domingo, 4 de marzo de 2007

EN DESCARGO DE DELFÍN

Hace un par de semanas publiqué una entrada en la cual hablaba acerca de Delfín Quishpe y su top hit Torres Gemelas. Fui crítica, descriptivamente crítica, podría decir, y me gané alguna que otra suave reprimenda, que entiendo y asumo. También expliqué repetidas veces que en el caso Delfín yo no rechazo su procedencia, su aspecto ni nada de eso. Sencillamente me da pena de que este muchacho sea una de las pocas imágenes que en el Ecuador se tiene del mundo mientras aquí existen muchas otras cosas para mostrar y que, lamentablemente, por la desidia de todos los implicados, se podría decir, permanecen ignoradas e invisibles.

Sin embargo, el caso Delfín da para más. Y por eso ahora lo retomo.

Hay quienes -los reporteros del programa La Televisión, por ejemplo- piensan que es una maravilla que Delfín esté en más de ocho ni sé cuántas mil páginas de Internet, y lo hacen aparecer como uno de los videos más comentados del Youtube. La pregunta es: ¿han leído los comentarios? Parece que no, porque si los hubieran leído no estarían tan felices como parecen. También hablan de "cantantes chilenos enamorados" que toman la canción de Delfín y la entonan... En fin, basta verle la cara al chileno enamorado para darse cuenta de que lo que está haciendo con la canción de Delfín Quishpe es morirse de la risa sin disimulo.

Otras personas, en cambio, dicen en público que se les "caería la cara de vergüenza" si Delfín se presentara, por ejemplo, en Viña del Mar.

Yo diría que ni tanto, ni tan calvo, o como se dice en español de España (aquí necesito algún migrante que me dé pronunciando): "Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre".

Más allá de la ingenua emoción y el "orgullo nacional" de que Delfín esté siendo objeto de escarnio en miles de páginas de Internet, existe en muchos otros ecuatorianos y latinoamericanos una sensación vergonzante. ¿Por qué? Dice la psicología que rechazamos en los demás aquello que odiamos, y sobre todo reconocemos, en nosotros mismos. ¿Qué cara negada de nuestro modo de ser evidencia Delfín? ¿Por qué al mirarlo y escucharlo en un festival internacional se nos caería de vergüenza la cara que mostramos habitualmente al mundo, y qué otra cara se quedaría al descubierto? ¿Por qué el mismo Delfín, en el momento de colgar un video en Youtube, no pone su canción -me muero por oírla porque debe ser preciosa- en quichua y con instrumentos autóctonos, "Mi ovejita", y coloca ahí un "tecno folclor latino" que vuelve los ojos hacia la ya obsoleta tragedia de la gran metrópoli en lugar de mirar hacia su chacra, su campo, las muertes por deslaves, desnutrición y miseria de su gente, los motivos de la migración masiva y desesperada? Me dirán que habla de la muerte de una ecuatoriana... puede ser; pero sabemos que eso es solo el gancho, ¿verdad?

Delfín, con su ingenuidad, nos pone al descubierto. Y como suele sucedernos a todos, quiere y cree decir una cosa; pero está diciendo muchas cosas más, y muy diferentes de lo que se imagina.

Primero, Delfín mira hacia fuera, como hacemos muchos ecuatorianos: boquiabiertos, asombrados, muertos de la envidia, mirando siempre más allá de las fronteras, locos por vivir en Nueva York o Madrid aunque sea lamiendo el piso y pagando el precio emocional de abandonar niños que todavía no caminan, con el pretexto de que necesitamos ponerle un cuarto piso a nuestra casa, y aquí... ya se sabe. Por lo menos Delfín no se ha hecho la nariz, ni se ha puesto lentes de contacto turquesa, ni se ha pintado el pelo de amarillo patito. Eso ya es un mérito. Por lo menos Delfín, en medio de todo, dice con toda naturalidad "Nueva Yorr" y "un mal recuerdo yo la viví", lo cual fonética y gramaticalmente suena horroroso; pero se vuelve maravilloso al advertir que son modos de decir que, aunque cante a las Torres Gemelas, al Ecuador lo lleva en la sangre y en la lengua, y no puede ni quiere despegarse de él.

Segundo, Delfín quiere hacerse ver, pero hacerse ver desde lo que es. Quizá por eso se viste de cuero de pies a cabeza y pone su nombre en las perneras de su pantalón. Sabe que en nuestro medio su preciosa canción "Mi ovejita" no pegaría para nada. Entonces se disfraza a medias de "tecno...", busca un tema... "cosmopolita", por decirlo de un modo amable, y lo lanza al Youtube, al mundo. ¿No querrá el Delfín ayudar a otros artistas ecuatorianos a hacer algo parecido (menos el vestido de cuero) y que así se sepa que aquí también se canta bonito?

Y, como se dijo, Delfín nos muestra nuestra propia cara: pequeños, morenos, de cabello lacio y oscuro, de ojos pardos y rasgados, mirando hacia las Torres Gemelas y condoliéndonos de ellos más que de lo que aquí sucede, después de todo, son los que tienen la sartén por el mango, y así terminarán por freír al planeta entero.

Lo triste es que siempre estemos preguntándonos, más allá de Delfín, por qué no somos altos, por qué no somos rubios, por qué no somos "blancos", por qué no tenemos ojos azules y grandes. Por qué somos vivos pero no inteligentes. Por qué nuestra música es tan triste. Por qué nuestra literatura no tiene un solo premio Nobel y aquí nadie ha escrito un best seller. Por qué no tenemos un inventor como Edison. Por qué Gabriel García Márquez no nació en Esmeraldas. Y en esa eterna ronda de porqués inútiles y desoladores nos perdemos para siempre, sin valorar nuestra propia belleza, nuestra diversidad, nuestra música y nuestras palabras más allá de la fama en el contexto mundial, pensando en lo que no somos y quisiéramos ser y sin averiguar no solo cuáles son las respuestas, sino sobre todo, cuáles serían las preguntas adecuadas para aprender a no avergonzarnos nunca más de lo que somos o de lo que no somos, y ante todo a valorarnos más allá de chauvinismos baratos, por supuesto, pero también más allá de complejos estúpidos.

Piénsenlo...

1 comentario:

ximenanoboa dijo...

El análisis que haces de Delfín no es más que la verdad. Tienes la razón en todo. Somos personas que miramos al mundo, miramos hacia arriba. Queremos que nos vean, pero no nos vemos.

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