viernes, 15 de diciembre de 2006

NO HAY COMO ESTAR MUERTO PARA SER BUENO

No me alegró la muerte de Pinochet. Tampoco me entristeció. En el fondo de mi ser, pienso que, para casos como el de este señor o el de muchos otros, se justifica la existencia de una próxima vida en condiciones inferiores a la actual, de un infierno de calidad variable, o aunque sea de un purgatorio riguroso; pero ese es un tema que no me compete y sobre el que no tengo ningún poder, así que se lo dejo a las fuerzas y leyes que regulan el funcionamiento del universo.
Lo que me ha asombrado, y debo decirlo, dolorosamente, es esa urgencia de ciertos ecuatorianos por aclarar que, haya hecho lo que haya hecho, Pinochet siempre fue "amigo del Ecuador". Es gente bien intencionada, gente magnánima, además, pues minimiza de corazón los tres mil desaparecidos, las torturas, la matanza del estadio, el bombardeo de la Moneda, la traición a Allende, la corrupción demostrada, y si la hubiera, cualquier otra cosa, con el pretexto de que Pinochet, insistimos, fue "amigo del Ecuador".
Ahora bien, ¿qué significa haber sido "amigo del Ecuador"? Sabemos que Pinochet vivió en Ecuador durante un tiempo, que visitó el país en alguna ocasión posterior (y el presidente de aquel entonces, Rodrigo Borja, lo declaró persona "non grata"). Sabemos también que, en casos de agresión peruana, Pinochet tomó ciertas actitudes, por decirlo de algún modo, "distractoras" o por lo menos inquietantes para el ejército peruano. Todo eso lo sabemos. Lo que no sabemos, o no recordamos, es que en política no hay amistades, sino intereses, y nadie puede saber lo que anidaba en el corazón de Pinochet en el momento de tomar aquellas acciones.
Ahora, si vamos un poquito más allá, y suponiendo que Pinochet haya tenido afecto sincero por nuestro país, ¿puede eso borrar todas las atrocidades cometidas en su régimen? Si tengo una amiga de mi alma que ha decidido arrancarle las uñas a su empleada porque se han perdido cincuenta centavos de su monedero, ¿cómo evaluaré mi relación con esa persona, en ese caso?
Sin embargo, se oyen cosas aun peores, y una de las más horrendas es: "En este país (Ecuador) lo que hace falta es un Pinochet". Se lo repite cada dos por tres, en buses, en conversaciones, en reuniones de toda clase. Yo me pregunto, con una mezcla de indignación y compasión, ¿sabrá esta gente lo que está diciendo? Entonces, en seguida viene la explicación de que sí, claro, los muertos... pero gracias a él Chile es la potencia económica que es... ¿Potencia económica? ¿Conoce alguien la situación de los pobres, de los indígenas, de los jubilados de Chile, más allá de los indicadores macroeconómicos? Y aunque Chile fuera en efecto una supuesta potencia económica, eso jamás se justificaría, no digamos con la muerte o tortura, ni siquiera con el maltrato o apresamiento arbitrario de una sola persona. Ese precio es demasiado alto, y como humanos, no deberíamos estar dispuestos nunca a pagarlo, peor a justificarlo.
Como dice la Biblia, la palabra tiene poder de vida y poder de muerte, y por eso es necesario meditar en aquellas expresiones que, movidos por un patrioterismo barato e irreflexivo, solemos decir sin mucho pensar. Si no, con el paso del tiempo, no debería extrañarnos que en cualquier momento alguien, con la mejor intención del mundo, diga: "Aquí lo que nos hace falta es un Hitler", personaje al cual, en el fondo del alma, tenemos que agradecerle que jamás nos haya regresado a ver, para que así ningún trasnochado se sienta "honrado" (¿hornado?) por su "amistad".

Piénsalo tú también...

2 comentarios:

María Clara Barrera dijo...

Lucre:
Como siempre todo lo que has escrito ultimamente me parece sensacional. Lo de Pinochet, acertado, directo como debe ser,comparto lo dicho en el poema sobre el toreo. Y no me queda más que decirte que te admiro, te quiero y que deseo que siempre sigas así. Veamos si armamos algo para el 2007!
María Clara

Esteban Jara dijo...

He quedado en un espacio en blanco por un momento al leer esto. Supongo que de verdad es un tema que merecía ser abordado. Lastimosamente los indicadores económicos no pasan por un filtro social. Lo humano no puede ser un costo o un bien de cambio en favor del "progreso" económico, pienso yo.

Leyendo esto, recordé un documental que vi hace algunos años, "Chile, la memoria obstinada", en la cual Patricio Guzmán abordaba la fragilidad de la memoria chilena y su conciencia política obnubilada por el engaño del progreso.

El discurso documental llega a un punto que, para mí, resulta increíblemente “shockeante”. Escuchar a jóvenes estudiantes de un Chile rumbo al siglo XXI decir que Pinochet fue necesario y hasta bueno para el progreso del pueblo.

Con esta lectura recuerdo la indignación y el dolor que experimenté, en alguna parte de mi “no sé dónde”, al comparar esas palabras con el discurso muchas veces repetido de que "acá nos hace falta una dictadura con mano dura para que el país progrese". Y después indignarme, aún más, al pensar que con esas palabras se burlan en los rostros torturados de los que jamás regresaron.

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