lunes, 3 de diciembre de 2007

VIVA QUITO


Muchas veces me he preguntado, con un regusto amargo, qué es lo que hace que mi ciudad festeje con tanta emoción su conquista y su derrota. Fundación, le dicen, pero Quito estuvo ahí desde mucho antes de que Almagro y Benalcázar vinieran a ‘fundarla’.
Según me cuentan los mayores, las fiestas de Quito, tal como se conocen ahora, se organizaron como tales a principios de la década de 1960, tal vez a fines de los cincuentas del siglo pasado. De estas fiestas, en mi infancia y adolescencia, tengo un recuerdo más bien agradable: la noche del cinco de diciembre, la gente del barrio reunida en una confraternización afectuosa, en un encuentro de alegría, con una sencilla banda de música o con un disk jockey de barrio mismo. En el momento del baile no había diferencias de edad, ni sociales, ni económicas. Se juntaban la empleada de una casa con el dueño de otra, los niños y los adultos bailaban en iguales ruedas o parejas. Los adultos, vecinos todos, se encargaban de ver que ningún niño sufriera un percance. Los adolescentes no querían alejarse de sus padres para disfrutar de los excesos sin control (o si lo querían, lo disimulaban muy bien). Era una celebración familiar y entrañable.
Pero desde entonces ya había los bemoles. Como ex vecina del barrio de la Jipijapa, en las inmediaciones de la Plaza de Toros, por ejemplo, recuerdo desde siempre el entorpecimiento en la circulación, los autos taponando los garajes, ocupando las veredas, la congestión cada año más desesperante. ¿Y por qué? Porque somos taurinos, pues. No quiero extenderme aquí sobre mis razones para rechazar en cuerpo y alma las corridas de toros. Respeto a quienes, con sed de sangre disfrazada de amor al arte, asisten a este espectáculo. Sin embargo, lo que yo miro más allá de la corrida en sí, escapa de enfermarme por pocos milímetros: veo un poco de gente que de la noche a la mañana se vuelve española, pero no española de principios del siglo XXI, no: española de cuando los Arnistas ecuatorianos anhelaban irse a vivir o por lo menos a estudiar en la España de Franco: carretas del Rocío con majas y damas de peineta y vestido de vuelos y lunares, gente que cecea sin ningún sentido de la ortografía más elemental; gente que toma vino de bota y lleva sombrero cordobés porque sí. Lo que yo siempre me pregunto es: ¿qué están tratando de decir? ¿Cómo se debe entender ese discurso?
Por suerte, también aparecen por algunas partes ferias populares en donde podemos comer comida ecuatoriana, escuchar y bailar música quiteña y nacional, comprar artesanías y productos que nacen de manos y trabajo ecuatoriano.
Sin embargo, la fiesta se ancla en la fundación española, se haga lo que se haga. Y duele. A mí, al menos, me duele. Hablamos con pasión del héroe Rumiñahui, pero aún no somos capaces de reconocerlo en los rostros indígenas que nos rodean, y ellos mismos, cuando tienen que irse al padre violador que fue alguna vez España (ninguna madre patria, por favor), comienzan a hablar como españoles incluso antes de subirse a los aviones, negando, por el motivo que sea, lo que son, lo que dicen y cómo lo dicen. Festejamos una masacre, y ahora último la festejamos como quizá sea correcto festejar las masacres: con violencia, con accidentes de tránsito, con miríadas de adolescentes ebrios que evidencian el abandono, no precisamente familiar, sino el abandono de una sociedad completa que mira obstinadamente hacia el afuera y el pasado sin comprender que es hora de apropiarnos del adentro y del presente para poder continuar por la vida y por la historia ya sin traumas ni complejos que sigan impidiéndonos crecer día tras día.

2 comentarios:

Diego Cazar Baquero dijo...

Mi querida Lucre, tú siempre con estocadas justas. Te abrazo fuertemente.

Diego C.

ishi dijo...

Querida Lucre, me encanta haberte encontrado, he estado entrando en tu blog desde hace un mes más o menos, lo he leído entero y estoy feliz de redescubrir en él a la vieja amiga, con otros matices quizá, con las marcas de otros dolores, ciertamente; pero tan íntegra, consecuente y hermosa como te recuerdo siempre.
Ay, Lucrecia, está tan clara en mi memoria tu voz en las canciones de Serrat tan suave, tan dulce y tan triste...

Bueno soy Elsa López (¿te acuerdas de mí?) y estoy de acuerdo contigo en lo de los toros, en lo de la bandera, en lo de Correa, en lo de Serrat, etc., etc. escríbeme por favor Ishi033@gmail.com

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