sábado, 15 de septiembre de 2007

VESTIDOS DE TANGO...

para Alicia Crest

Me desmamanté pronto, y con música. Tengo recuerdos vagos de un patio de cemento en el viejo y empinado barrio de San Juan, donde mi abuelo, don Lucho Rodríguez, jugaba conmigo al bus, sentándonos en las gradas mientras él empuñaba una vieja tapa de olla que fungía de volante... pero esa es otra historia. Lo que importa por ahora es el fondo musical de esas escenas. En alguna parte, sonaba un viejo radio lleno de interferencias, con el botón de "tune" (¿se acuerdan?) dado al máximo. Y detrás del ruido de huevos fritos y tempestad quién sabe dónde, esas voces que ahora por fin ya son inmortales: Roberto Ledesma, bolereando impunemente "Percal", Alberto Castillo, Francisco Canaro, y también algún insigne instrumentista como Anibal Troilo. Y tangos, tangos, tangos, todo el tiempo tangos. Eso se queda en la sangre, por no decir en el ADN, en donde ya debía haber habido una buena carga de lo mismo desde hace quién sabe cuántas generaciones.

Luego fui descubriendo otros interpretes y autores, otras voces, otros estilos: Manzi y Castillo con sus desgarrados y desgarradores poemas, Carlitos Gardel, en toda su maravilla y su misterio, congelado en tantas fotos que finalmente tuve que escribir un cuento ("En un dos por cuatro") para que su inmortalidad no me atormentara. La genialidad de Piazzolla hecha carne en la voz cascada y sin igual de Roberto Goyeneche. Y las mujeres, dos de las cuales todavía me estremecen con su voz y su estilo: Susana Rinaldi y Adriana Varela.

Por ahí, en las calles y noches de mi ciudad, la vida me regaló una hermana mayor que también, en ámbitos más pequeños y familiares, cantaba el tango como una diosa: Alicia Crest. Solo tiempo después supe de la fama y del talento que esconden su modestia y su enormísimo corazón.

Por todo eso fue particularmente emotivo para mí acudir a la cita con Carlos Grijalva en el Teatro Bolívar. "Se viste de tango" se llamaba el espectáculo. Antes de seguir, debo aclarar que no soy crítica de arte, ni pretendo serlo. Voy a hablar solamente de lo que vi, oí y sobre todo de lo que sentí que, desde luego, no tiene por qué ser compartido por nadie.

Vi un cantante maduro. Posesionado de y por el género, pero también con su estilo propio. Vi (oí) una voz cultivada, cuidada, pero que no tenía temor de quebrarse o romper normas cuando las necesidades de expresividad lo pedían. Vi unos músicos sobrios, en equipo, profesionales y dueños de su arte como pocos.

Escuché tangos de aquellos que cobijaron mi infancia y mi adolescencia con ese tratamiento existencial a partir de la pena de amor que, a mi juicio, no ha alcanzado ningún otro género de canción popular ("Desencuentro" sería un buen ejemplo), me maravillé con interpretaciones que realmente alcanzaron una cota muy alta ("Balada para un Loco", "Oro y plata") y me conmoví doblemente con un par de temas que me llegaron al alma, por sus propios méritos, claro, pero también porque en la voz de Carlos y la interpretación de sus compañeros su calidad era inmejorable: "Milonga del trovador" y el pasillo "Pasional" en un arreglo con bandoneón que no lo 'argentinizaba', sino todo lo contrario, lo renovaba y le daba una particular frescura.
¿Qué más puedo decir? El espectáculo de Carlos Grijalva fue un oasis en medio de las tensas semanas del inicio del año escolar, y la lástima sigue siendo el poco interés de la mayoría de la gente por acudir a este tipo de presentaciones, mientras los estadios y coliseos se abarrotan para ir a ver cualquier cosa. Por eso, pienso que es un gran acierto llevar también estas canciones a otras ciudades, como Cuenca y Riobamba. Ojalá allá también mucha gente pueda disfrutar del arte, la autenticidad y la belleza transmitidas por este excelente cantante, pero sobre todo por el maravilloso ser humano que es Carlos Grijalva.

3 comentarios:

Xavier Oquendo Troncoso dijo...

Precioso. Envidiable. El tanto es efectivamente un joya del oido

acuerdate que te dedique hace tiempo ya ese poema mio

TARDE DE TANGO EN RADIOLA

En el bandoneón hay agua
cuando el tango
lo ahoga.

Bello el texto y que bien que se lo hayas dedicado a esa bella amiga nuestra Alicia Crest. No olvides pasarme el telefono

te quiero

besos

María Clara Barrera dijo...

El tango siempre tendrá un sabor a nostalgia de épocas en que oimos a nuestros padres cantar y bailar con esa música y esa letra inigualables.
Cómo me hubiera gustado ir al Teatro Sucre. Pero por el momento tengo algo que ocupa todos mis pensamientos. Ya te escribo para contarte.
Gracias Lucre por tu blog. Dime si puedo tener una copia del que mandaste sobre Bécquer. Tienes uno de J. Ramón Jiménez?
Gracias Lucre, una vez más.
María Clara

Anónimo dijo...

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