viernes, 2 de febrero de 2007

POR QUÉ ME GUSTA...

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
(Moguer, 1881 - San Juan de Puerto Rico, 1958)


Que era egoísta. Por supuesto. ¿Quién no lo es? Que era patológicamente egoísta. Por supuesto. ¿Quién no lo es? Que era un neurótico. Así mismo. Como muchos. Que anuló la vida de su mujer. Exactamente. Con el permiso de ella, además. Que era de esos que no saben valorar lo que tienen hasta que lo pierden, y entonces ya nada sirve para nada. Sí, claro. Pero eso no es asunto nuestro.
¿Qué es nuestro asunto, entonces? Quizá su capacidad para describir. Observemos, si no, este párrafo bien conocido por todos nosotros:

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Y quizá solo como ejercicio, intentemos repetir la descripción de este animal con otras palabras, y con el mismo grado de perfección con que lo hizo el egoísta neurótico y malvado. A ver quién puede.
¿Qué más puede ser nuestro asunto? Tal vez su capacidad para puntuar. Y volvamos a leer:

Han pasado las vacaciones y, con las primeras hojas amarillas, los niños han vuelto al Colegio. Soledad. El sol de la casa, también con hojas caídas, parece vacío. En la ilusión suenan gritos lejanos y remotas risas.

Comas y puntos, ¿para qué más? Con ellos basta para crear un trozo de admirable fuerza descriptiva y poética.
Una noche, el joven Juan Ramón Jiménez despertó sobresaltado por unos gritos aterradores. Su madre había advertido que el padre, quien dormía junto a ella, acababa de morir. Esos gritos desesperados y desgarrados marcaron la vida del poeta para siempre. Así como el excesivo apego a su madre, a su familia, un narcisismo mal disimulado, y mucho miedo a morir repentina y quizá prematuramente, como su padre. Como muchas personas sensibles, hipersensibles, nunca se repuso. Pasó algunas temporadas en "sanatorios" (para los pobres había manicomios) y finalmente, curado a medias, se caso con Zenobia Camprubí, mujer a la que literalmente hizo esclava de sus dolores, sus angustias, su miedo a la muerte y su terrible inseguridad.
Pero, como dije antes, eso no es asunto nuestro. No podemos juzgar al hombre; pero sí nos es dado disfrutar del poeta, cuando dice cosas como:
El mar del corazón late despacio,
en una calma que parece eterna,
bajo un cielo de olvido y de consuelo
en que brilla la espada de una estrella.
Parece que estoy dentro
de la mágica gruta inmensa
de donde, ataviada para el mundo,
acaba de salir la primavera.
¡Qué paz, qué dicha sola
en esta honda ausencia que ella deja,
en este dentro grato
del festín verde que se ríe fuera!
Hay una gente que no se satisface con nada, todos conocemos por lo menos un ejemplar. Entonces siempre le buscan cinco, seis o siete pies al gato. A Juan Ramón le critican por haber escrito la "biografía de un burro", por ejemplo. Pero estos sabihondos críticos no advierten que, a partir de esa supuesta e imaginativa "biografía", obtenemos un retrato perfecto de un tiempo, de un lugar, de unos paisajes retratados con maestría y con aparente candor, a través de los cuales se percibe también la miseria y la desigualdad que campeaban por la empobrecida Andalucía de fines del siglo XIX y principios del XX.
Con cierto chauvinismo se le reprocha también (esto es de antología) ¡haberse ganado el premio Nobel en lugar de Borges! Cuando es conocido que Borges perdió ese galardón por su propia imprudencia, por andar haciendo declaraciones aristocratizantes y racistas aunque nadie se lo preguntara (y antes de que se desmayen, quiero adelantarles que de este genial poeta y narrador, Jorge Luis Borges, hablaremos la próxima semana).
Las feministas a ultranza y algunas otras personas le reprocharían a Juan Ramón Jiménez el trato que dio a su mujer, y yo podría unirme a este reproche si se tratara de evaluar la vida de un hombre común y corriente y si pudiera olvidarme de sus patologías, sus miedos y sobre todo la falta de carácter de Zenobia a la hora de agarrar el camino y decir por aquí es más pronto.
Pero a un poeta que, como al descuido, suelta un par de versos como estos...
Podría, fuerte, el brazo asirlo...
El corazón, pobre, lo deja.
... no se le puede caer por mezquindades, no se le puede juzgar la vida privada (de eso creo que se encarga Dios), no se le pueden restar méritos, sencillamente, porque no hay por donde. Y a quien todavía lo dude, le regalo en su nombre esta preciosa estrofa:
¡Cuánto golpe de sangre aquí en las sienes,
cuánta sal de las lágrimas bebidas,
cuántas estrellas en los ojos ciegos,
para coger... ¡del polvo!
el beso
de cada día!

1 comentario:

Esteban Jara dijo...

Siempre recuerdo a Platero y Yo, pero lo que mas recuerdo es el VI, Angelus! La lluvia de rosas, el paisaje suavizado, las tonalidades, los ojos que Platero alza mansamente al cielo eran dos bellas rosas.

Me gusto regresa a ese recuerdo de la infancia. Bello.

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