domingo, 22 de febrero de 2009

la ciudad de las lágrimas

[sobre la poesía de Amelia Ribadeneira]


Una mujer llora. Mira un abrigo colgado en un armario, y llora. Va llorando incesantemente por las calles de la ciudad y sus lágrimas forman ríos que se confunden con la lluvia. Quiere colgarse. Cortarse las venas. Y lo dice. Moriría otra vez si no hubiera ya muerto por el cuchillo que salió de la boca de un hombre y se le clavó a ella en el cuello.

Su dolor es impúdico, desenfadado. Lo dice sin signos de admiración, sin gritarlo, pero a los cuatro vientos.

Esa es la fuerza de la poesía del segundo libro de Amelia Ribadeneira. Sin pretensiones, todavía no le ha puesto título. Se llama, para efectos de un nombre de archivo de computadora Segundo Poemario. Así lo ha llamado, parecido a cuando nace una criatura para quien todavía no tenemos listo el nombre y lo llamamos El Bebé, o La Niña.

Este libro se teje con dos hebras conductoras: la fuerza de la pasión y el desgarramiento de la ausencia. Ambas se trenzan en palabras desenfadadas, ya lo dije; pero también en bellísimas imágenes del impulso amatorio. Nos desgarramos con ese sufrimiento rojo escarlata que pulula por sus páginas, pero también sentimos vibrar nuestra alma y nuestro cuerpo con el impulso del amor expresado a través de las calles de Quito, la ciudad que le sirve de escenario.

Al leer los sentidos poemas de Amelia, me vienen a la mente todo el tiempo las blancas paredes de las viejas casas y los antiguos conventos del centro histórico de esta ciudad que amo aunque a veces sienta que tendría que odiarla. También yo he andado esos caminos entre la ilusión y el despecho, y es el cielo azul infinito el que con frecuencia ha cobijado el arrobo de la alegría y el dolor de la soledad, o de igual manera la paz de la soledad y el lacerante rumor del desencuentro no buscado.

Saludo este bello conjunto de poemas sobre las alegrías y las penas del amor, que, sin embargo, rescata la individualidad y la fuerza de los corazones femeninos (o masculinos, qué me hago) que se atreven a darse con todo en el siempre difícil arte de amar, y que saben que, por temible que sea el incendio, siempre seremos el ave Fénix que resurge de sus propias cenizas para seguir apostándole a la fuerza y autenticidad de su sentir.

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