbolos de fanatismos y otras cosas peores.
Observo a los que aúpan la protesta. Se quejan de que no hay democracia, pero si nos ponemos a ver la cantidad de votos que obtuvieron en alguna elección en la que participaron me doy cuenta de que su concepto de democracia es algo bien difícil de homologar con lo que la mayoría de electores entendemos como tal. También advierto, con un poco de temor, que la idea de bien común en ciertos ámbitos se parece demasiado a mientras a mí no me toquen, pues el bien común, entendiéndose por común el bien de los que no heredarán más de cincuenta mil dólares y tampoco tienen caballo, que yo creía que eran la mayoría, exige que quienes siempre han disfrutado de ciertas excesivas comodidades cedan un ápice de lo suyo a los que necesitan más, así como se cede el asiento en el bus a la señora que tiene un niño en los brazos o el vientre, al anciano, al hombre que usa muletas.
Es triste que cuando las cosas comienzan a mejorar para todos en un país la gente solamente se fije en aspectos de forma. Es triste que cuando se comienzan a atender necesidades básicas de la gente más urgida, los que nunca necesitaron nada quieran aferrarse a toda costa a sus privilegios. Es triste que no veamos más allá de nuestras narices (nuestras herencias abultadísimas, nuestros mezquinos placeres burgueses, nuestras trasnochadas hipersensibilidades, algo tan quiteño, por otra parte).
Por eso, mañana y todos los días jueves me podré una prenda verde.
Porque no heredaré más de cincuenta mil dólares y sé que tampoco podré dejar esa herencia a mis hijos, aunque si algo he hecho en la vida ha sido trabajar.
Porque no tengo caballo.
Y porque quiero a mis amigos y amigas sin fijarme en cómo piensan mientras no piensen en cometer algún crimen de lesa humanidad.
Ah, y porque a pesar de todo tengo esperanza.

3 comentarios:

Ana Maria dijo...

por estas cosas le extrañooo!! gracias por ser asi!! Le quiero mucho!

Lucre dijo...

Soy Gabriela Ponce, alguna vez alumna tuya. Me ha emocionado mucho la carta que has escrito. En ella, de manera lúcida, describes la indignación que yo también siento. Gracias. Por eso me uno a tu iniciativa, y también me vestiré de verde los jueves. Por eso, y por que yo también estoy llena de esperanza, y de alegría de ver que en mi país las cosas pueden ser diferentes. Algo que jamás imagine, mi generación creció en medio de la resignación y la indifencia política. NO más. Ahora que estamos tan politizados todos, es hora de soñar.
Gracias nuevamente por atreverte a escribir de política, a pesar de todo, y hacerme saber que somos algunos, quizá muchos más de lo que imaginamos, los que compartimos esos mismos sueños.

Lucre dijo...

Me he conmovidoemocionado. Acá en la mitad de la asamblea donde tal
vez políticamente me haya enriquecido pero humanamente pauperizado me
ha dado unas ganas enormes de que me den diciendo a la Lucrecia "que
chévere, que bonito y que tan adentro estás escribiendo" Y aunque
hayas hecho la tal promesa de no escribir sobre política sino es
estrictamente necesario me encanta saber que de manera lúcida has
decidido que ahora es estrictamente necesario. Que me den diciendo que
le abrazo animalmente como es el Paco Velasco. Gracias

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