lunes, 21 de mayo de 2007

LOS SANTOS INOCENTES


El desencuentro entre el presidente Rafael Correa y los medios de comunicación ha puesto en escena conceptos como libertad de expresión, derecho a la información, censura, y otros similares.
No soy experta en el tema; pero como alguien que vive y sufre las múltiples falencias de los medios de comunicación ecuatorianos, salvo honrosas excepciones, puedo opinar, aclarando siempre que mis opiniones son más bien interrogantes a partir de lo que veo y siento, y de ninguna manera hechos consumados.
El primer concepto implicado es el de libertad de expresión. ¿Qué quiere decir? ¿Cómo se debe entender? Creo que muy poca gente común lo comprende. ¿Significa libertad de expresión poder decir en todo momento, en cualquier lugar y de la manera que a uno se le ocurre lo que se piensa y se siente? Esto, si nos ponemos a ver, no está ciento por ciento permitido ni siquiera en los ámbitos más íntimos de la vida, como la pareja o la familia, pues decir indiscriminadamente lo que se piensa o siente en determinados contextos puede conducir a conflictos de intensidad variable y dudosa resolución.
Además, quienes trabajamos con la palabra sabemos bien que ningún discurso es inocente en el sentido de que no puede considerarse ciento por ciento objetivo, ciento por ciento aséptico. Cada palabra, cada expresión empleada, tiene una determinada intención. Por eso, que un periódico diga que el presidente asaltó determinado organismo, o que hable de matonismo, palos y piedras sin poder demostrar sus afirmaciones no es casual; peor aún, no se puede justificar que tales expresiones sean “figuras literarias” con una unilateral intención retórica, pues hacerlo sonaría por lo menos a cinismo.
Sin embargo, tampoco es inocente el discurso agresivo, descontrolado e incluso violento del presidente Rafael Correa en su programa de radio del día 19 de mayo, donde usó ejemplos demasiado gráficos para demostrar sus opiniones y sentimientos, y cedió al impulso de la agresividad, dando así demasiados pretextos para que los medios, ofendidos, se centren en sus pocos errores antes que en sus muchos aciertos.
El segundo concepto es derecho a la información. ¿Alguien sabe a qué se refieren estos términos? ¿Es respetado nuestro derecho a la información cuando se nos abre el cajón de un frigorífico de la morgue y se nos muestra un cuerpo vejado de una u otra forma, ofendiendo nuestra sensibilidad y la dignidad de los implicados? ¿Se nos dice realmente todo aquello que precisamos saber para manejarnos en la vida diaria, en nuestra lidia cotidiana con las burocracias de diverso signo que enfrentamos en el país, lo indispensable para comprender cómo funciona la maquinaria social y política en la que nos encontramos insertos? ¿Es respetado nuestro derecho a la información cuando un talk show cualquiera nos escupe a la cara intimidades de las que prescindimos bastante bien durante la mayor parte del siglo pasado y que solamente una inevitable tendencia al morbo nos permite soportar? ¿A quién le pertenece este derecho: al informador que dice lo que quiere y lo que le conviene, o a nosotros, que podemos prescindir igualmente de mucha de la basura informativa que se nos presenta y que necesitamos de una información veraz y práctica en muchos otros aspectos de la vida? ¿Se supone que el derecho a la información consiste en tener acceso a esa desordenada y variopinta maraña de noticias nacionales, internacionales, deportivas y chismes de farándula que, sin relación aparente, exhiben los noticieros locales? ¿Respetan nuestro derecho a la información quienes hacen comentarios tendenciosos, opinativos, sesgados, sin permitirnos reconocer la elemental diferencia que existe entre un hecho y una opinión? ¿Respetan nuestro derecho a la información quienes, sea cual sea su tendencia ideológica o política, han hecho de la ofensa a los entrevistados y la amarga mordacidad el mejor recurso periodístico y se amparan en ellos quizá porque no conocen otra forma de acercarse al trasfondo de los hechos?
En este país vivimos algunos ejemplos de censura que a la larga resultaron cómicos y dejaron en un evidente ridículo a sus hechores: ¿se acuerdan del intendente Bucaram cuando prohibió la exhibición de la película La luna de Bertolucci, o del alcalde Rodrigo Paz cuando censuró la película de Scorcesse La última Tentación de Cristo, basada en la excelente novela de Nikos Kazanzakis? De seguro ninguno de los dos vio previamente la película que censuró, tanto que ambas terminaron presentándose hasta en televisión, no se diga en el cine. Vemos también cómo los mismos medios se deshacen fácilmente de los periodistas que no les convienen, y me viene a la memoria la misteriosa muerte del periodista Xavier Barzola, demasiado próxima al accidente en que falleciera el presidente Jaime Roldós Aguilera. Así mismo, pienso en el retiro de un afiche en la última bienal de Cuenca, supuestamente por ‘ofender a la moral y las buenas costumbres’. Es decir, evidente u oculta, la censura ha estado presente y sigue vigente en muchos ámbitos comunicativos y aun estéticos de nuestro medio, siempre con excusas muy ‘válidas’ desde el punto de vista de los censores y con grandes interrogantes sin respuesta para los afectados.
Y vuelvo al conflicto de Correa con el diario La Hora: quizás como ciudadano agredido por las intencionadas expresiones de este periódico, el Presidente tenga derecho a iniciar la acción penal que ha planteado. Sin embargo, y esta es una opinión muy personal, me parece una actitud poco táctica, desafortunada porque atrae sobre él, al igual que su descontrolada actuación del sábado anterior, la atención de quienes andan a la caza de sus errores para ponerlos en evidencia, y que facilita también una posición de víctima por parte del periódico encausado en este juicio y de los otros agredidos y expulsados de la sala del pasado fin de semana. Como dice un refrán: “el que se enoja, pierde”, y mucho más si es un Presidente de la República.
¿Pero qué ofrecen los medios de comunicación a los usuarios? Para poner un solo ejemplo, bastante cercano a mí, y que –este sí – no tiene nada de cómico y sí mucho de trágico, la vida me ha llevado a conocer y trabar amistad con algunos cantautores ecuatorianos, cuyo innegable valor está escondido porque la mayor parte de radiodifusoras considera que este tipo de música y otras actividades artísticas no tienen “raiting”. Entonces se quedarán en el silencio por bueno que sea su trabajo, y solamente quienes tenemos una amistad personal con ellos, amén de alguno que otro interesado, podremos disfrutar de su arte y su poesía. ¿Será por respeto a la libertad de expresión? ¿Será por ceñirse a nuestro derecho a la información? ¿Por qué motivo, por poner un solo ejemplo, una tácita censura ha caído sobre estos talentosos artistas nacionales? Nadie lo sabe. Y este es solo el botón de muestra que nos indica por dónde van los intereses y las intenciones de la mayoría de nuestros medios de comunicación.
Con tristeza pienso que el presidente Correa ha caído en una trampa, ha cedido a provocaciones, y eso ha dado pretextos a sus detractores para continuar su labor de depredadores, cosa que comenzaron desde que el joven mandatario pasara a la segunda vuelta, amenazando así la comodidad y la estabilidad de los grupos y clases que de seguro tienen vinculaciones con muchos de estos medios de comunicación. Pero, por otro lado, tampoco considero que las actuales y supuestas ‘víctimas’ de una igualmente supuesta censura gubernamental sean los santos inocentes de nuestro tiempo.

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