viernes, 3 de agosto de 2007

LA SIMPLEZA DE LO ESTREMECEDOR

Sobre la poesía de Pedro Aznar
No voy a hablar sobre el hombre capaz de tocar una alucinante melodía en el bajo con el mango de un destornillador. Tampoco voy a recordar al guapo ex integrante de “Seru Girán” o “Madre Atómica”. Ni voy a referirme, salvo este instante, al sorprendente y amplio registro de su voz. No voy a recordar, sino de refilón, su genio musical, su versatilidad y su calidad interpretativa, porque ahora quiero referirme exclusivamente a una faceta suya no menos valiosa e interesante: la de poeta.
No quisiera quejarme de las librerías quiteñas porque no las he recorrido todavía en busca del libro de poemas Pruebas de fuego que aparece en su sobria página de Internet (www.pedroaznar.com.ar). Pero estoy casi segura de que no lo encontraré. Por suerte, las muestras que da esta misma página son suficientes para hilvanar algunas palabras (siempre inexactas, siempre insuficientes) al respecto.
La poesía de Pedro Aznar (Buenos Aires, 1959) emociona desde un tono que podría llamarse –con reservas – conversacional, desde una aparente falta de elaboración o de una engañosa sencillez. Dice, por ejemplo: “Nunca te vi llorar./ Ahora que lo pienso,/ nunca”. Sin embargo, luego, esa apreciación escueta y desnuda estalla en una pregunta retórica, aunque también ansiosa de respuesta: “¿Qué pobre ventaja conseguís/andando por la vida/ torciéndoles los brazos a las hadas,/ apretando los dientes?” [Nunca te vi llorar].
Más allá de las apreciaciones lingüísticas y de registro literario, los poemas de Aznar cumplen con las que considero dos funciones fundamentales de un trabajo poético de calidad: sugerir y, en lugar de decir, hacer sentir. Sus palabras van trazando escenas cuyos detalles deben ser inevitablemente completados por un lector o lectora que no se resistan a participar en el acto creativo del disfrute literario:
Me quedo viendo, encadenado a la fragancia,
la inconcebible explosión
del blanco sobre el verde
flotando, abandonada,
por el diminuto mar
de exacta calma.
[Cuatro jazmines]
Y sus versos, aparentemente llanos y desprovistos de ripio y arabescos, conducen a complejos universos sensoriales y emocionales que inmediatamente impregnan y despiertan la sensibilidad de quien los enfrenta:
Domingo por la tarde

El cielo se acerca
para oír las campanas de la iglesia
¡Ah, tan distante
y tan presente en mi corazón!

¿Cuál será tu nombre
después de la lluvia?
[Después de la lluvia]
No puede Aznar desentenderse del mundo, ni dejar de manifestar sus posiciones vitales y éticas con fuerza que está a un “tris” de caer en el planfleto, pero que sale airosa y rejuvenecida del ejercicio, como en su estremecedor texto Hasta hoy, del que cito un par de fragmentos:
Muy bien,
he aquí lo que he visto
hasta hoy:
Cada cuerpo un bastión de "lo mío-que jamás será
lo tuyo ni lo nuestro";
miedo incontrolable: miedo ciego
a abrir la puerta y dejarnos ver
unos a otros
que estamos desnudos;
procesiones incontables
corriendo atrás del amor ideal, un fantasma que siempre se disuelve,
siempre,
al dar vuelta a la esquina;
Pero detrás de su asco por un mundo de falsedad y miedos, el poeta también tiene ojos para la lucha de los que no caben en ese mismo saco:
He visto, también,
los que no cejan:
buscando a tientas;
aferrándose (o soltándose) al centro en las mareas cambiantes;
dejando un tenue rastro del perfume inconfundible en los vientos furiosos;
librando, cada día, la batalla más difícil, la única noble,
la de adentro;
borrando con su propia sangre los dictados negros (propios
y ajenos);
equivocándose, equivocándose y volviendo a empezar;
dudando de su fuerza, pero ofreciendo el pecho;
sabiendo que está todo por hacer, y que tendrá que ser hecho
cada vez
por cada uno;
templando su coraje en la negrura más espesa de la noche.
La capacidad sugerente de Aznar se vuelve casi magia al describir relaciones y afectos con el mínimo de recursos necesarios que, sin embargo, en su minimalismo, impactan con una tremenda fuerza:
somos dos en esta habitación
y sobran camas
incómoda presencia
que parece burlarse del peso
de la corporeidad
[Dos pasajes a la noche]
Y sus ídolos (George Harrison, Yukio Mishima) reciben homenajes en donde la sobriedad no es más que un inteligente y sensitivo recurso para intensificar la emoción.
Como dije al principio, mis palabras siempre serán insuficientes e inexactas ante una obra de tanta calidad literaria y también humana, en donde se conjugan la brevedad, la sencillez, la inteligente economía de recursos innecesarios, así como un manejo muy acertado de los mecanismos poéticos para despertar la emoción y la sensibilidad. En el campo afectivo, se podría decir que Pedro Aznar se acerca al desenfado erótico de Kavafis, y supera con mucho la atormentada culpa de García Lorca o la rabia y el inconformismo que anidan en los versos de Cernuda.
Por todo eso, me parece que los libreros quiteños y ecuatorianos en general harían bien (si no lo han hecho ya) en buscar, adquirir y comercializar este tipo de obras.
Y un último apunte: desde que descubrí a este gran artista, se me ha ocurrido que debería ver cómo se cambia el apellido, para evitar equívocos vergonzantes; pero ahora pienso que no, que el que debería hacerlo es el otro, pues con la maravilla de su arte y su poesía, Pedro Aznar no solamente dignifica su nombre, sino también nuestra necesidad de referentes en un mundo caótico y desarmado ante la rabia y la ambición humanas.

1 comentario:

Eduardo Varas C dijo...

Y cómo disfruté leyendo el poema que escribió a George Harrison cuando falleció... supongo que es un asunto de percepciones similares y animosidades parecidas...

En algún momento se le debería hacer una entrevista a Aznar sobre su poesía...

Un saludo

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