domingo, 9 de diciembre de 2007

DICIEMBRE

Por un momento quiero apartar mis ojos de la política, de los usos del lenguaje, de las fiestas de Quito. Y hablar, como si fuera el título de una película de Woody Allen, del mes de diciembre. Porque en diciembre la gente enloquece, ¿se han dado cuenta? Si para Freud el Quijote de Cervantes se convirtió en un muestrario de patologías de orden psiquiátrico o psicológico, quizá se debió a que no vivió ningún diciembre de fines del siglo veinte o principios del veintiuno.

En primer lugar, la gente se multiplica, nadie sabe cómo. Porque no es que nace un número representativo de niños ni cosa parecida. Simplemente, la gente y sus vehículos aumentan en cantidades exorbitantes. ¿Cómo lo hacen? No se sabe, pero hay más gente: en la calle, en los centros comerciales, en las farmacias, en los bancos, en todas partes. ¿De dónde sale tanta gente? ¿Hay un desdoblamiento masivo, acaso? ¿Alguien se pone a clonar personas justo para este mes? Si nos ponemos a hurgar en las razones, verán que no existe explicación posible desde el punto de vista de la lógica para esta cortazariana situación.

Luego, la gente se vuelve compradora compulsiva. Todos, sin excepción. Y más que todos aquellos que han declarado a la altura de octubre que para estas navidades no caerán en las redes y los tentáculos del consumismo. Lo dicen y al ratito están comprando regalos con base de diez dólares para los diversos intercambios de la oficina, de los grupos de primos, de los clubes de lectura, de la jorga de amigos. ¿Cariño? ¿Deseo de dar? Puede ser, pero no es más que empezar. Una va por uno de estos regalitos y sale como con veinte, por lo menos.

Hay gente que, quizá movida por un espíritu ascético, inicia dietas en diciembre. Son pocos, pero son, como diría César Vallejo: Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte, y todo a punte asombro. Se presentan al té de amigas y dejan intactos todos los platos que se les ponen por delante. La pregunta inmediata es: ¿catolicismo del siglo XXI -saben que pululan los fundamentalismos raligiosos, ahora último, ¿no?-? ¿masoquismo? ¿pre anorexia? nadie sabe. Nadie entiende, lo peor.

Como todo, diciembre es un mes con sombra. Hermoso porque toda la gente retoma el cariño y el aprecio que siente por los suyos. Horrible porque a veces, aunque no sintamos ese cariño nos vemos obligados a demostrar por lo menos algo parecido para no quedar mal. Hermoso porque nos vienen múltiples tentaciones de solidaridad. Horrible porque se pone en evidencia le miseria y la desigualdad. Hermoso porque se recupera el sentido de la familia. Horrible porque duelen más los desencuentros, las soledades y las ausencias.

Sin embargo, diciembre es, con todo, el mes de las luces, de las alegrías, de los reencuentros y de los abrazos. Y quizá lo mejor sea enfocarnos en todo esto, y pelear para que, a pesar del enloquecimiento colectivo, diciembre sea un mes en el que cada vez se vea menos inequidad y más igualdad entre todos y todas.

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