lunes, 4 de febrero de 2008

VOLVER A LEER

Hubo un tiempo en el que leía muchísimo. Era el tiempo en que andaba en bus del trabajo. Cuando los hechos de la vida me llevaron a conducir un auto, mi frecuencia de lectura se redujo a menos de la mitad, creo, y leía en los ratos libres todo aquello que mis funciones de profesora de lengua y literatura me exigían, pero tarde, mal y nunca, como decía mi tía Inesita.
Tal vez esa sea la causa (aparte de otras ecológicas y económicas) que me haya conducido a volver a utilizar bus para ir a trabajar. Y, aunque me toca levantarme media hora antes y andar ajetreada durante un buen rato, no me arrepiento ni me quejo.
Este año de idas y venidas en bus me he podido beneficiar con dos libros de Alejandro Jodorowsky, alguna otra cosa que no me acuerdo, el maravilloso De profundis de Oscar Wilde y ahorita mismo disfruto bastante del Palimpsesto que su autora, mi amiga Cecilia Velasco, me obsequiara hace algunos días.
Todos estos sucesos me recuerdan mucho a una frase de Mafalda (la mayor filósofa latinoamericana del siglo XX), que más o menos dice que lo importante siempre debe cederle paso a lo urgente. Recuerdo, además, aquella época medio triste cuando leer se consideraba sinónimo de vagar, o de 'vaguear', para usar un término más cercano y coloquial. O esa otra frase que -sin pecar de discriminatoria - suele oírse muchas veces en boca de gente con mentalidad ingenieril: "yo prefiero leer cosas útiles".
Yo no, sinceramente. Eso de leerme un libro que me enseñe a ganar amigos en cuatro pasos muy sencillos para después darme cuenta de que no es tan así no es lo mío, aunque lo haya intentado. Eso de leer libros que juran que al llegar a la página 200 seré millonaria aunque no quiera, tampoco va conmigo. El verdadero placer de la lectura, para mí, consiste en leer cosas que no sirvan absolutamente para nada. O sea, para nada desde el punto de vista utilitario y mercantilista del siglo XXI. Libros de literatura que no me echen en cara mis defectos ni mi negativismo. Libros que me arrestren por el fango ajeno para aprender qué hacer con el propio. Libros que me digan que la vida no es justa, que no hay reglas, que simplemente los humanos y las humanas compartimos un destino de muchos desconciertos, y que nuestra grandeza consiste precisamente en sobreponernos a todos esos dolores y problemas no por la vía de la negación ni de la solución fácil, sino compartiendo nuestras reflexiones y nuestras angustias para ver cómo otros seres humanos fueron capaces de crear en medio del vendaval y la tormenta.
Por eso, más allá de los avatares del calentamiento global, la necesidad de reducir las emanaciones de gases utilizando menos el auto, le encuentro una ventaja más al viaje en el transporte del trabajo (que no es lo mismo que una buseta de peligro urbano), y es la de permitirme algo que durante un tiempo, con tristeza, vi difícil y problemático: volver a leer.

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