viernes, 22 de diciembre de 2006

QUÉ IMPORTA SI FUE ASÍ...

Lejos deberían estar las disputas de si realmente ocurrió o nunca pasó tal cual. Creo que estamos comprendiendo que en realidad no importa, pues parecería que lo que ocurre en la mente, el corazón y la imaginación de los pueblos realmente ha ocurrido aunque nunca haya sucedido en la historia real. Todas esas discusiones inútiles sobre si el arca de Noé, los dinosaurios comiendo de la mano de Adán y Eva, las murallas de Jericó derrumbándose al sonar de las trompetas, y tanta cosa parecida que pretende demostrar la literalidad de los símbolos para mantener el dominio de las religiones, se derrumba avergonzada ante el reino de la imaginación humana que inventa mundos mágicos para darle forma y color a sus procesos interiores y a las vicisitudes de su espíritu.
Y uno de esos casos es la Navidad, en nuestros días lamentablemente tan contaminada de consumismo y compromisos del arribismo más que del auténtico afecto. Pero más allá de las promociones que en marzo nos caerán con el dogal de una (o muchas) deuda(s) más, más allá de los sorteos y rifas de los centros comerciales, más allá del simpático anciano gordito que lo único que quiere hoy por hoy es hacernos vaciar nuestras ya muy exiguas billeteras, la navidad, más allá de comprobar la existencia histórica de Jesús, más allá de que si fue o no fue en diciembre o cuándo mismo, mucho más allá, además, de haber juntado las fiestas paganas del solsticio de invierno con el probable nacimiento de un líder religioso más reputado que otros similares de su misma época, es una fecha que, poco a poco, ha ido adquiriendo también otros significados mucho más valiosos y perdurables:
  • El misterio de la Encarnación: lamentable convertido en dogma impenetrable por la iglesia católica, pero que siempre tiene mucho que decir a todos los que aspiramos a trepar y a ganar más dinero, tener más fama, reconocimiento y un larguísimo etcétera... Un dios, sea el que sea, decide probar la condición humana para desde allí observar la vida y sus implicaciones. "En todo menos en el pecado" dice San Pablo que Jesús compartió nuestra condición y, haya sido o no así en la historia, la lección arquetípica va más allá de la simple humildad, atraviesa toda una historia de amor que nos obligaría a fijarnos en nosotros mismos y en nuestras -muchas veces- mezquinas aspiraciones de fama, de poder, de dinero, de ropa a la moda, de salir en el periódico y ser reconocidos, nombrados, "valorados", y así, nos resentimos cuando el conserje del lugar donde trabajamos no nos saluda, y firmamos anteponiendo nuestro título universitario al nombre de pila, y en fin, demostramos todo lo contrario del niño Jesús, pues, siendo simples personas de carne y hueso, todos clamamos por nuestra parcelita de divinidad, o divinización.
  • Un tiempo de afecto y reconciliación: puede suceder que la mayor debilidad de estas fiestas radique aquí, pues es de este deseo de lo que se aprovecha el mundo del mercado. Sin embargo, no es nada despreciable esa necesidad de abrazos, de dar sencillos presentes que simbolicen nuestro cariño y nuestra gratitud, de compartir momentos de confraternización y de alegría con aquellas personas a las que nos une el afecto.
  • Un tiempo de unión familiar: los migrantes se esfuerzan por regresar, las familias ampliadas organizan novenas en donde se reencuentran por lo menos una vez al año, los ausentes que no han podido regresar llaman, envían tarjetas y correos electrónicos (por eso colapsa el messenger); pero todo el mundo busca puentes para comunicarse con sus seres queridos, y no falta quien olvide resentimientos de años en esta época.
  • Un tiempo de solidaridad: por desgracia, este sentimiento no escapa a la contaminación de cierto exhibicionismo filantrópico que puede ser interpretado en más de un sentido; pero me resisto a creer que todos aquellos que visitan ancianatos, orfelinatos, barrios marginales y otros sitios en donde la necesidad llama estén únicamente tranquilizando sus conciencias o mostrando lo buenisima gente que son. Sin embargo, esta solidaridad tiene dos bemoles: primero, que para el veintiséis o cuando mucho el veintiocho de diciembre ya nadie se acuerda de nada, y segundo, nos recuerda demasiado que la caridad y la justicia social son excluyentes, y que puestos a escoger, a mí al menos, no me resultaría difícil escoger la segunda.
Sí, sí... No sé qué pasaría allá en los umbrales de la era cristiana. No quiero, tampoco, intentos de demostraciones históricas que muchas veces apelan a la ingenuidad y al dogma. Sé que, si nos ponemos escépticos y nihilistas, veremos en la Navidad arribismo, ostentación, delirio consumista, hipocresía, asistencialismo y dogma... Pero cuando mi pequeña hija decide "donarme" una parte de lo que su abuelo ha decidido darle para sus gastos navideños porque ya se ha comprado suficiente, o cuando mi hijo entra a mi cuarto, me encuentra recostada, me cubre con algunas mantas me acaricia, me arropa, me besa y me dice que descanse y me cuide porque, aunque no lo parezca, para él soy la mejor mamá del mundo, entonces dejo el escepticismo para otra ocasión y me dedico a disfrutar con emoción de los sencilos gestos que el tiempo navideño me regala.

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