domingo, 2 de septiembre de 2007

VACACIONES (III)

Palabras de los niños


Todavía me acuerdo con nostalgia y emoción cuando mi hijo, en aquel entonces de dos o tres años, al quemarse la manita con agua muy caliente, me pidiera, por favor:
-Caliéntale con agüita fría, mami.
O cuando mi hija, en una edad similar, y después de mucho pedírmelo sin resultado, me preguntó si Dios le iba a poner el cinturón de seguridad en el auto.
Son cosas que no se borran y forman parte de las conversaciones y la mitología familiar. Pero, además, me parece que en esta familia los niños están especialmente dotados para este tipo de frases y palabras. Pienso, por ejemplo, en Jerónimo, mi sobrino, que durante el paseo por el Ecuador y el regreso -como ya dije - por la Ruta de la Incertidumbre, dijo algunas memorables frases que registro aquí para la posteridad.
Cuando ingresábamos al parque Podocarpus por una carretera que por un lado daba al bosque impenetrable y por el otro a un precipicio hondo y sin fin, escuchando un estribillo de Mortero que repetía, haciendo honor a su propia frase: "¡¡¡Caigo y grito!!!", él miró hacia el lado del abismo y opinó, entusiasmado:
-Es la primera vez que veo el precipicio en persona.
O cuando comentábamos sobre una persona que debía haber sufrido mucho para convertirse en lo que es ahora y él, irreverente y certero, dictaminaba:
-Sí: en un monstruo de cuatro lenguas.
Pero la más inolvidable fue en el momento en el que, después de mucho manejar por una carretera inhóspita y terrible para la parte posterior del cuerpo, llegamos a un tramo pavimentado que duró demasiado poco, y luego volvieron el lastre y los huecos en el suelo, entonces él, ya en desesperación, comenzó a implorar:
-Que se acaben los baches, por favor... que se acaben los baches... que se terminen los baches...
Al recordar la tradición impía y agnóstica de las dos últimas generaciones de esta familia, le pregunté:
-¿A quién rezas, Jerónimo?
Él primero dijo que a nadie, pero luego recapacitó y, levantando su mano cerrada en el aire, proclamó:
-¡Al puño humano!
Religión que desde entonces nos cobija amorosamente, pero no para pegar, no se preocupen, sino para cuidar y recordar todas las ocurrencias de aquel hermoso niño que es mi sobrino...

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