sábado, 25 de agosto de 2007

VACACIONES (II)

El Chimborazo.
Dicen que sobre él deliró Bolívar. ¿Soroche? ¿Delirio de grandeza? ¿Inspiración? Lo vimos, al pasar por el páramo de El Arenal. Enorme, inmenso, majestuoso. Lo habíamos visto, además, antes, hace años, cuando la estulticia y la ambición humanas aún no mostraban (aunque ya hacían) sus tremendos estragos sobre todo lo hermoso y vivo de este planeta. En esos momentos, el hielo podía llegar casi hasta la carretera y la montaña parecía venírsenos encima con toda su hermosura.

Ahora sigue siendo hermoso; pero se lo ve cansado, abatido porque su manto de nieve se ha ido encogiendo. Todavía inspira y estremece. Todavía nos hace sentir pequeños, casi nada, ante la majestuosidad de este país. Aún nos provoca ese orgullo inconmensurable de saber que vivimos en una tierra hermosa y pródiga.

Sin embargo, esa importante parte de su belleza que era la blancura de la nieve se ha ido encogiendo, dejando grietas, espacios de tierra árida. Y esa vista es la que por un lado entristece y por otro asusta. ¿Qué va a pasar? ¿Qué va a ser de todos nosotros cuando la montaña continúe ahí, enhiesta y majestuosa, pero el hielo y la nieve ya no la cubran? ¿Cómo se sentirá entonces el resto del planeta? ¿Qué más habrá desaparecido? Los animales, la vegetación, la vida tal como la hemos conocido (y destruido) hasta entonces. Y nosotros mismos, los humanos más y menos culpables del estropicio, ¿en dónde y cómo nos encontraremos?

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