martes, 2 de enero de 2007

LOS PANTALONES

Ahora que se acerca la posesión de un nuevo gobierno en el ejecutivo y de un nuevo congreso, ha vuelto a aparecer por todas partes la famosa, manida y conmovedora alusión a los pantalones. Entonces, gente de todos los sexos llama, por ejemplo, a una radio a decir que ojalá Correa "tenga pantalones" para sacar adelante su proyecto de Asamblea Constituyente pese a la nueva mayoría ya formada en el Congreso. Y alguna señora (!) llama a otra radio (o la misma, para el caso no importa) a asegurar que pase lo que pase el pueblo quiteño "tendrá pantalones", como siempre ha tenido, para botarles a estos del congreso que lo único que quieren es medrar de la situación y... en fin. Así mismo, la gente del Congreso asegura "tener los pantalones" suficientes para no dejarse tumbar por una posible asamblea constituyente (o sea, poder seguir jodiendo, que no es más).
Por otro lado, al evaluar el gobierno saliente, todo el mundo sabe que Palacio no ha "tenido pantalones" para enfrentar ciertas situaciones, aunque podemos afirmar, por ejemplo, que Francisco Carrión sí se ha plantado "con los pantalones bien puestos" ante el conflicto con Colombia.
Pero los pantalones no invaden solamente el ámbito de la política o de las relaciones internacionales. También se hacen presentes, por ejemplo, en mi vida cotidiana, cuando al observar la abierta rebeldía de mi hijo adolescente, algún comedido o comedida bien intencionad@ me recomienda, entre sever@ y condescendiente que "me ponga los pantalonesf" (casi nunca uso otra prenda en la parte inferior de mi cuerpo) para conducir adecuadamente esta situación (también me han aconsejado correazos y otros métodos por el estilo; pero eso creo que se puede hacer igualmente con falda).
En fin, no sé si peco de feminismo exacerbado; pero esta expresión de los pantalones, particularmente, me desagrada bastante. Y más por la ligereza y alegría con que hombres y mujeres la repiten a diestro y siniestro como si fuera la panacea para cualquier desorden, caos o pelea en la que tiene que intervenir un poco de energía, valentía, coraje y/o cualquier otra cualidad afín. "No ha tenido los pantalonessss...", "esperemos que el nuevo Presidente tenga pantalonesss...", "en el conflicto con Colombia (o con Perú, o con ve tú a saber) lo que hay que hacer es ponerse los pantalonesss..." Así, dicho con la sss final bien marcada, arrastrada, severa, terminante.
Y así, aunque ahora casi todas las mujeres que conozco (menos una, que es la reina del glamour, y lo sabe) utilicemos casi exclusivamente pantalones, esta prenda continúa convertida en una cuasi vergonzosa metonimia (o sinécdoque, nunca sé) del masculino, ser que para nuestra mentalidad, inconscientemente, aún encarna el summum de la fortaleza, la valentía, el rigor, el coraje, el empuje y todas esas virtudes que han llevado faldas en igual o mayor proporción a lo largo de la historia de la humanidad. Es decir, hombres y mujeres del siglo XXI seguimos arrimándonos a lo fálico para expresar energía y valor, olvidando quizá que Jesús, Sócrates y William Wallace, por citar solo tres ejemplos masculinos de valentía, serenidad y arrojo, jamás utilizaron pantalones.
Así que, más allá de la pusilanimidad de Palacio o de la serena integridad de Carrión, es de desear que los nuevos Congresistas utilicen el cerebro para darse cuenta de que no representan un carajo a casi nadie, y que Correa (que supo abandonar con dignidad el uso un poco trasnochado del simbolismo de su apellido) así como todos nosotros, con faldas o pantalones, sepamos hacer respetar nuestra elección.
Y que Dios nos ayude, porque buena falta nos va a hacer.

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