sábado, 10 de marzo de 2007

POR QUÉ ME GUSTA...

Esta es la crónica del concierto de Serrat el martes 6 de marzo.

MENOS ES MÁS

El domingo pasado, traveseando por el Youtube, encontré un vídeo de Joan Manuel Serrat muy joven, en el que canta la que, según mi modo de ver, es una de sus mejores canciones, y lamentablemente no es de las más conocidas: La primera. Debo confesar que me conmovió muchísimo, hasta el llanto. Lo vi (y lo sigo viendo) varias veces cada día. Un hombre joven, hermoso (y sí: hablo de lo físico), cantando una canción inmejorable, dando cuenta de una experiencia que podría ser sórdida, pero que él se encarga de transformar en edificante (no precisamente en el sentido occidental y cristiano de la palabra, pero sí en el más humano y estético).
Dos días después, el martes, acudí a su presentación en el teatro de la Casa de la Cultura de Quito. Tenía sentimientos encontrados. Han pasado treinta y tres años desde la grabación del vídeo de marras. Para mí, muchas cosas que no vienen a cuento porque no soy la protagonista de este artículo; para él muchos discos y conciertos, un exilio, un matrimonio, dos hijas, la orfandad total, un cáncer de vejiga, y eso de lo que se conoce, porque vaya una a saber cuántas visitas al dentista, pesadillas y etcétera también atravesaron por ahí. Cosas que por lo menos dejan huella, ¿no? El tren de la vida, para ser un poco cursis.
Nos sorprendimos cuando irrumpió silenciosamente en el escenario. Esperábamos un par de canciones introductorias de otra persona. Pero no hubo. Joan Manuel Serrat entró con paso tranquilo, casi sin hacerse sentir, y nos tomó algo de tiempo comenzar con los aplausos. En seguida agarró la guitarra y arremetió con un clásico: Menos tu vientre. La guitarra, impecable. La voz… bueno, la voz de un hombre de sesenta y tres años bien andados que se notan bastante, y en un principio eso podría pesar en el reino de nuestras percepciones; pero la canción conmovió, revivió nostalgias y tradujo esperanzas.
La noche se fue construyendo poco a poco entre acordes y poesía. La irrupción de Ricard Miralles, el pianista de Serrat por excelencia, también arrancó aplausos muy entusiastas en el público, y fue muy profesional a la vez que sentida su interpretación, en un intermedio instrumental, de temas como Sinceramente tuyo y Vagabundear. Pero siguiendo el orden del recital, a Menos tu vientre siguió un Mediterráneo remozado. Y luego se hizo presente la letra de Mario Benedetti con Una mujer desnuda y en lo oscuro.
Vinieron luego, muy explicadas, dos canciones de , su último CD en catalán, y entonces me di cuenta de que por arte de magia los sesenta y tres años iban dejando de pesar en la voz. Puede haber sido, claro, algo de técnica vocal: cuestión de una simple falta de calentamiento que las interpretaciones anteriores suplieron; pero prefiero pensar que también fue esa compenetración que se va produciendo entre un hombre que no manifiesta arrogancia ni pretensiones, y que sin embargo, con una incuestionable sencillez, se va ganando al público a golpe de presentar un trabajo bien hecho.
Todo el evento estuvo cruzado por la perfección que solamente puede prestar la simpleza. Cálido. Intimista y personal. De las canciones que más llegaron: Esos locos bajitos, con su tremenda carga emocional, sobre todo para quienes tenemos hijos; Si hagués nascut dona, una fantasía en catalán sobre la vida que habría llevado de haber nacido nena y crecido en la represiva sociedad franquista, con su pertinente llamado a los hombres para que se den cuenta de lo difícil que es a veces la vida de las mujeres; una Penélope reconstruida en un suave ritmo muy cercano al jazz; Pueblo blanco, esa maravilla, aunque al decir esto no haga ningún aporte, y, particularmente significativo, sobre todo después de los quebrantos de salud del cantante, Para la libertad, que en lo personal fue uno de los momentos más emotivos de la noche.
Merece una mención aparte el sentido del humor de Serrat: fino, irónico, sagaz y muy efectivo para aligerar la fuerza de la emoción que crecía por momentos.
También lo que aquí llamamos “yapas” fueron especiales, pues hubo para todos: Fiesta, con la que infructuosamente intentó poner fin a las pedidas de “más”; una muy especial interpretación de Lucía, que siempre trae tanto para todos; Hoy puede ser un gran día, tema que resulta agridulce cuando el recital termina y sabemos que sí, que hoy tuvimos un gran día, pero que ya se acaba.
Queda, como una sombra nostálgica, el recuerdo del video de La primera y del hermoso hombre que canta la más dulce y dura canción de amor.
¿Contrasta tal vez con lo de la noche vivida? Para nada. También allí estuvo un hombre hermoso (y sí: estoy hablando de lo físico), prestándole palabras y sentidos a nuestro día a día con la magia que solamente brindan el talento y el esfuerzo de una vida dedicada a extraer la belleza del barro cotidiano, y más hermoso aún, reconstruido desde la luz interior que dan años de integridad y de amor por las palabras y la música, pero sobre todo por la gente que hace posible que el arte nos arranque de la sordidez y el espanto que se empeñan en pulular sin tregua ni recato por el mundo de hoy.
Quito, 7 de Marzo de 2007

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