lunes, 8 de enero de 2007

POBRECITA, MI AMOR, NO SABE NADA...



Desde hace algún tiempo he podido escuchar en la radio algunas cuñas publicitarias que me tienen ligeramente preocupada, y la preocupacion se debe, sobre todo, a que estaba convencida de haber nacido en un siglo en el que la mujer había alcanzado, por decirlo de alguna manera, por lo menos el reconocimiento como ser pensante dentro de la sociedad ecuatoriana.
Entonces, con este convencimiento, voy en el auto, o estoy en casa, y escucho una cuña que pretende motivar a la comunidad para que ahorre energía eléctrica. El argumento es bastante simple: una familia se ha excedido en el gasto eléctrico y el marido le reprocha "amablemente" y le "explica" a su mujer los costos de uso de los aparatos eléctricos de la casa. La intención es loable, por supuesto: el ahorro de energía eléctrica que beneficiará a las familias y en últimas al país. Pero la primera cosa que me choca al escuchar este comercial es el tonito displicente con que el esposo trata a la esposa, el típico tono condescendiente que pretende esconder pero evidencia el desprecio que se siente por un ser inferior, y que he escuchado a algunos de mis tíos emplear contra (aquí no cabe un "con") mis tías, a algunos de mis amigos emplear contra mis amigas, y que en ocasiones incluso empleó mi ex marido (cuando estaba de buen genio). Ese tonito que alarga las vocales al final, que conlleva un vergonzante cantadito para en el fondo esconder un velado "como a muda mismo..." Pero no es este el único detalle, que quizás se podría atribuir al actor y al director del comercial, lo que duele y ofende. Es el sustrato ideológico del contenido de la cuña, en donde se parte de la idea de que el hombre sabe, puede explicar, conoce y abusa de ese conocimiento, mientras la mujer ignora, no tiene idea de nada, es como una niña o una incapaz que, para colmo, asiente con tono de admiración a la exhibición de conocimientos del admonitorio discurso de su "bien intencionado" cónyuge. Desconoce por completo la cuña que en nuestro país y en Latinoamérica hay un altísimo porcentaje de mujeres que deben ocuparse de estos detalles porque simplemente no hay quién más lo haga. Desconoce así mismo que somos las mujeres quienes con frecuencia administramos el gasto de nuestros hogares y que en ocasiones es a nosotras a quienes nos toca "explicar" a nuestros esposos o compañeros algunos detalles acerca del costo de la vida.
La otra "perla" es la cuña publicitaria para prevenir la transmisión del virus del VIH Sida a los bebés en el vientre materno. La escena también parece muy cotidiana, aparentemente respetuosa, y en este caso hasta dulce y tierna: un hombre y una mujer, quizás esposo y esposa, embarazada ella, comparten un momento de intimidad en el que él le apega el oído al vientre y ella, entre ingenua y cariñosa, le pregunta qué oye. Entonces el padre, con un tonito de monitor de curso prematrimonial, le dice con dulzura que el niño sugiere a la madre que se haga un examen para saber si tiene el VIH, que esto es necesario para cuidar de la vida del niño y de su propia salud, y que, si por mala suerte está infectada, hay algunas opciones para prevenir la infección del niño y prolongar la vida de la madre. Lo dice amorosamente, sin ofender, con mucho cuidado, escudándose en el niño que está en el vientre de su madre; pero siempre desde la postura del que "sí sabe" a la pobre ignorante que no tiene idea de nada. Por otra parte, jamás se menciona que el padre también tendría que hacerse o haberse hecho la prueba para saber si tiene el virus. Eso no es su problema. Es un asunto de ella, él solo aconseja, de buena gente que es.
Al oír esta cuña publicitaria, me pregunto hasta qué punto estaban pensando "en serio" quienes la elaboraron, produjeron y actuaron. ¿O será broma? Porque no cabe en mi mente que una cuña que enfoque un tema tan serio y trascendente como este desconozca una serie de elementos fundamentales, como, por citar solo uno, el hecho de que la mayor parte de mujeres casadas que tienen el VIH lo han obtenido como un "regalo" de sus propios esposos, quienes casi seguramente, por miedo o por descuido, no se preocuparon jamás por ver o saber si tenían el virus en el momento preciso. Además, obviamente, la cuña completa está animada por el mismo espíritu que la otra, en donde se parte de que es el hombre quien tiene el conocimiento, y no solo eso, sino también la autorización para impartirlo con una humillante mezcla de displicencia y condescendencia a la mujer que, pobrecita, mi amor, no sabe nada...
Si oyes alguna de estas cuñas y estás de acuerdo con lo que he dicho, llama inmediatamente a la radio y expón tu criterio, es necesario hacernos oír...

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